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JOSÉ LUIS CUEVAS, RETRATO DE UN PLAYBOY

Por: Jafet Gallardo 15 May 2018
La que fue su asistente y modelo revela de su puño y letra algunos secretos de la vida del controvertido […]
JOSÉ LUIS CUEVAS, RETRATO DE UN PLAYBOY

La que fue su asistente y modelo revela de su puño y letra algunos secretos de la vida del controvertido pintor, cuyo estado de salud lo mantuvo hospitalizado durante varias semanas a principio de este año.

Publicado originalmente en nuestra edición 130…

 

Por laura Vázquez

 

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Qué difícil es escribir sobre José Luis Cuevas. Hay que mirar hacia atrás.

Yo no lo conocía personalmente; claro, había escuchado hablar sobre él y a veces hasta leía su “Egoteca”, la columna que en los setenta se publicaba en la revista Teleguía, de modo que, cosa rara, primero lo conocí como escritor y hasta después como dibujante, pero la verdad, me caía mal; su fama de conquistador, su estilo irreverente, sus temas eróticos, ¡su muñequera de cuero! y sus alardes de infiel me sentaban mal: ni siquiera sus dibujos me gustaban.

Era 1988 y estudiaba en la Universidad Femenina de México. Estudiaba, trabajaba y vivía sola. Tal vez por eso mis compañeras me veían como líder. Karen, otra de las estudiantes de Relaciones Internacionales, por alguna bendita razón que hoy todavía no entiendo, me pidió “Por favor, preséntame a José Luis Cuevas….”.

Ella lo admiraba mucho: algo conocía de su obra, pero estaba más que embelesada con ese hombre irreverente, atractivo y subversivo. Era un auténtico Playboy. Sabiendo que mi trabajo en prensa y relaciones públicas me llevaba a conocer a personalidades, creyó que el propio Cuevas formaba parte de mi Directorio. No era así.

Un día sí y otro también, Karen insistía; me prometía que una vez cumplido este deseo me dejaría en paz. Yo no sé si por ese ofrecimiento o por mera benevolencia, le dije que sí: que le iba a presentar a José Luis Cuevas.

No tenía ni idea de dónde encontrarlo, pero sabía que publicaba un tal Cuevario en el suplemento dominical “El Búho”, que dirigía René Avilés en el periódico Excélsior. Allí me comuniqué y simplemente, pedí el teléfono de José Luis Cuevas. Milagro número uno: sin más preguntas, me lo dieron.

Llamé a aquél estudio de San Ángel, preguntando por José Luis Cuevas. “¿De parte de quién?” De Laura Vázquez. Milagro número dos: él mismo me contestó el teléfono.

Señor Cuevas, habla Laura Vázquez, soy alumna de la Universidad Femenina y quiero presentarle a mi amiga Karen. Sí, claro, con mucho gusto; vengan a mi estudio el domingo.

Las dos llegamos a San Ángel, al legendario estudio del pintor con la mítica cama de latón y su colcha de terciopelo rojo, algunas de sus obras en las paredes y pletórico de libros.

Milagro número tres: allí estaba José Luis Cuevas.

José Luis se hace de amigos con extraordinaria facilidad y en minutos, conversaba con la extasiada Karen; sin embargo yo evitaba hablarle y hasta mirarle porque no quería ser catalogada por él como otra admiradora más; algo debió notar José Luis, que hacía intentos amables por incluirme, sin éxito, en la plática.

Al despedirnos, fuimos obsequiadas por nuestro anfitrión con sendos libros de su autoría, ambos dedicados. A Karen le entregó no sé cuál, con una amable frase de despedida. A mí me regaló un ejemplar de Historias del Viajero. Mientras me miraba de manera sensual y retadora, escribía con puño firme “Para mi muy querida amiga Laura. Ojalá y regreses. José Luis Cuevas, 3- VII- 1988”.

Milagro número cuatro: el Hombre Irresistible había dado en el blanco; había disparado contra una presa inmóvil. Por supuesto que muchas veces regresé.

 

La niña

Me convertí en visita frecuente de los domingos por la tarde. Cada semana José Luis recibía a los viejos amigos: Fernando Gamboa, Fernando Benítez, Daisy Ascher, Héctor Anaya, Shirley Chernitsky; a los nuevos amigos, como Doris y Alfredo Ginocchio o como yo; y a personas que lo buscaban para entrevistas, asuntos de su obra, libros o exposiciones. Eran reuniones verdaderamente entrañables; al conocer a uno de ellos, conocías a todos.

