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La ciencia del beso; lo que hay detrás de la puerta de la pasión

Por: Iván Montejo 05 Abr 2022
Una de nuestras actividades favoritas, un mundo se encuentra detrás de un beso. Cambios físicos, emocionales e incluso genéticos, su ciencia es casi tan fascinate como dar uno
La ciencia del beso; lo que hay detrás de la puerta de la pasión

El beso es un elemento central para la satisfacción sexual y por desgracia en muchas ocasiones queda relegado durante el sexo. Se hace a un lado, pero se trata de una actividad central en la vida del ser humano e incluso ha influido en nuestra conformación física, es el elemento que nos abre las puertas al placer y debe retomar su importancia.

No siempre han sido iguales

Se cree que los besos se originaron a partir de la alimentación a través de la boca y a lo largo del tiempo ha ido cambiando su significado. Para la mayoría, un beso en la boca implica atracción física entre las partes participantes; pero esto no siempre fue así, en diversas culturas todavía se sigue considerando una muestra de amistad, e incluso en la Edad Media los caballeros solían hacerlo para demostrar respeto.

Parte de nuestro ser

Los besos nos han acompañado por siglos, razón por la cual los labios han cambiado para adaptarse y mejorar los efectos que provocan. Están llenos de células receptoras y, junto con las manos, se trata de una de las zonas más sensibles del cuerpo. No cabe duda que nuestra obsesión ha mejorado nuestra forma de sentir, en un futuro probablemente provoquen el doble de placer.

 

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Grandes efectos

Mientras que los pavorreales muestran sus plumas, los humanos escogen a sus parejas a través de los besos. Inconscientemente, buscamos parejas que sean distintos a nosotros debido a que la genética aumenta con la diversidad. Los besos se convierten en el arma para distinguir entre los genes distintos y escoger a la pareja correcta.

El cerebro se altera completamente durante un beso, se crea una especie de coctel químico con tres sustancias: dopamina, oxitocina y serotonina. La combinación activa directamente los centros del placer, lo que se traduce en euforia, afección y comportamiento adictivo. En pocas palabras, es una droga para disfrutar sin consecuencias.

Roberto Carlos aseguró que todo lo que le gustaba era “ilegal, inmoral o engorda”; afortunadamente el beso no cumple ninguno de los tres adjetivos y es el iniciador de un placer infinito y adictivo.

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