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#LikeAVirgin: Venirme con música, porque todo placer necesita un soundtrack

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Porque el soundtrack correcto conduce con mucha más efectividad al orgasmo, he aquí una historia que involucra a Japón, a […]
#LikeAVirgin: Venirme con música, porque todo placer necesita un soundtrack

Porque el soundtrack correcto conduce con mucha más efectividad al orgasmo, he aquí una historia que involucra a Japón, a un hombre mayor y a una jovencita con ganas de escuchar un instrumento misterioso.

Por Jimena Gómez (@jimena_blue)

El sexo tiene ritmo, tiene audio; cadencia y uno que otro bemol. El sexo es música, y con un poco de suerte y ganas puede llegar a ser muy buena.

Pienso con un poco de ternura y calentura en las primeras veces que cogí. Recuerdo a mi primer novio, el amor de mi vida; se llamaba (¿llama?) Miguel y amaba la música como pocas personas que he conocido. Solía regalarme mixtapes de canciones bajadas con LimeWire y quemadas en su PC (sí, así de vieja soy): Velvet Underground, Björk, Tool y mucho Portishead. Miguel amaba el trip hop oscuro y la voz dulce de Beth Gibbons. Cuando sus papás no estaban en casa, poníamos uno de estos discos y comenzábamos a fajar… Siempre resultaban ser los soundtracks perfectos: lo suficientemente sucios, lo suficientemente lindos. Cualquiera que haya escuchado “All Mine” sabe de lo que estoy hablando. 

Recuerdo su lengua avanzar lento, firme y aterciopelada, al tiempo que el bajo severo que caracteriza a los ingleses se dejaba caer sobre nosotros, espeso y denso como el aire húmedo. Desde entonces y para siempre, el recuerdo de mis primeras experiencias sexuales estaría atado a la música. Los años pasaron, nos rompimos el corazón y una decena de discos, sin embargo la música —milagrosamente— quedó intacta y me la llevé conmigo a otras camas. 

De ahí, mientras mi curiosidad sexual avanzaba y se movía por caminos cada vez más torcidos, mi soundtrack sexual  también se fue radicalizando; llegamos a Throbbing Gristle (si usted, querido lector, quiere conocer la verdadera profundidad de mis filias sexuales, le aconsejo mucho darle una escuchada a este colectivo de artistas enfermos y encabronadamente geniales), a Nas, pues nada supera la pasión de hacerlo de perrito mientras suenan los versos más duros y brutales que el hip-hop ha engendrado… Nos vamos de nuevo a Björk, a la psicodelia densa y jadeante. Y claro, a Pink Floyd. Por más que me duela lo doloroso del cliché, yo también creo que son enormes… Quizás un tanto forevers, pero enormes al fin. Alguna vez intenté tener un orgasmo durante el solo de Gilmour en “Comfortably Numb”, nunca lo logré… Aunque mi mejor historia de música y sexo viene por cortesía de mi lugar preferido en la Tierra: Japón.

Cuando tenía 19 ó 20 años, durante más o menos un año, salí con un hombre japonés. Él tenía unos 43 años. Venía a visitarme de Tokio al df cada tres meses y nuestra interacción, básicamente, se limitaba a coger; él no era particularmente bueno, expresivo o creativo en la cama… Pero tenía la mejor música del mundo.

No sabía con exactitud qué clase de música era, me inclino a suponer que se trataba de algo tradicional y con alguna especie de instrumento de cuerdas. Era terriblemente triste. Me hacía pensar en mi pubertad, en Miguel, en el ruido que hacía la reja de su casa cuando llegaban su papás y teníamos que apurarnos para venirnos —de preferencia juntos— antes de que subieran las escaleras; me recordaba el sabor de las tardes de sexo cuando dos personas saben que seguirán cogiendo por horas, que ni vale la pena vestirse, bañarse o moverse, a menos claro, de que se tenga que cambiar la música.

Ese hombre, con manos frías y las notas dulces de un instrumento cuyo nombre o forma totalmente desconozco, me hacía sentir sola. Él era sólo un intermediario, un puente que me permitía cogerme a la música y con ella, a mi pasado.

Hace un año fui a Japón. Estuve ahí por poco más de un mes, y un buen día mientras atardecía en mi camino a Kioto, escuché de nuevo y por primera vez en muchos años el nostálgico sonido de ese misterioso instrumento… Era la canción que toca el tren bala cuando cruza Japón, el shinkansen.

Recorrí el mundo, viajé 18 horas por los aires y cruce Japón por la Tierra, todo para que por fin fuese la música la que me cogiera a mí.

Me gusta pensar que las dos nos venimos… Juntas.

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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