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“The revenant” o de cómo leer la tragedia

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
#LibrosAlDesnudo Por Jaime Garba @jaimegarba “Elevó la vista hacia la formación rocosa que había en el claro. De alguna manera, […]
“The revenant” o de cómo leer la tragedia

#LibrosAlDesnudo
Por Jaime Garba
@jaimegarba

“Elevó la vista hacia la formación rocosa que había en el claro. De alguna manera, un pino solitario y torcido se las arregló para crecer en la escarpada pared de piedra. Lo había notado varias veces, aunque nunca como en aquel momento, cuando sus líneas perpendiculares parecían formar una cruz. Por primera vez aceptó que moriría en ese claro junto al manantial.”

El renacido, Michael Punke

Antes del fenómeno de la nueva cinta de González Iñárritu, un buen amigo cineasta (egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, que aunque joven, ya con buena, consolidada y reconocida trayectoria), en una tarde de copas me decía que The revenant, que por aquellos tiempos apenas había sacado su primer tráiler, vendría a ser una verdadera obra maestra, claro, ponía el punto sobre la i: la fotografía de Lubezki, pero también hablaba del impulso que Alejandro había tomado desde Birdman respecto a un gran estilo y dominio creativo del arte de hacer cine. ​
​Vi el trailer y me pareció de antemano un deleite visual, sin embargo, detrás, en los minutos narrados, había un mensaje que me atraía como lo hace un fragmento poderoso de un libro, uno con las palabras exactas, la sintaxis correcta, el estilo apropiado dotado por un escritor que se siente más un artesano que da forma al verbo; no era un simple adelanto de una película cuyo objetivo es atraer al público, quien observara aquello se estaba enfrentando a un fragmento del universo de Iñárritu, a un guiño perfecto de seducción.
​Tras el estreno no tardaron en lanzarse críticas, la mayoría buenas y enalteciendo cada elemento del filme, pero las negativas (hasta injuriosas) no se hicieron esperar, la más notoria fue la del “crítico” de Proceso, Fausto Ponce, quien tachó a la cinta de cursi, inverosímil y fantasiosa; claro, le fue mal, cientos de personas se dejaron ir contra él por sus pretenciosas aseveraciones que más bien se percibían como envidia de quien no soporta que un connacional esté haciendo trabajos dignos para insertarse en la historia del cine. No obstante hubo otros, entre gente que escribe para medios y amigos cinéfilos, que tacharon de “sobrevalorado” el trabajo de Alejandro González y la actuación de Leonardo Di Caprio, argumentando lentitud en el desarrollo de la trama, histrionismo y un tratamiento visual sobresaturado y repetitivo.

​Me guardé la mayor cantidad de perspectivas posibles en la mente y le pedí a mi amigo que fuéramos a ver la película, con quién más podría quitarme la duda de si a los que les había gustado eran tontos incapaces de “leer” bien séptimo arte, o si los críticos quejumbrosos verdaderamente rebasaban su propio límite de pedantería.

​Comenzando la película vi de reojo cómo mi amigo se acercó a la pantalla recargando sus codos sobre las piernas, obsesionado por los primeros quince minutos, con una fascinación infantil ante lo fastuoso que se proyectaba. Yo por mi parte estaba boquiabierto, la fotografía de Lubezki me parecía lo de menos, por supuesto, es soberbia, pero se mimetiza con la historia, no es que le ayude o la resalte, funge como equilibrio entre lo estético y lo textual. Conforme pasaban los minutos sentía odiaba a quienes se atrevieron a decir que era una mala película, pensaba cómo era posible que alguien podría ser tan engreído al grado de volverse obtuso, me era inexplicable. Podrá no gustarte una película, es más que respetable, pero negar lo evidente, lo buena que puede llegar a ser, es totalmente absurdo.
​Cuando salimos le pedí me dijera de manera técnica, es decir desde su visión como cineasta, su opinión sobre el largometraje, su respuesta me conmovió: “me aguanté las ganas de llorar”. Pienso en cuántos de esos severos críticos no se aguantaron también las ganas de llorar y en lugar de eso, vomitando orgullo, decidieron hablar mal de The revenant en una especie de venganza por sentirse vulnerables por una cinta hollywoodense taquillera. Me los imagino un poco como la crítica teatral de Birdman, aquella que le dice a Michael Keaton que no importa qué tan buena sea su obra, la destrozará por el hecho de meterse en un territorio al que no pertenece. Creo que nadie imaginó que González Iñárritu haría algo más grande que Amores Perros, y que jamás tendrían que verse en la necesidad de aceptar que efectivamente es uno de los mejores directores en el mundo.

​Aquellos que narrativamente no gustaron de “El renacido” demuestran no tener interés por la literatura clásica, cero Tolstoi, cero Dostoievski, nulo Dickens, Balzac y Virginia Woolf, me parece que gozan de leer a escritores posmodernos que gastan su tiempo en problemas existenciales de restaurante fresa, no me explico de otra manera cómo es que no captan la esencia narrativa, la descripción precisa de cada acto, el parsimonioso movimiento de los personajes, olvidan que la acción no es movimiento estruendoso, es ritmo.

​Leer a los clásicos nos permite aceptar el drama, la tragedia, la posibilidad de lo imposible, créanlo, no hay manera de que la inverosimilitud quepa en la película, esto debido al perfecto tratamiento del director, a la visión panorámica y la orquestación del todo en cuadro.

​Híjole, me gustó tanto la versión de Alejandro que me van a colgar si digo que quizá es mejor que el libro de Punke, pero más bien debo decir que son dos cosas diferentes, dos versiones de una historia. Hay que leer el libro sin duda, sobre todo los escépticos que sin saber hacer cine dan la sacrosanta bendición sólo a aquellos trabajos que no gusten a más de cien mil habitantes.

​En fin, los invito a ver El renacido, pero no se aguante las ganas de llorar.​

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Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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