La primera vez que fui a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL Guadalajara) fue en el 2009. No recuerdo muy bien cuál fue la mayor motivación, pero entre ellas estaba conocer a Santiago Roncagliolo, escritor peruano que me había cautivado con su novela Abril Rojo (Alfaguara, 2006) y a quien comencé a admirar profundamente. Cómo sería de ingenuo que cual adolescente despertando al deseo, por mi cuerpo recorría una especie de ansiedad al acercarse los días, sentía que al primer segundo de comenzada la feria era imperiosa mi presencia. Para tal aventura convoqué a un buen amigo, lector apasionado pero poco aprehensivo con los libros, de esas personas ya en peligro de extinción que prefería irse a las bibliotecas a sacarlos a préstamo, dado que comprar una edición estándar le dejaba la quincena en números rojos. Usualmente quienes se aventuran a un viaje suelen investigar, ver a qué condiciones se enfrentarán, pero nosotros no vimos más que la necesidad comprar dos boletos de autobús y dirigirnos a Guadalajara justo el día que se inauguraba la feria. Escribo esto como contexto porque ahora es muy distinto, quienes me leen y conocen la feria saben que todos los caminos llevan a la FIL Guadalajara, no hay medio literario y cultural que no la vaya mencionando poco a poco, cada vez más, conforme se acerca la hora. El reloj comienza desde el último día de la pasada feria y no son pocos quienes siguen fielmente el conteo inverso. Y es que la FIL Guadalajara no es sólo una feria, es “La feria”, la más importante en lengua española; para los fans, la más importante del mundo. Cuando mi amigo y yo arribamos a la ciudad, le sugerí que tomáramos un taxi para llegar directos y sin problema, pero él me convenció de minimizar costos tomando varios autobuses, cosa que después agradecí cuando pude comprar más libros. Jamás podré olvidar el momento en que nos acercábamos a la Expo, lugar donde se realiza la feria, el palpitar de mi corazón y el inocente pensar de un primerizo en la FIL
Mi primera vez en la FIL Gudalajara fue inocente, pero jamás he dejado de sentir la misma emoción cada que estoy en esa rampa que me lleva a ingresar. Ya se ha vuelto una grata tradición esperar el día emocionado para acumular recuerdos. Fue allí donde conocí a Roncagliolo teniendo de fondo a un todavía vivo Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, allí recibí un autógrafo para mi hija de un Carlos Monsiváis a tan sólo meses de morir; allí estreché la mano de Fernando Vallejo, uno de los autores que más admiro; y allí veía siempre en el mismo lugar a Antonio Ortuño, que ante mi timidez bajaba la mirada y jamás me atreví a saludar, sin pensar que algún día sería mi amigo, y que este año espero verle para darle un fuerte abrazo.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara es toda una fiesta, una donde miles de personas alcanzan su rebanada del pastel, donde todos tienen su historia, quizá algunas más impresionantes que otras, pero todas con su razón de ser, y eso me hace sonreír e indudablemente me lleva a la siguiente pregunta: ¿Qué sería de quienes amamos los libros si no tuviéramos la maravillosa FIL Guadalajara?