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Por una vida sexy: Rumba y vals

Por: Mónica Soto Icaza 26 Dic 2024
Un trío puede dar pie a una narración extraordinaria. Este es el caso. Nuestra pluma indiscreta no se guarda los detalles.
Por una vida sexy: Rumba y vals

Altanero, precioso y orgulloso, mi Bull favorito tiene pelo negro, sonrisa radiante y generosidad fértil. Su nombre empieza con C de caliente, de centauro, de célebre, de canción, de comodidad, de cuello, de celebración, de cabalgata, de caballero, de cacao, de calambur, de campanario, de canto, de ciruela, de capaz, de Caribe, de cariño, de carisma, de carmín, de carnívoro, de casual, de cultivar, de cautivar, de cenit, de cereza, de crepitar, de chapoteo, de charamusca, de chelo, de chispa, de caviar, de chocolate, de chupar, de cintura, de curva, de champán.

Este individuo de 1.80 de estatura en metros y titán en creatividad para las fantasías es especialista en incursionar con el dedo índice y medio entre mis piernas para arrancarme gemidos en Fa sostenido y uno que otro grito en Do. Gracias a él he tenido que cambiar las sábanas en más de una ocasión o nos hemos tenido que mudar de mueble para terminar encima de una mesa lo que habíamos iniciado sobre mi cama.

Por una vida sexy: Erotismo cinematográfico

Como aquella vez que nos hospedamos en ese hotel del centro de la Ciudad de México donde convertimos una silla de madera en artefacto de vuelo, él con los pantalones y los bóxers en los tobillos, yo con las bragas sobre la alfombra y el vestido en la cintura.

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O aquella otra ocasión en que rompimos su sillón favorito después de una sesión de fotos en la que me retrató con los codos sobre el respaldo y ese simple detalle le provocó un frenesí destructivo de resortes y creador de carcajadas: no existe mejor afrodisíaco que la risa.

Para nuestro último encuentro decidí invitar también a otro de mis novios, el Filósofo de besos como trago de Glenfiddich 18 Single Malt.

Como era la primera vez que coincidían empecé con suavidad y sugerencia. En estos asuntos del amor libre algunas personas se asumen más libres de lo que realmente son ya la hora de la hora se paralizan, y no de la manera deseable. Es natural y nadie tiene por qué sentirse mal por ello, es importante tener la confianza para decir “¡siempre no!” sin que te juzguen. La naturaleza humana es huir ante el peligro.

No fue el caso. Desde el minuto uno las manos de C y del Filósofo coincidieron en mi piel, las de uno en mi pezón derecho y las del otro en el izquierdo. Así quebraron el hielo y dieron el banderazo de salida para el mejor trío de mi existencia (hasta hoy, si sigo encontrando cómplices para mis aventuras).

Pasaron de mis pezones a la cintura, la cadera, el derrière, los muslos, las pantorrillas. C se quedó en los dedos de mis pies mientras el Filósofo viajó con el filo de la lengua hacia mi boca. Ahí me hizo un “escaneo de labios”, actividad consistente en acariciar con movimientos circulares, succiones y be- sos toda el área causando así máxima apertura de piernas y levantamiento de caderas tal qué podría saciar la sed de ciudades enteras.

Me senté a la orilla de la cama. Les ordené pararse juntos frente a mí. Cómo me en- cantan los hombres obedientes. Sus erecciones cual flechas en convocatoria de saliva. Agarré una con la mano derecha y otra con la mano izquierda. Apreté ligeramente; es una delicia percibir ese endurecimiento súbito entre los dedos. Lengüetazos a una, luego a la otra. Juntas hasta la garganta. Y pensar que de niña me criticaban por tener la boca tan grande.

Mi Bull favorito tomó la iniciativa para continuar el juego: mi espalda contra el edredón, el Filósofo entre mis piernas abiertas, C detrás de él. Uno, dos, tres. Me penetraron al mismo tiempo. El Filósofo abrió grandes los ojos, también era su primera vez.

Bailamos esa rumba hasta que mi célebre centauro melodioso, suculento como chocolate en la cintura, delicioso como una copa de champán terminó vencido por mi chapoteo.

El Filósofo y yo seguimos solos como en un vals.

Cómo me encantan los hombres con imaginación.

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Mónica Soto Icaza Colaborador
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