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Nuestro amor por los senos no es obsesión ¡Es evolución!

Por: Playboy México 26 Jul 2018
“¡Mis ojos están arriba!” Cuántas veces ellas no han pensado, o dicho, esa frase; pero nuestro gusto por los pechos es inconsciente e incluso forma parte de nuestra naturaleza
Nuestro amor por los senos no es obsesión ¡Es evolución!

En un mundo imaginado por Hideki Yamada las mujeres que dominan la sociedad tienen increíbles pechos que les garantizan fama y riqueza, mientras las desafortunadas que no tienen semejante tamaño ni siquiera son vistas como humanas. Afortunadamente, este universo está muy alejado del nuestro, pero el amor que tenemos por ellos, en ocasiones, irradia en esa locura.

Está en nuestra naturaleza

La reproducción es un instinto básico para cualquier ser vivo, elegimos a nuestras parejas detectando a las que aparentan ser más sanas, debido a que estos elementos garantizan una descendencia fuerte.

Grandes cuernos, hermosas plumas o majestuosos colmillos; todos son elementos con los que los animales muestran que son la pareja adecuada. Por miles de años nos hemos condicionado al igual que esas especies al buscar aspectos atractivos en las mujeres, en este sentido los grandes senos y las curvas pronunciadas se nos presentan como muestras de una gran salud.

 

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Esto explica las numerosas esculturas y figuras de diosas de la fertilidad. Obras realizadas por diversas civilizaciones alrededor del mundo. A pesar de la diversidad, en la mayor parte de los casos, tienen las mismas características: grandes senos, muslos, caderas y glúteos. Desde tiempos inmemoriales sabemos lo que buscamos.

Y en nuestro origen

Además, los senos nos introducen al mundo: cuando un bebé es amamantado, se libera oxitocina desde la glándula pituitaria, lo que provoca un vínculo de confianza y relajación. Curiosamente, esta hormona también se genera durante el sexo y provoca esa sensación de satisfacción que nos llega después de un orgasmo. En pocas palabras, queremos revivir nuestro pasado.

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La ciencia y los beneficios

El instinto hace que nos llamen la atención, razón por la cual no podemos dejar de verlos. Los datos científicos sustentan este deseo: el 47 % de nosotros vemos los senos de una mujer cuando la conocemos y otro tercio se dirige a la cadera.

 

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La forma en que funciona nuestro cerebro explica las razones detrás de la fascinación; tiene un sistema interconectado que se activa cuando ve simetría o un gran estímulo, los sensores se activan con determinadas señales que encontramos estéticamente atractivas. Al ver un par de grandes pechos, nuestras neuronas nos suspiran, desean crear esa increíble conexión que tanto nos gusta.

Por si fuera poco, la excitación sexual mejora notablemente la circulación de la sangre y nos hace más sanos; incluso 10 minutos de ver senos grandes puede prolongar nuestra vida por cinco años.

Parte de nuestra evolución, historia y biología, no cabe duda que nuestro amor por los grandes senos no es coincidencia y forma parte de nuestra identidad como hombres.

 

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