Una de esas tardes subió al Estudio una hermosa y elegante mujer, que se presentó con mirada de hielo:

Soy Bertha Cuevas – me dijo.

Soy Laura Vázquez – le contesté.

Me inhibió. ¡Era una personalidad tan apabullante! Segura, madura, plena. No. No coincidimos en el primer encuentro.

Yo seguía siendo estudiante y, ahora, en busca de trabajo. Le confié a José Luis mi necesidad de empleo y él de inmediato ofreció recomendarme con alguno de sus conocidos a cargo de áreas de cultura en el Gobierno. Ninguno se cristalizó.

Preocupado genuinamente, solidario conmigo, él mismo me propuso trabajar con él y con Bertha, quien había asumido el enorme compromiso de echar a andar el proyecto cultural más importante de su vida: El Museo José Luis Cuevas. ¡Qué no hicimos! Por supuesto, todo lo relativo a la apertura del Museo, incluso, lo arquitectónico. ¡Las dos trepamos al techo, junto con los ingenieros y peones, a revisar la instalación del domo! Y toda la Agenda de José Luis Cuevas: eventos, homenajes, entrevistas, publicaciones, exposiciones, viajes, visitas….así aprendí a conocerlo más como persona que como pintor; aprendí a admirarlo más como hombre que como intelectual; aprendí a quererlo en su condición humana: los dos somos piscis.

”primero lo conocí como escritor y hasta después como dibujante, pero la verdad, me caía mal; su fama de conquistador, su estilo irreverente, sus temas eróticos, ¡su muñequera de cuero! y sus alardes de infiel me sentaban mal: ni siquiera sus dibujos me gustaban.”

Muy temprano en la mañana, él dibujaba en su estudio, de manera que mi día con él empezaba hacia las 11, cuando yo salía de la escuela y llegaba a trabajar a su casa. No, no teníamos una oficina: nos instalábamos en el cuarto del frente, el cuarto del jacuzzi; tirado él en el camastro escribíamos; agendábamos; recibía llamadas. La comida, por lo general era en casa. Por la tarde salíamos, ya sea al taller de Mario Reyes o de José Luis Farías; a la galería de los Ginocchio; no pocas veces lo llevé, discreta, al Hotel Park Villa – cercano a la Universidad Femenina – donde solía verse con la amante en turno; a veces José Luis tenía trabajos especiales. En esa época estaba yendo al Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM, donde estaba creando una enorme pieza a lápiz, de 9 x 11 metros: el dibujo más grande del mundo; algunas veces nos desviábamos a ver desde afuera los cabarets de la colonia Obrera, el Balalaika, el Barba Azul. En esas salidas, hubo un detalle encantador: dio a su chofer un billete de $500 pesos – era mucho dinero – y le dijo: “Baje usted a esa tienda y compre toda clase de dulces para la niña”.

Y la niña era yo.

Modelo y Musa

Uno de los proyectos más satisfactorios fue la serie de entrevistas a intelectuales que Bertha publicó para la Revista Examen del PRI, a invitación del propio Luis Donaldo Colosio. Orientada por José Luis, eligió a una docena de amigos, a los que visitamos para entrevistar. Uno de ellos fue Raúl Anguiano. Sucesor de Diego Rivera y de la Escuela Mexicana, Anguiano se quedó impresionado al verme porque, como me diría más tarde, sintió que se le aparecía La Patria – aquella imagen de los libros de texto, plasmada por González Camarena – en persona. Era por mi tipo exótico, más que nacional.

Durante la entrevista, Anguiano dibujó a Bertha – topless – en un cuadro que hoy pertenece al Museo Cuevas; pero al terminar, me dijo:

—¿Cuándo vienes a posar para mí? Quiero dibujarte.

No creía tener la imagen atractiva para ser modelo. Así se lo dije, pero evidentemente él pensaba lo contrario e insistía. Hábilmente, le puso fecha a la sesión: el domingo siguiente. Fue una experiencia deliciosa: Anguiano me dibujaba; Brigita, su esposa, nos tomaba fotografías; Anguiano me dibujó en lencería, con flores, sin flores, con ropa, sin ropa. Pero cuando se lo platiqué a José Luis, y le mostré la fotografía tomada por el propio Anguiano durante la sesión, se molestó muchísimo.Una mañana, cuando llegué de la escuela, me dijo en tono muy serio: “Ya te dibujé; ya eres mi modelo; ya eres mía”.

