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Saltar en la oscuridad

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Fue Chesterton quien se refirió a la escritura como un acto irreflexivo que se asemeja a saltar en la oscuridad. […]
Saltar en la oscuridad

Fue Chesterton quien se refirió a la escritura como un acto irreflexivo que se asemeja a saltar en la oscuridad. Estrenamos hoy este espacio dedicado al diálogo de la memoria y las ideas.

Por Raúl Bravo Aduna (@rbaduna)

Hay una conclusión profundamente desasosegadora a la que no pocos llegan a lo largo de su formación educativa: casi todo lo aprendido —rara vez aprehendido— en los salones de clases va a terminar archivado en algún rincón del ático de la mente, para sólo ser desempolvado a la hora del cóctel. No es el clásico “¿Para qué?”, irritante de humanistas y científicos por igual, justicieros últimos del espíritu, que sienten su honor profanado cuando se cuestiona la utilidad —obvia, variable o intangible— de sus materias. No. Se trata, por el contrario, de la angustia producida por tener que soslayar el resto del mundo para dedicar la mirada y demás sentidos a unos pocos aspectos de él.

Parece poco probable que las personas encerradas en un juzgado doce o quince horas al día empleen los vectores aprendidos en su clase de física de preparatoria. Es implausible que las ingenieras de una trasnacional chocolatera ponderen sobre los alcances y posibilidades ontológicas y fenomenológicas de Medea, Hamlet, Emma Bovary o Pantagruel. Edipo, su madre y su hija le tienen sin cuidado a los cantineros. Y he descubierto que uno puede llevar una vida plena sin la necesidad de conocer la fórmula del chicharronero.

El desasosiego se antoja mayor cuando se piensa que poco importan la noche en que aprendiste a andar en bicicleta, tu primer beso en medio de una pista de hielo, la piel chinita al escuchar esa canción por vez primera en vivo, el día que tu madre conoció la nieve y la viste sonreír más que nadie en la historia, el desasosiego, reitero, se antoja mayor cuando se piensa que poco importan a la hora de litigar, hacer que procesos sean más eficientes, escribir papers sesudísimos, o vender fritangas mientras solucionas ecuaciones algebraicas. Y aunque uno es el cúmulo de experiencias, emociones y pensamientos de una vida, no por ello deja de ser desolador tener que poner todo eso a un lado para trabajar, para vivir y hasta para existir.

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En una de sus entrevistas más largas, David Foster Wallace hablaba de cómo él encontraba en la escritura un punto en el cual toda su educación podía ser puesta en práctica. La idea es suya, pero la robo para complementarla: la escritura es el punto en el que toda tu vida puede confluir de manera práctica. Al escribir sí importan los vectores de la clase de física, la sonrisa de tu madre y la fórmula chicharronera —aunque sea sólo para burlarse de ella—, sí importan cada una de las ideas y pensamientos que has tenido, cada una de las emociones que has sentido, y cada una de las dioptrías perdidas leyendo en la madrugada.

En algún punto de El mito de Sísifo, Camus dice que “… aun cuando pueda, a través de la ciencia, captar los fenómenos y enumerarlos, no por ello puedo aprehender el mundo”. La escritura sirve para jugar con la carencia de sentido y dirección del universo, para hacerlo propio en vez de sólo categorizarlo, para entender que las etiquetas no dicen nada a quien es ajeno al juego y lenguaje y pantomima de esas mismas etiquetas. Igualmente, “el irreflexivo acto conocido como escritura”, nos recordaría Chesterton, “es en realidad un salto en la oscuridad”, un momento en el que se piensa sin certezas, se opera sin dirección fija ni meta última, se dialoga con uno mismo para compartir y compartirse.

El mundo, aunque bellísimo y majestuoso, demasiado seguido se antoja ramplón y desolador. Pero yo, por lo pronto, escribo sonriente para aprehenderlo; simplemente, para saltar en la oscuridad.

*

 El autor es ensayista y vive en la colonia Juárez. A partir de esta semana, todos los jueves en playboy.com.mx su columna

Saltos en la oscuridad.

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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