Diputado Federal por Morena y Presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía, realizará una breve temporada de la obra Defendiendo al cavernícola, de Rob Becker, en la que se habla sobre las diferencias entre hombres y mujeres… y de paso, se defiende de sus trolls.
PB: ¿Es difícil defender al cavernícola en un México de feminicidios, en el que los hombres no nos ayudamos para cambiar el concepto que se tiene de nosotros?
SM: Definitivamente, no es sencillo defender al cavernícola. Pero además, hay que tomar en cuenta que vivimos en una sociedad matriarcal. El hombre también es macho porque así fue educado. En mi casa fuimos cuatro hombres y por fortuna, mi madre siempre nos puso a limpiar la casa y a entender que eso no nos hacía menos hombres.
PB: Una de las premisas de la obra es que los hombres y las mujeres deberíamos ser vistos como integrantes de dos culturas distintas, pero al parecer la palabra “distinto” siempre genera controversia.
SM: Sí, pero de entrada, todos somos seres humanos a quienes nos distingue el raciocinio, pero las mujeres y los hombres efectivamente somos diferentes. Por eso existe un libro que se llama Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, porque un hombre y una mujer es como reunir a alguien de Rusia con alguien de India o a un chino con un argentino. Todos son humanos, pero cada uno tiene lenguajes e historias diferentes. Eso es lo que dice esta obra.
PB: A propósito de libros, en la obra haces un chiste sobre ¡Dios mío, hazme viuda, por favor!
SM: Sí, el libro que escribió Josefina Vázquez Mota. Si escuchas la obra de una manera abierta, integral y respetuosa, te mueres de risa.
PB: Lo cierto es que en los libros y artículos de revistas que se mencionan en la obra, el género masculino sale muy mal parado.
SM: Porque se tienen un concepto muy negativo del hombre. El hombre siempre es el cabrón, el que no habla ni expresa sus emociones. Pero tiene un porqué y a través del texto, entiendes al cavernícola.
PB: Justo eso, en el texto se repite como un mantra la frase “yo no soy cabrón”, pero también anda por ahí un libro que se llama Por qué los hombres aman a las cabronas, de Sherry Argov. ¿Crees que utilizamos las palabras “cabrón” y “cabrona”, de forma maniquea?
SM: Sí, aunque todo depende del contexto. Dentro del caló mexicano, el cabrón siempre es el que va arriba de los demás. Cuando te pasas de listo, eres un cabrón. Cuando no respetas le ley, eres un cabrón. Pasa lo mismo con “puto”, lo utilizas en muchos contextos. Si hace frío, dices “qué puto frío”, que no necesariamente tiene una connotación de homosexualidad. Así somos los mexicanos y nuestro caló.
PB: La senadora Xóchitl Gálvez se volvió muy popular hace unos años precisamente por el uso de ese caló, ¿por qué al mismo tiempo las palabrotas nos dan miedo, pero nos gustan tanto?
SM: Por culpa de nuestra doble moral. Les tenemos miedo, pero las groserías no son de quien las dice, sino de quien las interpreta. Yo, por ejemplo –y me van a criticar por lo que voy a decir– les hablo con groserías a mis hijas, pero en un contexto de juego. Hasta mi mujer pegaba el brinco al principio, aunque ya le da risa. Porque les digo una palabrota, pero las cargo y juego con ellas. El tono hace la diferencia. Igual pasa con el albur. No es grosero el que lo dice, sino el que lo interpreta. Eso es lo maravilloso de nuestra creatividad, no deberíamos temer tanto a las palabras. Usamos la palabra “chingar” para todo, como los americanos lo hacen con el “fuck”. Son sólo expresiones. Chingar puede tener muchas connotaciones y depende cómo la digas, lo que significa. Pero viene de la época y la forma en como fuimos conquistados. Porque la Malinche fue “chingada”. La peor de nuestras expresiones es “chinga tu madre”, pero también puedes decir un “ya me chingué” que se escuche inofensivo.
PB: En El laberinto de la soledad, Octavio Paz habla de la masculinidad y cómo se ve afectada a través del albur, de colocar al otro como homosexual pasivo.
SM: Desde ahí manejamos esa falsa superioridad, porque pensamos que lo masculino está por encima de la mujer. Porque lo masculino es lo que penetra. Me parece una mentalidad muy retrógrada.
PB: Por un lado hablamos de masculinidad frágil, pero también de masculinidad tóxica, ¿cómo entiendes la masculinidad hoy en día?
