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Tijuana, en busca del Donkey Show

Por: Playboy México 21 Ago 2018
Un reportero gonzo se dio a la tarea de averiguar si aquella leyenda sobre espectáculos eróticos en los que estaba […]
Tijuana, en busca del Donkey Show

Un reportero gonzo se dio a la tarea de averiguar si aquella leyenda sobre espectáculos eróticos en los que estaba envuelta una bestia, como se menciona en viejos libros y películas clásicas, alguna vez fue real.

Fotografías y texto de Manuel Noctis

Cuando le platiqué a mi novia que en Playboy México me pidieron armar una crónica sobre los donkey show en Tijuana, me dijo: “No te creo, qué asco, seguramente me lo estás diciendo para ir a ver putas a Coahuila”. Le expliqué todo el rollo durante buen rato, le formulé cada uno de los pasos y le puse en la mesa el sentido en el cual giraba la investigación pero no logré convencerla del todo. Y la entiendo, la fama de borracho, fiestero y trasnochador que traigo a rastras no me dejaba bien parado ante esta situación, así que me hice a la idea de que lanzarme en búsqueda del Donkey Show en Tijuana y deambular por la zona para recabar datos e información sería un doble reto para no levantar sospechas en casa, pero sobre todo entre la gente de los prostíbulos y del lugar.

Adelitas Bar Tijuana BYN

El Molino Rojo

En el libro The Godfather Returns, escrito por el estadounidense Mark Winegardner, la esposa de Fredo Corleone, Deanna Dunn, se encuentra entusiasmada por ver uno de estos espectáculos; el relato dice que se dirigieron a México por capricho. Una vez que llegaron, Deanna insistió en ir a ver un donkey show porque pensaba que ver a un burro teniendo sexo con una adolescente india era divertido”. Aunque en él no se menciona a Tijuana, no se descarta el hecho de que ese pasaje esté altamente influenciado por la “leyenda negra” que desde la Segunda Guerra Mundial se generó en la ciudad. Según algunos personajes de antaño como El Bolas, en Tijuana existió un lugar llamado el Molino Rojo “al que llegaban muchos americanos, coreanos y hasta filipinos, entre ellos soldados y marines del otro lado”. Un decadente lugar que cumplía con todos los caprichos y antojos de los visitantes y en donde, se dice, se realizaban espectáculos zoofílicos no solamente con burros, sino con perros, simios y otros.

En la película Losing it, ambientada en 1965 y protagonizada por Tom Cruise, cuatro morros se aventuran en un viaje por Tijuana para encontrarse con un “donkey show” y aprovechar para perder su virginidad con alguna prostituta de la zona. En una de las escenas, los jóvenes se encuentran en una cantina en la que sale un personaje paseando un burro por el local. Mientras va pasando, los asistentes comienzan a gritar “donkey, donkey, donkey”, y un poco más adelante, se ve a Tom Cruise salir del lugar y cuando es alcanzado por una chica, al fondo se puede percibir una silueta con el letrero “Moulin Rouge”. Sin duda, la referencia se presenta no por obra de la casualidad, sino como elemento referente de todo lo que se quiere expresar en el largometraje: el Molino Rojo como epicentro de los aberrantes donkey show y el libertinaje que se permitía a cambio de dólares en Tijuana.

Durante la Segunda Guerra Mundial, y ante la prohibición del alcohol por la Ley Volstead en Estados Unidos, en Tijuana se generó una apertura de bares y centros nocturnos, por lo que era muy frecuente que los ciudadanos cruzaran la línea para venir y divertirse en la ciudad. Esta sobreexplotación de los bares generó un desaforado movimiento y la curiosidad entre los visitantes, al grado que muchos de los que cruzaban llegaban con la descarriada intensión de encontrar un lugar donde, se rumoraba, presentaban variedad de espectáculos en los que las prostitutas interactuaban sexualmente con los animales. Todo ello apuntaba al putrefacto Molino Rojo, del cual se desprendieron todas esas leyendas, pero que apuntaló esa idea que se sigue presentando aún en la actualidad.

La casualidad apunta hacia un burro

Una noche, me encontraba en el bar Tropic’s, en la apestosa Calle Sexta. Mientras compraba unas caguamas en la barra, le pregunté a mi amigo José, el encargado de seguridad del lugar, sobre ese rumor de los donkey show. Con una sonrisa malosa en el rostro me preguntó que quién me había hablado de esas madres. Le dije que ese desmadre era algo que en todas partes se rumoraba y que me interesaba saber dónde se realizaba porque quería investigar un poco. Soltó una carcajada, pero recobró el rostro y muy serio me dijo: “Ésas son puras mamadas, compa, eso no existe, se lo inventaron hace tiempo para atraer a los turistas y sacarles los dólares”. ¿Pero no sabes si en algún momento lo llegaron a hacer o qué onda?, le contesté. Me dijo: “Nel, no sé, a lo mejor la raza de la Coahuila sabrá que pedo, pero nel, se me hace que todo es una jalada”.

