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Domination México: el beso de despedida

Por: Arturo Flores 07 May 2019
Domination nos trajo a las leyendas del metal, figuras que por años nos han poseído; pero que en esta ocasión se están despidiendo
Domination México: el beso de despedida

Fotografías de Lulú Urdapilleta, Salvador Bonilla, Raúl “Kigra” y José Jorge Carreón / Cortesía de OCESA

 

Entre las propiedades que tiene el metal, de acuerdo con la ciencia, sobresale su dureza, solidez (a excepción del mercurio, que es líquido) y se distingue por ser un excelente conductor del calor y la electricidad. Se puede decir lo mismo de las bandas que el pasado fin de semana defendieron en la curva 4 del Autódromo, la bandera del metal, de los varios metales, desde el black, el heavy, el progressive, el death o el new metal, que por cierto de nuevo sólo le quedó el nombre.

Pero de que a través de los acordes, su energía y su velocidad del metal circula un río de fuego que te incendia hasta los huesos, no cabe duda. Poco importa si eres viejo. Si atestiguaste el nacimiento, auge y declive, si así podría calificarse al hecho de girar por el mundo interpretando los éxitos de otras décadas con los que te encumbraste, de los headliners. Porque a eso vinimos la mayoría, a escuchar-contemplar a los cabezas de un cartel de un festival que apostó por sus estrellas. Igual que un helado que valiera comer sólo por la cereza en su punta. Tampoco es distinto si eres joven o niño. El gusto por el metal no exige credencial de elector.

 

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Vinimos por los headliners.

Eso no quiere decir que no disfrutáramos de la arrogancia de Fred Durst al frente de Limp Bizkit y su detalle de proyectar las letras de sus canciones en las pantallas, como en un karaoke masivo, sólo para constatar lo que desde los 90 sabíamos, que sin el Groove de Dj Lethal y los guitarrazos de Wes Borland, esa palabrería se encuentra a un millón de años luz de ser poesía. Tampoco significa que bostezáramos con Vince Neil, a quien los excesos terminaron por convertir en el retrato de aquel efebo Dorian Grey que fue en los 80, lastimosamente intentando alcanzar las notas de ‘Home Sweet Home’ o ‘Kickstart my Heart’. Ni mucho menos que la energía desbordante, la técnica y elegancia de los australianos de Parkway Drive no nos haya devuelto la fe en lo maravilloso que resulta escuchar a un grupo de rock cuando se encuentra en la cúspide y en el pleno uso de sus facultades musicales, y no cuando de su leyenda sólo quedan remedos.

 

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Pero no nos hagamos.

Si estuvimos ahí, en el Autódromo, los 60, 70 o 75,000, dependiendo de quien diera la cifra, es para ver a Kiss y a Alice Cooper. Explíquenme si no porque entre los escenarios, en la fila de las cervezas, en la capilla donde los headbangers se casaron, en los baños y hasta en las pantallas se multiplicaban los seres de caras pintadas. Los Demonios, los Niños Estrella, los Espaciales y los Gatos. También, el domingo, los que imitaron los trazos que Vincent Damon Furnier lleva alrededor de los ojos, deambulaban por ahí con el desvelo y la resaca a cuestas, como representaciones bípedas del disco de 1975 de Alice, Welcome to my Nightmare.

 

Domination México: el beso de despedida 2

 

No nos decepcionaron los headliners.

Valió la pena cada metro andado a lo largo y ancho del Festival. Cada latido que el corazón dio cuando nos acercábamos a los escenarios principales por un pasillo en el que se colocaron representaciones dantescas de los discos que Rolling Stone considera los 25 más grandes en la historia de metal y entre los que figuraban los que Pantera, Venom, Korn, Metallica, Mötorhead y Guns n´Roses.

Ni hablar.

Aunque un desperfecto no haya permito a Paul Stanley, de Kiss, volar por los aires, al final pudimos ver a Gene Simmons vomitar sangre por milésima vez. También a Cooper interpretar un ‘Feed my Frankenstein’ de acuerdo con el guion. ¿Pero qué sería de un metalero sin sus rituales? No importa que sus ídolos se vean inmersos en una espiral teatral repetitiva. ¡Eso es lo que queremos! ¡Eso vinimos a ver! Si la lengua de Simmons se hubiera mantenido dentro de su boca, si cuando Vince Neil intentó cantar ‘Shout at the Devil’, la gente no hubiera reaccionado gritando un espontáneo “Shout! Shout!”, mientras alzaba los puños, entonces sí que nos hubiéramos sentido decepcionados. Porque un metalhead lleva sus rituales escritos en el genoma y si prescinde de ellos, se traiciona.

Benditos sean.

De ahí que Stephen Pearcy, de Ratt, usara una más de las cientos de chaquetas con estoperoles que debe haber en su armario y que Satyr, de los noruegos Satyricon, hiciera del corpse-paint (maquillaje de cadáver), un distintivo sin el cual seguramente no lo dejarían desfilar a la entrada del infierno por la alfombra roja. Como metaleros, nos debemos a nuestros clichés. A las guitarras matemáticas de Animals as Leaders y las expediciones sonoras que Dream Theater es capaz de producir con su virtuosismo.

Si bien en términos de organización y puntualidad el Domination se acercó a lo perfecto, pese a algunos maltratos en el sonido, respecto a su cartel evidenció lo que desde hace tiempo viene creciendo igual que caries. El metal se está quedando sin headliners. ¿Quién liderará los festivales del futuro cuando Kiss ya no esté entre nosotros?

 

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 Sin tetas no hay paraíso y sin leyendas, tampoco festival.

Porque a despedirse de México vinieron Gene, Paul, Eric y Tommy, que no se nos olvide. Porque el metal, aunque resistente no es indestructible.

El tiempo puede fundirlo.

 

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