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Presos con enfermedades mentales. La voz de la Locura

Por: Playboy México 24 Oct 2018
El hombre brilla de furia, tiene la piel encendida y sudorosa, pero no sé si el resto del Consejo lo […]
Presos con enfermedades mentales. La voz de la Locura

El hombre brilla de furia, tiene la piel encendida y sudorosa, pero no sé si el resto del Consejo lo nota. Lo traen para que explique por qué le pegó a otro recluso, un tipo más pequeño y frágil, que comparece a su lado y tiene un ojo completamente hinchado, cicatrices en la cara, además de manchas de sangre en la camisa.

—Fue por unos cigarros— lee el comandante en el reporte.

El que había golpeado protesta: ésa no es la primera vez que el otro le pide tabaco. Ya le ha dado muchas veces y el compañero terminó por hartarlo, por eso le pegó, pero aquel siguió picándose por su cuenta en el ojo, para hacer más aparatosa la lesión cuando se presentara al Consejo. El pegador tiene fama de agresivo. Es un joven demasiado violento y más “funcional” que la mayoría de los internos de este reclusorio para enfermos mentales, de los que suele aprovecharse por la fuerza. Así que le advierten que cese en ese comportamiento, le dan un número de días en reclusión solitaria y sacan de la sala a los dos.

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Ésta es sólo una de las muchas historias que escucharía en la Reunión de Consejo Semanal del Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (CEVAREPSI) de la Ciudad de México, que convoca alrededor de una mesa a distintos especialistas —psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, criminólogos, técnicos penitenciarios, custodios, junto al Director del Centro— para plantear y dirimir a voz viva, con la presencia de los internos involucrados, los problemas que ocurren en este centro penitenciario, especializado en reclusos con problemas mentales (esquizofrénicos, paranoicos, delirantes, violentos, con trastorno bipolar y retrasados mentales). En el lugar se les habla con cordialidad y respeto, incluso con sentido del humor, y ante todo, se pide a los internos-pacientes verdad y responsabilidad en sus declaraciones.

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Sudor, polvo y encierro

Después de pasar por la revisión y varias esclusas de seguridad, el visitante se topa con un escritorio de registro, más allá del cual aparece otro umbral enrejado donde resguardan a la población. Algunos internos se asoman para mirar quién llega. A un costado se sube por unas escaleras hasta la oficina donde se desarrollan las reuniones. Los internos pacientes, enfundados en uniformes color beige medio sucios, están ahí afuera libremente, sin esposas ni custodios, a la espera de que los llamen. Sentados o de pie, se mantienen hablando o en silencio frente a las secretarias. A veces deben devolverlos al orden cuando empiezan a gritarse. Rasurados de la cabeza, tienen un olor a sudor, polvo, tierra y encierro que es imposible de ignorar.

La cárcel es un microcosmos social donde las historias cotidianas se reproducen a escala, entre dormitorios, patios y custodios. Una necesidad tan indispensable como el alimento es fuente continua de disputas. Las quejas se dan en las filas de comida y tienen que ver con los encargados de repartir “el rancho” (los alimentos). Quienes reparten (llamados ahí adentro “rancheros”) obtienen la prebenda de comer “las sobras”. A veces meten en la fila a sus amigos (“compadres”) o les sirven raciones de más. Otros internos se aprovechan metiendo primero sus “cacharros” en la cazuela y provocan el desorden. Hay amenazas, empujones y hasta golpes. Además, algunos internos intentan manipular o sacar provecho de la comisión que desempeñan en el lugar. Ponen como “pagador” (responsable de una falta) a cualquiera que se descuide.

 

“Quiero salir

de este infierno”

Los problemas suceden también por el cambio de dormitorio, que provoca celos entre las parejas que se han formado dentro del penal. Se trata de líos amorosos o pasionales que desembocan en altercados, ataques o peleas. El encierro y el aislamiento llevan a que muchos varones heterosexuales tomen conductas homosexuales. Las relaciones involucran protección, sexo y hasta manutención dentro del recinto penitenciario. A veces uno de los miembros llega a reclamar cuando los ingresos de su pareja no se han depositado en la cuenta que cada recluso tiene en la tienda. Es importante entender que los dormitorios en el CEVAREPSI se dividen según la “funcionalidad” de los internos para desenvolverse, es decir, por la gravedad de sus trastornos mentales y la afectación en sus capacidades físicas. El Consejo determina dónde se coloca al interno recién llegado, procurando evitar que un paciente vulnerable o incapaz quede expuesto ante sus compañeros.