Medio confundido regresé a la mesa junto a la rocola donde se encontraba mi morra y nos seguimos bebiendo las cervezas que había comprado. Entre la plática y los corridos alterados que escuchábamos, olvidé todo ese pedo engorroso de putas cogiendo con burros y estadounidenses eufóricos aplaudiendo y esparciendo dólares por todo el lugar. La noche comenzaba a hacer estragos y medio briagos nos brincamos al bar de enfrente, el Blanco y Negro, un lugar bien bizarro que parece salón de fiestas para quinceañeras y chambelanes. Traíamos la idea loca de enseñarnos a bailar, de agarrar el ambiente ahí y después treparnos a la zona, al bar La Estrella o al Karla’s Place para seguir el relajo y aprovechar para mi investigación, pero la idea se difuminó a la segunda caguama que bebimos y medio ondeados decidimos mejor agarrar el taxi que nos llevara a casa para descansar.

Unas semanas después, en la redacción del periódico donde trabajo actualmente, le pregunté sobre los donkey show a mi amigo y colega Miguel, periodista de larga y probada trayectoria que trabajó en el periódico Zeta durante la época de su esplendor en Tijuana, y me dijo tajantemente: “Esas cosas no existen y siempre se ha utilizado eso como gancho para atrapar a los que piensan que en Tijuana van a encontrar una cosa tan bizarra como ésa”. Mi colega me comentó fríamente que los donkey show eran una treta que usaban antaño los taxistas de la calle Sexta para meter turistas a los bares y ya borrachos bajarles los dólares que cargaban. Los taxistas traían todo ese rollo, pero no existe, hay una película o algo de El Padrino en donde según lo traen a Tijuana a un show y de ahí quizá se extendió el mito, me comentó.

Testigos oculares

Deambulando en la red con el celular de mi morra, encontramos algunos blogs con historias breves y testimonios de personas que aseguran haber estado en uno de estos shows, pero ninguno da prueba o muestra fehaciente de que realmente estuvo en un lugar así. La mayoría de estos cabrones dice haber estado en lugares como el Adelita Bar o El Farolito, donde según se cuenta, un bato se presenta alrededor de las dos de la mañana anunciando que en breve se realizará un donkey show en uno de estos antros, incluso algunos de los que comentan haber estado en estos espectáculos señalan que en la festiva avenida Revolución hay personas obsequiando flyers en los que se anuncia e invita a los shows, pero ninguno de ellos da señales de que todo ello sea verdad. Ahí mismo en la redacción donde trabajo, una compañera me dijo que uno de sus amigos juraba y perjuraba que en alguna ocasión había estado en uno de ellos, pero no recibí nunca una respuesta ante la insistencia de que me contara toda su versión y me mostrara algo en concreto que diera pie a que esto fuera verdad, así que lo terminé ignorando.

Unos tacos a cambio de la verdad

Hace un par de días, después de haber asistido a una rueda de prensa en la Escuela Libre de Arquitectura —en la calle Coahuila— con el cineasta Carlos Reygadas y el elenco del documental Navajazo, aproveché para caminar por “la zona” y tomar algunas fotos que ilustraran este texto. Afuera de lo que ahora es el estacionamiento del Molino Rojo me encontré con un taquero que me observaba malosamente mientras capturaba imágenes con mi camarita. Para evitar problemas me acerqué muy curioso y le pregunté por aquel lugar. Me dijo que sí, que el Molino Rojo albergó en su momento infinidad de leyendas de ese tipo que atraían a los turistas, pero que nunca en su vida había visto un espectáculo de ésos. Le pregunté que si acaso había alguien por ahí en la zona que pudiera ayudarme pero no contestó y medio disimulado me ofreció unos tacos. Se veían en realidad muy malos y mejor opté por retirarme y caminé unos cuantos metros en dirección al Adelita Bar. Quería ver si era posible platicar con alguno de los cadeneros. Tras de mí se aproximó un rondín de policías que me intimidaron, por lo que mejor me largué de ahí.

