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Muse derrumbó la cuarta pared

Por: Jafet Gallardo 19 Nov 2015
Por Arturo J. Flores @ArturoElEditor Fotos cortesía de OCESA/ Chino Lemus Bertolyt Brecht seguramente hubiera comprado boletos de pista. Le […]
Muse derrumbó la cuarta pared

Por Arturo J. Flores

@ArturoElEditor

Fotos cortesía de OCESA/ Chino Lemus

Bertolyt Brecht seguramente hubiera comprado boletos de pista. Le habría encantado admirar a una banda de rock que no sólo rompió la cuarta pared, sino que la demolió hasta sus cimientos. La nueva gira Drones World Tour de Muse representó una auténtica y sincronizada ópera rock en el que se conjugaron luces, proyecciones, pantallas y una docena de drones que sobrevolaron el Palacio de los Deportes.

Pese a la explosiva y espontánea personalidad de Mathew Bellamy, sus entradas y salidas del escenario, que se realizaron a través de dos rampas y un escotillón a través del cual apareció sentado en su elegante piano de cola, el vocalista y guitarrista se ciñó perfectamente al trazo escénico que alguien debió diseñar para el buen desarrollo del concierto.

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Sólo así se explica que tres músicos (más el invitado Morgan Nicholls, que desde el foso detrás de la batería, además de tocar sintes ahora también se encargó de algunas partes de guitarra) llenen un escenario descomunal. Sólo así es posible que pese a tener público adelante, atrás y a sus costados, en cada momento de la canción haya por lo menos un integrante de Muse mirándote de frente. Nunca, en las dos horas que duró el espectáculo, los tres músicos, Matt, Christopher Wolstenholme y Dominic Howard le dieron la espalda al mismo tiempo a algún sector de la audiencia.

Además, por la forma en la que quedaban perfectamente repartidos sobre la superficie de la construcción futurista al centro de la cual quedaban los tambores, estaba claro que sus desplazamientos, aunque de apariencia natural, habían sido ensayados con precisión británica.

La noche inició alrededor de las 8:30 con la actuación de The New Regime, el grupo de Ilan Rubin, que ha tocado la batería con Lostprophets, Nine Inch Nails y Paramore para distintos proyectos en vivo y en estudio, y ahora se colgó la guitarra. Acompañado por un percusionista y un bajista, cumplió con su labor como telonero sin nada más que destacar. La banda sonó bien, pero le faltan kilómetros de recorrido. Además, abrir un concierto de Muse, en una gira de estos tamaños, representa una corrida de la que pocos podrían cortar orejas y rabo.

A las 9:40 un regimiento de integrantes de seguridad vestidos con cascos luminosos se desplegó alrededor del escenario. Después, los drones, en forma de esperas blancas, que reposaban en lo alto del sistema de luces fueron descendiendo lentamente mientras los Muse aparecían para tocar Reapers.

La respuesta de la gente fue instantánea. El griterío de 25mil personas emocionadas no existe guitarra –ni la de Bellamy– que lo pueda acallar. La primera canción, la segunda (Psycho) y la tercera (Dead inside), prácticamente fueron inaudibles. Sin embargo, el despliegue de proyecciones –como la del Sargento informándole a la concurrencia que nuestro trasero le pertenece, en un homenaje a Full Metal Jacket– no ofreció espacio a la distracción. Muse derrumbó la cuarta pared que algunas bandas de rock levantan entre ellos y su público, para que lloviera una tormenta de estímulos que incluso a una generación dependiente del celular la obligó a estar atenta.

El set list presentó una curaduría caprichosa. Los ingleses se dieron el gusto de tocar un tema de diez minutos como The Globalist, pero repartieron hits a diestra y siniestra, entre ellos Hysteria, Supermassive Black Hole, Starlight, Undisclosed Desires y Time Is Running Out.

Las referencias a la teoría de la conspiración, los ovnis y el poder no faltaron, toda vez que son obsesiones personales del cantante.

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Un momento ilustrativo fue mientras la banda interpretaba The 2nd Law: Isolated System y detrás de Matt y Chris se proyectaron en las pantallas unas manos gigantescas de las que se desprendían cuerdas de luz que iban a dar a los músicos. Así, mientras el vocalista le repetía al micrófono: “en un sistema aislado, la entropía no hace sino aumentar”.

Durante las 21 canciones, sobre todo aquellas con ADN de himno, como Knights of Cydonia, la gente hizo lo que te tocaba: corear las letras, levantar las manos, empujarse para intentar tocar al mesías Bellamy cuando se bajaba a cantarles a la valla de seguridad, intentar coger los drones que volaban bajo, beber cerveza tibia, exhibir sus camisetas (oficiales y piratas) con el orgullo del sargento recién ascendido que presume su insignia, regodearse la vista (nosotros) con las bellas chicas que la banda convoca, dejarse embrujar (ellas) por el carisma de los británicos encima de las tablas, ser uno todos, la masa, la banda y hasta los elementos de seguridad con sus cascos luminosos.

Porque ya lo había anticipado otro grupo inglés, muchos antes que Muse: en el primero de los tres conciertos (y un Corona Capital) de Muse en el DF, se derrumbó una pared. La cuarta. Y lo dijo Pink Floyd: todos fuimos ladrillos de la pared.

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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