En el Consejo también se discuten las cartas, escritas de puño y letra, que los internos envían al Director General del CEVAREPSI, Lic. Jaime Abasolo Rizada, quien las comenta con el equipo de especialistas. Algunos internos escriben solicitando préstamos para saldar deudas. Una de las misivas solicita la revaloración psiquiátrica del remitente y expresa su deseo de marcharse. “Quiero salir de este infierno”… “siento que si me mandan a una casa-hogar no voy a salir de ahí”… “lo que usted llama mi esquizofrenia paranoide es nada más que mi mal genio”. No obstante, los especialistas comentan el caso y determinan que el hombre continúa delirante y debe permanecer en la institución.

En otros casos, el Consejo se ocupa de restaurar los lazos del interno con su familia en el mundo exterior. La familia es fundamental en la recuperación de los individuos. Se discute la necesidad que tiene uno de los pacientes de que vengan a verlo. Él mismo ha expresado ese deseo. El susodicho cumple una sentencia de 31 años y 3 meses por haber asesinado a su novia. Ha desarrollado delirios desde su ingreso: cree que hay familiares suyos que trabajan aquí y planean quitarle su herencia, pero aún tiene lapsos de lucidez. La propuesta del Consejo es ir a buscar a la familia y traerlos en una camioneta para que convivan con el hombre, y luego regresarlos a casa.

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Cinco minutos de sol

Los internos ven reconocimiento o prestigio en ser llamados a Consejo. Les da estatus entre la población. A los delirantes o narcisistas, les hace pensar que se encuentran en una jerarquía superior a la de sus compañeros. Otros internos cometen todo tipo de faltas con tal de que los “suban” a Consejo y así se sienten el centro de atención. Hace una semana, tras la reunión con los especialistas, un interno protestó por una sanción lanzándose desde las escaleras que dan a la puerta del Consejo, intentando suicidarse. Sólo sufrió raspones y hematomas, pero eso obliga a que esta vez dos custodios se coloquen a su lado y lo vigilen en todo momento, creando tensión durante su testimonio.

Pero las historias entre estas paredes también nacen de sentimientos como el miedo, el rechazo, el aislamiento y enfermedad. Hay internos que se quejan porque no pueden dormir. Los VIH positivos son algunos de los más rechazados. Nadie los quiere dentro de sus celdas, los aíslan. A veces los contagiados reaccionan cortándose la carne y lanzándoles su sangre a los otros, como medio de intimidación.

El encuentro más conmovedor del día es el de un varón VIH positivo que llega por un reporte de seguridad. Tallaba puntas en su dormitorio y le encontraron otras escondidas en una caja de luz. Es alto, de rasgos suaves y está consumido por la enfermedad, con la piel pálida y pegada a los huesos. Se defiende diciendo que ha sido artesano de instrumentos musicales toda su vida. Su padre es un antiguo concertista y él creció rodeado de guitarras. Tiene un historial de drogas y rechazo familiar, cuenta haberse contagiado de SIDA con una mujer extranjera. Pero su discurso es coherente, su voz es reposada y sus modales, dulces y educados.

El interno abunda en la sonoridad de la madera. Es un hombre sensible. Habla del palo de rosa, ama el olor del aserrín y explica que fabrica guitarras a escala 1:20. Puede hacer música de casi todo: hasta con árboles de aguacate. Pide seguir trabajando y haciendo sus instrumentos, no molestará a nadie. Lo instruyen a no hacer más puntas y acatar las revisiones, y le permiten trabajar en el taller. Antes de irse, hace una última petición: “Quisiera pedirles un poco de sol, me hace mucha falta la luz”. Es de reciente ingreso y lo han mantenido aislado. Cuando el Consejo promete que mañana le darán sus primeras horas de luz, el artesano sonríe.

 

El lugar

 

El Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial entró en funcionamiento el 20 de junio de 1997 para brindar atención y tratamiento especializado a los internos con enfermedad mental. Con una superficie de 3,698 m2, el Centro provee actividades de formación artística, sesiones de asesoría académica, formación artística, capacitación laboral y tratamiento de recuperación de habilidades motoras.

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