SM: El hecho de ser hombre hoy, es como lo dice Napoleón en una canción, “hombre, si te dices hombre, no interrumpas tu jornada (…) No es más hombre el que parece (…) Ni el que más mujeres tiene, ni el que bebe más y aguanta, sino el que tiene una sola y una sed para calmarla”. Eso es ser hombre. Darle tranquilidad, amor y espacio a tu familia. No es más hombre el que bebe más cervezas, ni el que escupe más lejos o el que tiene más mujeres. Eso es ser machista.
PB: Cuando se representó la primera temporada de la obra, con César Bono, aún no se hablaba de #MeToo, ¿crees que hubiera sido bueno que muchos hombres la vieran entonces?
SM: De hecho, hago una referencia al #MeToo, que seguramente causará controversia. A ver, creo que a las mujeres les gusta que les digan cosas bonitas y a los hombres nos gusta cortejar, pero el problema es que ese cortejo se ha deformado. Lo que podría ser bonito, se convierte es una agresión sexual.
PB: En aquel tiempo tampoco se había reconocido legalmente a un tercer género ni se habían formalizado las uniones entre personas del mismo sexo. Te tocó ser legislador en una ciudad mucho más avanzada en ese sentido.
SM: Por supuesto, y me enorgullece. Soy parte de una legislatura de paridad, algo histórico, en la que por primera vez está dividido casi en un 50 y 50 de hombres y mujeres. Pero hay que seguir trabajando, porque en el momento en que la paridad deje de ser un tema, también dejará de representar un problema. Me parece terrible que las mujeres tengan que estar peleando por sus derechos, debería ser algo natural. Ahora bien, esta obra plantea que los hombres y las mujeres no somos iguales ni física ni emocionalmente, pero sí deberíamos tener los mismos derechos. Por poner un ejemplo, aunque pesen lo mismo un hombre y una mujer, no pueden competir juntos en box. Por eso las Olimpiadas se dividen en categorías. Las diferencias existen, pero eso no significa que unos y otras sean mejores o superiores, no va por ahí. Estoy a favor de la equidad en temas laborales, respecto a las oportunidades y los sueldos, porque las mujeres y los hombres pueden realizar los mismos trabajos. Pero mira, un día vi una entrevista con (la canciller alemana) Angela Merkel en la que aparecía llorando, porque algo no le había salido bien. Eso mismo, aunque ha pasado, es más complicado que lo veas con un político, porque socialmente no se lo perdonarían y eso está mal. Los hombres tenemos que aprender a expresar nuestros sentimientos y a llorar, cuando queremos llorar. Porque desde chico, nos amputan nuestras emociones. Si te caes, te dicen “¡no llores!” o existe la creencia de que un hombre no debe besar a su papá. ¡Me parece tremendo que le transmitamos ese mensaje a nuestros hijos!
PB: Así como en los 90, Francis fue un artista que causó polémica por su condición de travesti, hoy tenemos una influencer trans como Ophelia Pastrana, a quien siguen más de 300,000 personas en Twitter. ¿El entretenimiento también refleja esa transformación de la sociedad?
SM: Cualquier manifestación cultural es un reflejo de la sociedad. ¿Qué te hace mejor o peor persona? ¿Tu preferencia sexual, tu color de piel, tu posición económica? ¡Nada de eso te hace mejor ni peor! Si alguien se casa con una persona de su mismo género o decide cambiar su género porque no se siente a gusto, hay que respetarlo. Todavía hay quienes piensan que los hijos de familias homoparentales crecerán confundidos y eso no es verdad; al contrario, tendrán mucha más apertura gracias al contexto en el que viven. Un homosexual es homosexual porque así es, no porque lo haya visto en su casa.
PB: Por otro lado, ¿actuar en Defendiendo al cavernícola representará un descanso del trabajo legislativo?
SM: No será un descanso como tal, porque también aportará mucha presión. La presión del tiempo y de aprenderme 60 cuartillas. La obra es más bien un compromiso, una responsabilidad. Pero me acerca al público.
PB: Por un lado nos gusta un video en el que Vladimir Putin monta a caballo o hace pesas en el gym y otro en el que Barack Obama hace una rutina de stand up comedy, pero seguramente habrá quien se moleste contigo por subirte al escenario.
