Por la pintora Luciana Cacciaguerra Reni
La leyenda cuenta que la mujer siempre se ha embelesado para ser admirada, para robar esas ojeadas, sobre todo masculinas y conquistar, para ser mejor que las otras y competir; tal vez sea parte de una conducta atávica muy arraigada en lo profundo del ser humano que persigue de alguna forma la supervivencia a través de la selección del hombre más fuerte, mejor dotado para la continuidad de la especie y todo ese discurso antropológico que hasta ahora ha primado en este tema, y ya sabemos que todo entra mayoritariamente por la vista.
Si bien, cierto porcentaje de mujeres lo hace de esta manera y también para competir con otras, otro ha aprendido a vestirse y arreglarse sola y exclusivamente para sentirse bien consigo misma en primer lugar básicamente para seguir obteniendo cierta gratificación para su vanidad. De esto se trata hoy día con la emancipación femenina con su nueva y solida autoestima que ya no necesita depender del hombre como antes y por tanto se siente libre de gustarse a si misma ante todo.
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Pero ¿qué pasa con el hombre? Este comportamiento típico de la mujer se ha trasladado al espíritu masculino? Hoy día vemos que más y más hombres han soltado el complejo de sentirse obligados a ser el macho Alpha y se dedican más a su propio aspecto. Se cuidan la piel, se hacen tratamientos de belleza, se operan para mejorar su aspecto, van al gimnasio y cuidan su alimentación y de la misma manera seleccionan su forma de vestir y aparentar.
Los tiempos han logrado la ardua labor de sacar a relucir esa parte femenina que también tiene el hombre, entendida como el saber manejar y expresar emociones y sentimientos que en el pasado estaban prohibidos desde la visión machista y solo pertenecían a la esfera emocional femenina, al igual que la mujer tiene ese lado masculino entendido como la practicidad, la lucidez de pensamiento en determinados casos, el fortalecimiento emocional.
El hombre de hoy ha asumido la libertad total de tratarse con más cuidados, de consentirse y por ende el vestuario es parte de ello. Sin embargo ¿para quién se arregla el hombre? Muchos piensan que el hombre sigue siendo un ser netamente utilitario y en palabras textuales de un excelente director técnico y de programación TV acostumbrado a ver mucha variedad de comportamientos, eso quiere decir que “los hombres se visten y se arreglan simplemente para no andar desnudos”, definición realmente humorística que contiene una indiscutible verdad de fondo.
El proyectar una imagen agradable en un gremio laboral de alto perfil es imperativo para el hombre para ser considerado, para obtener mejores resultados porque se refleja una imagen de éxito, cosa que en un ambiente de trabajo más artesanal no es necesario; también se considera el aspecto de la elegancia masculina tradicionalmente concebida en una chaqueta y corbata, un deportivo chic, smoking, tight o frac según la ocasión y un aspecto ordenado y cuidado; una manera de ser más visible a los ojos del público femenino o solamente porque así lo determina la sociedad y todavía existe un gran miedo a salirse de esas normas.
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En definitiva la mayoría de los hombres piensa que vestirse y arreglarse es un acto de comodidad y de necesidad, por lo cual no conlleva ninguna vanidad personal pero creo que todo se adapta a la época y a los cambios sociales.
Aunque siempre se ha considerado a la mujer como un enigma por no ser fácil descifrar todas sus miles de facetas emocionales, hoy día tampoco es tan fácil interpretar el mundo masculino ya que se ha liberado de muchos tabúes inútiles que le impedían ser espontáneo en diversos aspectos.
En la época romana ya existían los baños turco o saunas y los masajes pero eran vistos mas como un modo de limpiarse y relajarse, sin embargo usaban cremas a base de miel para suavizar la piel; los hombres se ponían laca en las uñas hecha de grasa y sangre de cerdo; en el antiguo Egipto los hombres utilizaban delineador para los ojos para que la mirada fuese mas profunda y elegante; en China y Japón antiguamente usaban pintarse el pelo sobre todo los hombres para ocultar la calvicie; en la Inglaterra y Francia del siglo XVIII las pelucas y coloretes en las mejillas estaban a la orden del día para los hombres, era una manera de distinguir su propia clase social.
Pero realmente la explosión de vanidad más consciente ocurre en los años setenta con el ambiente de la música y el cine con la cultura de la música Pop, cuando los hombres pierden esa vergüenza o timidez en utilizar los cosméticos sin preocuparse de la opinión ajena sino como un factor escénico y de vanidad al mismo tiempo. Increíblemente Corea del Sur se ha ganado el primer puesto como país en el que los hombres gastan el capital mas alto en cosmética por creer que la apariencia lo es todo.
Desde el punto de vista netamente humano está muy bien que el hombre se cuide, se consienta y se quiera en cuanto a que cuide su cuerpo en todos los sentidos, desde cremas hasta la vestimenta, por otro lado es cierto que el mundo desde los principios ha estado acostumbrado a ver al hombre como un ser completamente masculino y recio que envejece sin complejos, que acepta todas sus arrugas y kilos demás en aras a ser fiel a un prototipo de genuidad, naturalidad y fuerza, incluso se ha llegado a afirmar que el hombre con cabello gris es más interesante; sin embargo el termino medio también es aceptable y justo, dado que ver a un hombre con la piel cuidada, un buen look, ordenado en su peinar y movimiento es igualmente una forma de conquistarse así mismo y a la mujer de hoy. LCR