El escritor mexicano Carlos Monsivais se refirió a sus películas como inmersiones a través de las cuales las masas superaban su perenne condición reprimida e ingresaban a la modernidad. Algo de cierto debía haber en tal juicio, porque aún hoy, treinta años después de haber abandonado el cine y retirarse de la esfera pública, no ha surgido una figura capaz de cautivar al país entero con tanto erotismo como lo hizo Sasha Montenegro, y probablemente nunca la haya.
Sasha tiene, desde hace décadas, un sitio en el salón de las titanes del erotismo mundial, entre Sylvia Kristel, Gloria Guida y Sônia Braga, ahí está ella. Digna representante del cine mexicano.
La Montenegro, o lo que es lo mismo Aleksandra Aćimović: vedette, actriz, productora, icono de la cinematografía nacional, paradigma de la libertad sexual y casi casi… un adjetivo por sí misma.
“Nunca me imaginé que afectará tanto a una sociedad el hecho de hacer una película con un desnudo de 30 segundos”, dijo Sasha durante una entrevista en 2013. Pero la fórmula resultó perfecta, y lo que comenzó como una secuencia en paños menores, se convirtió en todo un género cinematográfico: el Cine de Ficheras. Nuestra propia versión de la comedia erótica que, aunque ahora infravalorada, en los años 70 llegó a ser más redituable que la que se producía en Europa; y de la cual Sasha fue la figura central.
Su audacia en pantalla, belleza sin igual y erotismo innato la convirtieron en uno de los símbolos sexuales más grandes del siglo XX, sin embargo, Sasha Montenegro nunca ha estado de acuerdo con tal etiqueta. Ni siquiera en los años 70 y 80 cuando sus películas se repetían hasta el aturdimiento en salas de cine de todo México, cuando el respetable exclamaba al unísono la juguetona resonancia de una palabra cada vez que aparecía en pantalla: ¡pelos pelos pelos!, o cuando acaparaba las portadas de las ya extintas revistas de caballeros: Su Otro Yo, Diversión y Órbita.
Y es que no estaba en los planes de Sasha convertirse en vedette. Ni siquiera tenía aspiraciones artísticas. Pero México y el entretenimiento estaban en su destino, pese a haber nacido del otro lado del mundo.
Sasha pertenece a una estirpe desaparecida de la aristocracia europea. Sobrevivientes del holocausto, sus padres contrajeron matrimonio en Italia una vez concluida la segunda guerra mundial, y un año después concibieron a Sasha en la ciudad de Bari. La ocupación de su padre como miembro del Servicio de Inteligencia de la Real Fuerza Aérea británica obligó a la familia a mudarse a Alemania, donde Sasha pasó su infancia; para finalmente asentarse en Argentina en la década de los 60. Sin embargo, una serie de eventos desafortunados (la dictadura militar, un encarcelamiento injustificado y el advenimiento de la revolución Argentina) la obligaron a salir del país con tan solo 20 años.
Su plan original era llegar a Nueva York, pero durante una breve escala en la Ciudad de México, la belleza eslava de Sasha cautivó al productor cinematográfico Pedro Galindo y a la representante de artistas Blanca Estela Limón. El resto es historia. Su físico era tan atractivo para la pantalla que, de alguna manera lógica, acabó siendo actriz.
En el cine Sasha siguió los pasos de figuras como Ninón Sevilla y Tongolele, por supuesto que no como bailarina, sino interpretando la misma historia de mujeres de origen humilde que, por azares del destino, terminan en un cabaret.
El debut erótico de Sasha llegó en 1975 con la película Bellas de Noche, y con ella su primer desnudo. Esta, hito de Cinematográfica Calderón; no sólo lanzó a Sasha al estrellato, si no que también dio origen a uno de los géneros cinematográficos más polémicos en la historia del entretenimiento latino: el cine de ficheras. Una corriente cinematográfica que, pese a quien le pese, fue sumamente exitosa.
Camp o naif resultan palabras perfectas para definir, a la distancia, el erotismo de las películas de Sasha Montenegro. Pero hace cuarenta años, la reacción fue menos cuidada. El éxito Sasha en México fue tan grande como devastadoras las críticas de los expertos, que consideraban su cine vulgar y demasiado osado, cuando en realidad era perfecto para el público mexicano.
La censura no tuvo más que rendirse ante Sasha. Pese a la constante represalia de los gobiernos de Luis Echeverría y José Lopez Portillo ante el cine erótico, frente al éxito obtenido, incluso el Estado terminó por sumarse a las filas de producción del cine de ficheras, y lo hizo en grande. En 1978 se estrenó ¡Oye Salome!, obra del Conacine, estelarizada por nada más y nada menos… que Sasha Montenegro.
En sus propias palabras: “Yo sé que no les estábamos dando cultura, pero por lo menos les estábamos dando diversión”. Y no mintió. El público amaba a Sasha y a las sexy comedias, porque la conjunción de ambos traía júbilo a las masas en tiempos especialmente duros, como la devaluación del 82, el terremoto del 85 y la pandemia del VIH/SIDA que sacudió al país a finales de la misma década.
En tan solo cuatro años Sasha pasó de ser una completa desconocida a la figura más taquillera del cine nacional, pero no lo hizo sola. Compartió créditos con luminarias resucitadas de la Época de Oro como Sara Garcia, Rosa Carmina, Resortes, Delia Magaña o Antonio Aguilar, y la dirigieron leyendas como Ismael Rodriguez, Miguel M. Delgado y Luis Alcoriza. No por nada tuvo una carrera llena de éxitos.
El epítome de la carrera de Sasha llegó en la década de 1980, con títulos tan sutiles como Las Tentadoras; la trilogía de La Pulquería; Se Me Sale Cuando Me Rio, Huevos Rancheros y La Golfa del Barrio. Manifestaciones incomprensibles del acervo fílmico nacional que, pese a la simpleza de sus argumentos, ausencia de trama y naturaleza impúdica, convocaban a miles de personas a las salas de cine de todo México, pero también en Estados Unidos.
Filmó su última película en 1991, El Secuestro de un Policía bajo la dirección de otro gran hacedor de la época de oro del cine mexicano, Alfredo B. Crevenna, quien trabajara con primeras figuras como Arturo de Cordoba, Columba Dominguez, Marga Lopez y Ninon Sevilla desde los años 40.
Como las grandes divas se retiró en la plenitud de su belleza, a los 45 años, y se ha mantenido alejada del ojo público durante las últimas décadas, lo cual ha contribuido de forma inminente a su estatus de leyenda e ícono de toda una época.
Hoy, a más de cuarenta años de distancia, su obra encuentra nuevos ecos. Lo que alguna vez fue objeto de censura hoy se redescubre como una manifestación de feminidad y libertad sexual sumamente irreverente. Sasha deja atrás a la vedette y a la actriz para convertirse en un mito, un ícono generacional oculto, insospechable para quien hoy la ve: detrás de una señora de las Lomas.