#LaPielImpresa: El porno es educación

Por Facundo
@facufacundo
Cuando un padre comete un error al educar a un hijo es frecuente escuchar la justificación de: “Nadie nos enseña a ser padres”. Y esa misma lógica se puede trasladar a cualquier ámbito de la vida. Así que cuando cometemos un error grave en la cama podemos aplicar el mismo principio argumental y decir: “Nadie nos enseña a coger bien”.
Esto es más evidente cuando apenas se están haciendo los primeros pininos con el pepino: agarras de más, agarras de menos, aprietas mal en cuestión de localización e intensidad, haces demasiado o muy poco ruido. Pero… “Nadie nos ha enseñado”. La experiencia es el mejor antídoto contra la ignorancia, pero lo único complicado acerca de ella es que para conseguirla no hay atajos; son horas de vuelo, de práctica, y cuando se habla de sexo, de didáctico agasajo.
Entonces, ¿qué opción tienen aquéllos quienes no quieren quedar como unos novatos insípidos con sus primeras parejas sexuales? La respuesta es simple: Recurrir a una maestra que no es celosa, que no se queja y que siempre está ahí para nosotros: la pornografía.
Desde que somos niños empezamos a notar una necesidad irrefrenable por conocer todo aquello que pueda proveer respuestas a las cientos de dudas que nos surgen acerca del sexo. Desde algo tan sutil como un ¿cómo se ve una mujer desnuda?, hasta preguntas más escabrosas como: ¿qué es un beso negro?.
Así que a esa edad nos volvemos investigadores, exploradores en búsqueda del cáliz secreto que no es otra cosa que la experiencia de la que carecemos representada a través de los ojos de alguien más. Es así como de la mano de la pornografía, iniciamos prácticas con un cuerpo prestado. La revista que tienen en las manos ha sido la piedra filosofal de muchas generaciones para el comienzo sutil y fino de la exploración.
He escuchado a muchas personas (sobre todo mujeres) decir que la pornografía es asquerosa y en algunos extremos (como el de la novia de un amigo cuyo nombre no diré) que es una práctica del Diablo. La verdad yo creo que el Diablo tiene mejores cosas que hacer que estar incitando a un grupo de “chichonas californianas” a besarse las intimidades mientras que “artistas del celuloide” las filman y las instruyen para gritar más… Un poquito más.
A través de las películas pornográficas yo me enteré de que el semen no siempre tiene que acabar en la basura junto al condón, que el “misionero” puede ser complementado con otras 125 posiciones, que cuando las mujeres están muy excitadas pueden experimentar la expulsión de “la pipí de la pasión”, corroboré que mi pene es tamaño normal y que la creatividad humana es casi ilimitada cuando se trata de inventar opciones nuevas para la penetración.
Pero lo más importante de esos primeros descubrimientos es la opción que me regaló la pornografía de no llegar en cero a la cita real con la frotación corporal con una compañera de carne y hueso.
Me enteré de que debe haber un preámbulo antes del sexo, que incluya una mezcla perfecta: unas cucharaditas de besos, un twist de frotamientos y una pizca de arrimones, todo esto para no llegar en frío al platillo principal. También del porno saqué la idea de que a toda buena faena le antecede una buena sesión de amor en su forma oral, idea que rápidamente desmintieron algunas amigas que se ofendieron cuando de manera sutil empujé su cabeza hacia mi regazo. A esta pequeña decepción producida por la diferencia entre el porno y el mundo real le siguieron otras como darme cuenta de que las mujeres a veces no gritan tanto cuando les estás “haciendo las relaciones” o no hacen cara de sorpresa con sonrisa de antojo cuando te bajas los pantalones, o que no todas las vecinas están dispuestas a acostarse contigo.
Pero esos detalles negativos son fáciles de olvidar porque el porno me dio la oportunidad de no quedar como un tarado que no sabía dónde iba qué cuando la vida me dio la oportunidad de perder mi virginidad en una playa. Conocía ya la sucesión de eventos que llevan a una mujer al clímax… ¿Dónde besar?, ¿dónde apretar?, ¿cuánta lengua y dónde? y muchos otros pequeños detalles que absorbí como una pequeña esponja sexual.
Después la práctica afinó mis cualidades amatorias al grado de que me he convertido en un experto en distinguir cosas reales y exageraciones cuando de porno se trata. Por ejemplo: En la vida real las mujeres no siempre usan tacones de aguja para hacerlo, los hombres no siempre estamos listos al segundo uno, ni duramos tres horas y media, si descubres a una mujer masturbándose no siempre te va a invitar a tener sexo con ella, las mujeres no siempre gritan “Oh yeah, my god” cuando estás en medio de la acción, las enfermeras no siempre le hacen sexo oral a sus pacientes, los orificios no siempre están perfectamente limpios y rasurados, a los hombres a veces nos cuesta más trabajo convencer a una mujer de tener sexo con nosotros que sólo usando jeans apretados, y la variedad de mujeres es más amplia que las adolescentes sexies, “Milfs” experimentadas y razas variadas.
Más allá de los mitos, las verdades a medias, las mentiras disfrazadas y las exageraciones cínicas agradezco al porno por haberme conseguido, con sus bien ilustrados consejos, mis primeras felicitaciones de una fémina satisfecha. Y eso, amigos míos, es la definición misma de un subidón.