En la penumbra de un café del centro de la ciudad, Julia (nombre cambiado para proteger su identidad) juguetea con la cuchara de su espresso. Sus uñas están perfectamente pintadas de rojo carmesí y su mirada es penetrante, pero también cansada. No tiene problema en hablar del tema, aunque sabe que para muchos su historia es un tabú. Julia es ninfómana, y su vida está marcada por un deseo incontrolable que ha condicionado cada aspecto de su existencia.
“Siempre pensé que tenía una libido alta, pero no entendía que lo mío iba más allá de lo normal”, dice Julia, de 34 años, mientras se acomoda en su silla. “No era solo deseo, era una necesidad que no podía controlar”.
Su adolescencia estuvo marcada por relaciones fugaces y una constante insatisfacción. Lo que para otras mujeres podía ser una experiencia pasajera de deseo intenso, para ella era una urgencia diaria. “Podía tener sexo varias veces al día con diferentes personas y aún así sentirme vacía”, confiesa.
Finalmente, en una consulta con una psicóloga, le pusieron un nombre a lo que sentía: trastorno de hipersexualidad femenina o, como es popularmente conocido, ninfomanía. “Fue un alivio y un golpe al mismo tiempo”, dice. “Por un lado, entendí que no era solo mi culpa, pero por otro, me enfrenté a la realidad de que era un problema serio”.
Para Julia, ser ninfómana no es un cuento erótico ni una fantasía de película. Es una condición que ha puesto en riesgo su estabilidad emocional, su salud y hasta su seguridad. “No es solo querer sexo todo el tiempo, es sentir que lo necesitas como si fuera oxígeno”, explica.
Según un estudio de la Universidad de California, alrededor del 6% de la población experimenta algún tipo de trastorno hipersexual, y dentro de ese porcentaje, solo un 2% corresponde a mujeres. La razón detrás de esta disparidad puede estar ligada a cuestiones hormonales y neurológicas, pero también al estigma social que hace que muchas mujeres no busquen ayuda.
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Los especialistas advierten que la hipersexualidad puede derivar en conductas de riesgo, como el sexo sin protección, relaciones con desconocidos y un alto nivel de insatisfacción emocional. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las personas con este trastorno tienen un 35% más de probabilidades de desarrollar ansiedad y depresión que la población general.
Julia ha tenido encuentros en lugares y con personas que jamás habría considerado si no estuviera dominada por esa urgencia. “Muchas veces no me importaba quién era la otra persona, solo quería aliviar la sensación. Después venía la culpa, la ansiedad y la tristeza”.
Su testimonio coincide con el de expertos como el psicólogo clínico Arturo Pérez, quien señala que la ninfomanía “no es un capricho ni una conducta libertina, sino un trastorno que puede estar relacionado con traumas, ansiedad o incluso desequilibrios neuroquímicos”.
La vida amorosa de Julia ha sido un constante sube y baja. “Muchos hombres piensan que tener una pareja ninfómana es el sueño dorado, pero no lo es”, dice con una sonrisa amarga. “Cuando ven que nunca es suficiente, que mi deseo no tiene límites, se asustan o se hartan”.
Ha intentado relaciones estables, pero la hipersexualidad muchas veces se convierte en un problema. “No es solo que quiera sexo todo el tiempo, es que si no lo tengo, entro en un estado de ansiedad que me consume”.
El problema se agrava con el juicio social. “A una mujer con mucha actividad sexual se le juzga, se le tacha de promiscua o de fácil”, comenta. “Si fuera hombre, me dirían ‘un conquistador’. Pero como soy mujer, soy ‘una enferma'”.
La sexóloga Alejandra Cárdenas indica que el concepto de ninfomanía ha sido tergiversado en la cultura popular. “La hipersexualidad femenina se ha romantizado o demonizado, cuando en realidad es un tema de salud mental que requiere tratamiento. No es una broma ni una fantasía masculina, es un padecimiento real”.
Foto: Pixabay
Para Julia, la hipersexualidad no solo ha tenido consecuencias emocionales, sino también físicas. “Hubo un punto en el que tenía infecciones recurrentes, mi cuerpo estaba agotado, pero mi mente no podía detenerse”.
La doctora Lorena Muñoz, especialista en psiquiatría, explica que el trastorno hipersexual puede causar un desgaste en el sistema nervioso. “La constante liberación de dopamina y endorfinas hace que el cerebro busque más y más placer, generando un ciclo de dependencia similar al de las adicciones”.
Además, la ninfomanía puede estar relacionada con trastornos obsesivo-compulsivos (TOC) y abuso de sustancias. Según datos del Instituto Nacional de Salud Mental, el 40% de las personas con hipersexualidad presentan otro trastorno mental asociado.
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Hoy, Julia está en terapia y ha logrado establecer ciertos límites. “No ha sido fácil, pero estoy aprendiendo a controlarlo. Ya no es sexo por impulso, sino por elección”, dice con determinación.
Asiste a grupos de apoyo y ha reducido el número de encuentros sexuales a través de estrategias terapéuticas. “No quiero que el sexo controle mi vida, quiero ser yo quien tome las decisiones”.
Según la Asociación Americana de Psiquiatría, los tratamientos más efectivos incluyen terapia cognitivo-conductual, medicación para regular la dopamina y grupos de apoyo similares a los de los adictos al sexo. “Es un trabajo constante, pero se puede lograr una vida más equilibrada”, afirma la psiquiatra Muñoz.
Para muchas personas, la ninfomanía sigue siendo un mito o una exageración. Pero Julia sabe que es real. Es su vida, su lucha y su historia. Y aunque su deseo nunca desaparecerá, ha encontrado la manera de vivir con él sin dejar que la consuma.