Pasé por el Hong Kong y pensaba llegar hasta El Farolito, pero me regresé y subí por la Calle Constitución hacia el Zacazonapan para ver si me encontraba por ahí al Panchito, dueño del Zacas, y platicar de su bar con otro tema que traigo trabajando. El sitio estaba lleno de policías y mejor me lancé hasta mi taxi, en la calle Segunda, para regresar a la oficina. Ya casi era hora de entrar a trabajar, aunque me ganó la curiosidad y regresé nuevamente por la Calle Constitución hasta la Coahuila, tomé algunas fotos y le di la vuelta a la cuadra. En la esquina siguiente, entre la Avenida Niños Héroes y la Calle Primera, una patrulla de policía se estacionó agresivamente y me detuvieron, me querían trepar así nada más porque sí pero les dije que no estaba haciendo nada malo. Me preguntaron que a qué me dedicaba y qué andaba haciendo ahí en la zona. Les dije que andaba reporteando y nada más soltaron una sonrisa. Les mostré mis credenciales de reportero y de elector y me advirtieron que no anduviera “haciendo pendejadas, que me fuera de ahí”. Ya me suponía yo que tanto movimiento por el lugar había levantado algunas sospechas, así que guardé mis cosas y me dirigí hasta el taxi nuevamente sin voltear atrás.

Mientras esperaba a que se llenara el taxi de la ruta Centro-Miraflores, le pregunté discretamente al taxista que si no sabía qué onda con los donkey show. Aunque al principio se mostró reacio a mi pregunta, e incluso me dijo que por qué le preguntaba esas estupideces, me platicó que no sabía por qué pero que me iba a contar algo que no muchos sabían. Él había trabajado un buen tiempo en los taxis libres que ahora son los amarillos, me confió, y fue parte de toda esa oscura leyenda. Me dijo: “Hace unos veinte años, nos poníamos ahí en la línea a la espera de que cruzaran los turistas, sobre todo en las noches. Cuando pasaban les mencionábamos eso de que acá en Tijuana había esas cosas de los donkey show y enseguida caían los cabrones. Lo que pasa es que a nosotros en algunos bares nos daban una comisión por cada uno que les llevábamos a embriagarse, pero eso de que se hicieran o no los shows a mí ya no me consta, porque nosotros solamente se los dejábamos ahí y nos pasaban una cantidad”. Justo cuando terminó de contarme eso, se subieron dos señoras y no quiso hablar más, solamente agregó: “Pero así estaba la cosa, joven, si andas queriendo encontrar una cosa de ésas va a estar cabrón, mucho turista pendejo dice que sí ha estado en un show de ésos, pero dicen que al final de la noche nomás es un cabrón vestido de burro que le hace ahí al juego con una mujer”.

Ciudad de cantinas

Según la Dirección de Inspección y Verificación Municipal de Tijuana, son en total 492 los antros, cantinas, bares, tugurios y centros nocturnos que existen en la ciudad. A ello hay que agregarle todos los que seguramente operan de manera clandestina. Después de más de seis meses viviendo en esta ciudad fronteriza, y de haber visitado alrededor de 40 de ellos, no he encontrado un donkey show por ningún lado. De acuerdo también a lo que me comentaron todos los entrevistados, me queda claro entonces que ésta no es más que una de las tantas leyendas oscuras que envuelven a Tijuana y que, a final de cuentas, muestran el grado de perversidad de quienes todavía entusiasmados siguen queriendo encontrar a una mujer montada en una bestia.

Cuando le platiqué a mi novia que ya había terminado mi investigación y todo lo que la gente me había platicado, me dijo: “Ay, pinche morrito paisa, es que llegaste también como todos los demás a querer encontrar algo con lo que la gente se muestra pendejamente interesado, solamente a la gente del sur le interesan esas cosas”. Le dije: “No solamente a los del sur, porque eso, según mis conclusiones, se creó para estafar principalmente a los estadounidenses”. Como sea, concluyó serenamente. Así que sobriamente ahora, concluyo: los donkey show en Tijuana no existen, sin embargo, siguen siendo un gran gancho al hígado para todos los que quieren desfalcar su billetera en cualquier tugurio de la ciudad de la fiesta eterna. Pero como ya pude también comprobarlo, no solamente es para ellos, sino para unos cuantos incautos venidos del centro y el sur del país que se deslumbran con una ciudad fronteriza como Tijuana, que más allá de la eterna fiesta y descontrol total que se oferta día y noche, también vende comida china a base de perro callejero hervido con especias, aunque ésa ya es otra historia.

[Según algunas versiones,] el molino rojo era un lugar decadente que cumplía con todos los caprichos y antojos de los visitantes y en donde, se dice, se realizaban espectáculos zoofílicos no solamente con burros, sino con perros, simios y otros animales.

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