Me había plasmado, junto a él, en el dibujo que estaba haciendo en la UNAM: “Autorretrato con Modelos”.

—La japonesita que está junto a mí, ésa eres tú.

Me explicó que seguía el ejemplo del Indio Fernández quien decía que todas las mujeres que trabajaban en sus películas –todas, desde la protagonista hasta la costurera – eran sus mujeres, puesto que era su película. En este caso, yo trabajaba para él, así que me consideraba suya. Pero los temas recurrentes en la obra de José Luis son las prostitutas, los dementes, las figuras monstruosas….y las mujeres amadas. Ahora la enojada era yo. No fue la única obra en que me capturó. José Luis no pinta con modelo sino que dibuja de memoria; hace apuntes en cuaderno; toma notas –físicas y mentales – para luego, en el momento climático de inspiración, crear la obra; también suele hacer en ellas una especie de rompecabezas de sus mujeres cercanas.

Por ejemplo, la emblemática Giganta que gobierna el patio central de su Museo lleva el rostro de Bertha; el resto del cuerpo pertenece, por partes, a otras inspiradoras. Alguna vez Manuel Felguérez, el espléndido pintor abstracto me dijo: “Si yo fuera figurativo, ya estarías posando para mí”.

Geishita

Bertha, finalmente, me quiso mucho. Compartí con ella su vocación periodística; su interés por el Museo; su adoración por las niñas – María José vivía en casa, con ellos; Ximena ya se había independizado y Mariana vivía en Nueva York – ý éramos mancuerna efectiva e inseparable en las entrevistas para Examen; de su mano entré a la casa de Fernando Benítez, Gabriel Figueroa, Manuel Felguérez, Juan García Ponce y Carlos Prieto.

Ella también me consentía. Solía decirme: “¿cómo está mi Geishita?”. José Luis, divertido, refutaba: “¿Por qué le dices así, qué no ves que una Geisha es una puta?….¡Te está diciendo putita…!”.

”seguía el ejemplo del Indio Fernández quien decía que todas que trabajaban en sus películas eran sus mujeres. En este caso, yo trabajaba para cuevas, así que me consideraba suya.”

La Universidad Femenina me valía un soberano comino. Ya casi no iba: mi vida se centraba en el futuro Museo; en el Homenaje de la Delegación Álvaro Obregón; en la apertura de la figura de José Luis en el Museo de Cera; en la exposición que organizó Octavio Paz; en las conferencias de un día sí y otro también; en las innumerables entrevistas.

Nuestra extraña relación no pasó desapercibida para la prensa; en El Universal se publicó “…sin faltar una joven hermosa a su lado, su Asistente Laura Vázquez….José Luis le firma una carta para que en su escuela no la castiguen por faltar a clases…ella está encantada con ese hombre de muñequera de cuero”.

En otra nota se nos preguntó a los amigos –especialmente, a las amigas- lo que José Luis era para nosotros: fui sincera al contestar “…en la medida que José Luis me ama, yo lo amo. Creo que hizo una buena elección al nombrarme su secretaria, ¿tú qué opinas?”

De esta manera, mi destino profesional se modificó gracias a la enorme influencia de José Luis Cuevas en mi vida. Después de esta etapa continuamos por rumbos distintos, aunque no opuestos. Si bien terminé mis estudios de Relaciones Internacionales, nunca he ejercido esa carrera sino que he continuado como modelo, escritora y asistente personal. Es algo de lo que yo le debo a Cuevas.

SOBRE EL ARTISTA:

> El 26 de febrero de 1931 nació en la ciudad de México. Durante mucho tiempo afirmó que había nacido en 1934.

 

> Antes de los 10 años se inscribió en La Esmeralda. Posteriormente, en el Mexico City College, estudió grabado con Lola Cueto.

 

> A mediados de los 50 expone en Washington y París, entre otras ciudades. Picasso compra parte de su obra. Se dice que él bautizó a La Zona Rosa como tal, en honor a Rosa Carmina.

 

> Sus cuadros, grabados y esculturas retratan lo monstruoso y la degradación. Principalmente se inspiró en locos, prostitutas y enfermos. La Giganta y la Figura Obscena son dos de sus obras más reconocidas.

 

> El pasado 14 de junio, el pintor se reunió con la prensa en el museo que lleva su nombre para anunciar que se distanciaría de sus hijas Ximena, María José y Mariana por haber dicho éstas que la pintora Beatriz del Carmen Bazán no se hacía cargo de él. Ella, por su lado, reveló que se prepara un homenaje por los 80 años de vida del artista.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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