¿Qué es el porno ético y por qué hay que hablar más de él?

Cuando hablamos de la llamada industria del porno –también conocida como de entretenimiento para adultos, la cual genera según un informe de 2022 de Market Research Future, supera los 30 mil millones de dólares en ingresos, incluyendo plataformas en línea, producción, distribución y otros servicios relacionados- continuamente escuchamos sobre lo terrible que son sus condiciones laborales, ausencia de orgasmos femeninos y la centralidad en el coito. En este sentido, cuando hablamos de “porno ético”, nos referimos a aquel que se produce respetando los derechos, el consentimiento y el bienestar de todas las personas involucradas, tanto en la producción como en el consumo.
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México es uno de los mayores generadores de tráfico en plataformas como Pornhub. En 2023, las búsquedas mexicanas sobre pornografía representaron el 5% de todas las visitas globales, mismo año que nuestro país ocupó el tercer lugar en consumo de este tipo de contenidos a nivel mundial. Cabe mencionar que 48% de la audiencia es ocupada por mujeres, factor entre muchos otros que obliga a cuestionar las condiciones éticas de nuestro consumo del también denominado “nopor”.
Es fundamental, entonces, darle un lugar a la creación y consumo ético de porno con el mismo rigor con el que deben señalarse las violencias y la crueldad detrás del porno mainstream (es decir, el tradicional). El problema no son las representaciones de sexualidad explícita, sino los abusos de la industria y la falta de representación de cuerpos y narrativas diversas a las planteadas por la mirada masculina.
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Porno ético vs Porno mainstream
El porno ético se diferencia del tradicional en que prioriza prácticas laborales justas, representación diversa y una mirada más realista sobre la sexualidad. Desafortunadamente, la industria mainstream está llena de lagunas legales, lo que fomenta desde la ausencia de regulación laboral, el riesgo a la explotación y la estigmatización de las personas que ponen cara y cuerpo para la generación de contenidos triple equis.
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En el porno mainstream mientras un video es vendido a más de una plataforma, actores y actrices jamás perciben algo por las reproducciones. Sin embargo, hoy ya muchas productoras permiten que la plantilla actoral sea dueña de su contenido o reciban regalías. El porno ético procura que les espectadores paguen por el contenido en lugar de acceder a plataformas gratuitas que suelen lucrar sin beneficiar a los creadores.
Por otro lado, las imágenes que consumimos no sólo representan la realidad que habitamos, también la construyen. La falta de representación de historias diversas ha dejado a muchas identidades fuera de un imaginario sexual visible. El porno ético apunta a mostrar cuerpos, orientaciones y prácticas sexuales diversas. También evita la fetichización de minorías o la reproducción de dinámicas de poder problemáticas.
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¿El porno educa?
La mayoría de la pornografía no está pensada para educar, pero de alguna manera influye en nuestros imaginarios sexuales y deseos. Afortunadamente, existen representaciones que sí buscan educar. Algunas plataformas de citas para adultos ya tienen secciones de Educación Sexual en donde usuarios mayores de edad pueden acceder a videos educativos y explícitos sobre prácticas sexuales, tales como squirts, cunnilingus o bondage genital.
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El problema del porno tradicional radica en que la mayoría de las veces no lo reconocemos como una ficción cuidadosamente dirigida, actuada y editada, y, en lugar de eso, trasladamos sus expectativas a la vida real. Abolir el porno no parece ser la solución, ya que esa perspectiva asume que no puede haber representaciones sexuales fuera de una producción y mirada predominantemente masculina.
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Ante la avalancha de contenido, cabe como en cualquier producto que consumimos, preguntarnos acerca de la ética que existe detrás de su producción, haciéndonos responsables. Es momento de hacerlo con el porno.