SM: Seguramente, porque somos una sociedad de doble moral. Los legisladores somos representantes del pueblo. Hay abogados, economistas, doctores, profesores, representantes de las comunidades indígenas y actores y cantantes, porque somos parte del pueblo y cumplimos con la ley para estar aquí. Pero en el tiempo libre que tengamos somos iguales a los demás. Yo soy actor por vocación, pero diputado por convicción. Quiero trabajar por México y para México, pero no puedo negar mi vocación. Debería disponer de mi tiempo libre para lo que yo quiera, siempre y cuando no interfiera con el trabajo legislativo, pero de que generará críticas, pasará, y me tiene sin cuidado.
PB: ¿Se modificó la obra para hablar de las redes sociales, que tienen mucho que ver con esas diferencias entre hombres y mujeres?
SM: Claro, porque en la vida también nos comportamos distinto según con quien nos relacionamos. Somos una persona en el trabajo, otra con la familia, con la novia o con los amigos. Interpretamos diferentes personajes y utilizamos diferentes máscaras. Las redes sociales han posibilitado que los ciudadanos puedan cuestionar a un mandatario, hasta mentarle la madre y eso nos hace sentir importantes. Las redes sociales nos han rebasado y aún no tenemos la conciencia para utilizarlas. Tanto así que si alguien que se pone a hacer estupideces, se convierte en influencer y sí, se vuelve una influencia para los jóvenes.
PB: Antes los políticos le temían a los cartones, ¿ahora le temen a los memes?
SM: Cada quien, a mí me halagan los memes por el tiempo que le dedican a hacerlos y compartirlos. Quiere decir que soy importante en la vida de las personas. No me pueden criticar si no me siguen y me escuchan.
PB: Te ha tocado que se burlen mucho de ti, ¿eso te ha hecho más cuidadoso al momento de abrir la boca?
SM: No; y te lo digo con estas palabras, me vale madres. No conozco a una persona perfecta. Yo hasta con mis hijas me puedo equivocar y de repente, decirle Antonia a la que es Victoria. Nos pasa a todos, todos los días. La diferencia es que soy una figura pública y todo mundo está pendiente de lo que digo para multiplicar mis errores. “Mayer dijo Amarilla en vez de Marina, es un estúpido, no sabe”. ¿Eso es lo que piensan? Está bien. No me preocupa, porque yo sé lo que sé y lo que quiero expresar. Esas pifias no desestabilizan al país, ni cuestan sangre. No es como si hubiera tomado una mala decisión fundamental. “Mayer dijo Palacio Nacional en vez de Palacio de Bellas Artes”. ¿Y?
Fíjate, luego de lo de la Vaquita, me habló la gente de Greenpeace y de Sea Shepherd para darme las gracias. Porque después de la campaña que hizo Leonardo DiCaprio, no se había hablado tanto de la Vaquita Marina hasta que cometí la pifia. Es que nadie escuchó la entrevista completa, donde todo el tiempo digo Vaquita Marina, pero cuando dije Amarilla, es lo que cortan y dejan. Hay personas que se lo creyeron, que piensan que no sé si es Profepa o Profeco. Lo que sucede es que si tú arrobas “profe…”, lo primero que te parece es Profepa o Profeco, y se me fue el dedazo. ¡Todos nos hemos equivocado escribiendo! Pero yo tengo una defensoría animal y he trabajado con Profepa durante mucho tiempo; por eso me da tanta risa que digan que no sé cuál es cuál. Está bien. Si decirme imbécil y hacerme memes los hace sentir bien, qué bueno por ellos, a mí no me quitan el sueño. Yo sólo pienso: ¿Te cae que me volví Trending Topic porque dije Amarilla en vez de Marina? ¿Eso es de lo que los mexicanos están pendientes?
PB: Tal vez sí veamos más memes que periódicos.
SM: Sí, con encabezados como “Mayer lo vuelve a hacer”. Pero por Dios que no me afecta. El día que conozca a alguien perfecto, me preocuparé, porque quiere decir que sí se puede llegar a la perfección; pero antes, no.
PB: Estos cambios en materia de sexos de los que habla el Cavernícola, ¿te hicieron comprender mejor por qué te gritaban tanto cuando bailabas en “Sólo para mujeres”?
SM: Claro, hay que ser pragmático y adaptarse a los cambios. Hace diez años no había parejas del mismo sexo y ahora sí. En aquel momento, hablar de un divorcio o de un hijo fuera del matrimonio representaba todo un tabú. Pero hemos evolucionando. Lo que aún me parece increíble es que haya quien critique estos avances, que etiquete a las personas. Porque decir que la gente es alta o chaparra, güera o morena, chairos o fifís sólo generan división y eso es lo que menos necesita la humanidad en este momento.