CRÓNICA GODÍNEZ: POR QUÉ ODIO LAS CANTINAS DE OFICINISTAS

Por Arturo J. Flores (@ArturoElEditor)

“Vamos, güey, va a estar bueno”, decían. “¿Dónde es?”, pregunté y la respuesta hizo que se me subiera un chorro de jugo gástrico por el esófago. Nunca antes había ido, peor la vida Godínez me enseñó a desconfiar de los bares que se hacen llamar “Cantina esto, Cantina lo otro…” o peor aún, quienes ostentan nombres como La Chilanga, La Chillona, La Chelada, La Chundita y similares.

Las detesto porque…

      Sus paquetes

Si pides una cerveza, te ofrecen una cubeta con 6. Si quieres un taco al pastor, te quieren atorar con la orden de 10. Si se te antoja un whisky, no te quitas de encima al mesero hasta que accedes a comprar la botella entera. Entonces, la dichosa “ganga” incluye sólo refrescos diminutos que no alcanzan para mezclar y tienes que pedir otro paquete complementario en el que las bebidas con gas te cuestan más que el alcohol.

      Sus botanas

Quienes nos educamos laboralmente yendo a las auténticas bebedurías de la vieja escuela, estamos acostumbramos que por tres copas tienes derecho a degustar una auténtica botana: chamarros, chicharrón en pasilla, carne en su jugo, caldo tlalpeño o arroz con un huevo estrellado, por lo menos. No los totopos de caja con salsa de hace cinco semanas, rebajada con agua, que te proveen las falsas cantinas en las que los Godínez se refugian los viernes.

    Sus propinas

Si has ido a visitar a un amigo al Reclusorio no te sorprenderá que en estas cantinas de porquería hay que darle propina al cadenero que te deja entrar, a la hostess que te lleva a la mesa, al mozo que te alcanza el papel para secarte las manos en el baño, al que te cuida el saco en el guardarropa… cuando por fin te sientas y te traen la carta, ¡ya te gastaste la mitad de lo que llevabas! Además, la propina nunca baja del 20% y encima es obligatoria. Mis polainas.

     Sus clientes

Sitios así son frecuentados por un personaje recurrente. No habla, sino que grita. Mientras más bebe, más fuerte. Se afloja la corbata, se arremanga la camisa. Se la desabotona. Se pasea de mesa en mesa en busca de mujeres a las que intenta ligar, sin soltar su vaso, con frases como “a mí no me sacan de aquí, todos los viernes vengo y no me dejan concursar en las las turbochelas porque todos aquí me la pelan”. La mala copa es su ley.

     Su selección musical

Estas sucursales del infierno deben ser los únicos lugares sobre la tierra que conservan discos originales de los boleros de Luis Miguel, La Onda Vaselina o The Sacados. Y lo más lamentable no es que los lugareños las bailen o las desafinen en el karaoke, sino que ya entrada la noche vuelvan a sentirse niños y orgullosos celebren que el DJ, por llamarlo de alguna manera, les toque ilarié de Xuxa.

     Sus variedades

Desde comediantes a los que deben haber corrido del más vulgar de los programas del Canal 2 hasta payasos que practican globoflexia para beneplácito de los borrachos, en las cantinas Godínez me ha tocado presenciar los más infames derroches de falta de vergüenza y amor propio. Incluso grupos de covers que destrozan Música ligera, intentando realizar un homenaje a Gustavo Cerati. Por fortuna él ya no los puede escuchar. Una vez, hasta una botarga vi bailar encima de una mesa.

      Sus charlas

Basta parar oreja a lo que están platicando en la mesa de junto para que te entren ganas de darte un tiro. Los Godínez que frecuentan falsas cantinas no tienen más tema de conversación que el trabajo mismo. Trasladan su oficina estos antruchos de cuarta, y lo que sostienen no son tertulias, sino juntas. Fulanito me caga. El licenciado me trae de su pendejo. Yo sí le daba a Sarita. No han depositado la quincena. ¿Sabes si va a haber puente? Dicen que habrá recorte.

     Sus cumpleaños

He tenido pesadillas en las que yo mismo celebro mi onomástico en un sitio de esos, con una pesa atestada de panzones encorbatados, mujeres enfundadas en trajes sastre y de pronto aparecen los meseros para ponerme delante un gansito nauseabundo con una vela encendida en medio. Por las bocinas se escuchan Las Mañanitas con mariachi y después de embarrarme la cara con el pastelito, me obligan a tomarme un shot de tequila y después, el capitán de meseros me sacude el cráneo.

Y sin embargo aquella vez que me invitaron, fui.