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Sargento Hardcore: sexo a la francesa

Por: Sargento Hardcore 18 Feb 2020
La tomé por el cabello y comencé a besar su cuello, sus orejas, sus labios, todo su cuerpo mientras tocaba su vagina salvajemente.
Sargento Hardcore: sexo a la francesa

Era mi primer viaje a Europa y después de haber vivido ardientes experiencias en España (que después les contaré), tomé un vuelo hacia París, quería conocer la ciudad del amor y convertir en realidad aquella fantasía francesa con la que tanto soñaba… nunca hubiera imaginado que la superaría.

Llegué por la madrugada, ya que mi vuelo se demoró más de cuatro horas. Tomé un taxi y me dirigí rumbo al hotel que quedaba muy cerca de la Torre Eiffel. Recuerdo que iba platicando con el chofer, entre su poco español e inglés era difícil poder comunicarnos, pero entendí perfecto que debía visitar la zona roja, donde el alcohol y las mujeres hipnotizan a cualquier turista.

Faltaban unas cuadras para llegar, eran alrededor de las tres de la mañana y conforme avanzábamos podía ver a grupos de jóvenes saliendo de bares, caminando, entre risas y pasos tambaleantes. De pronto mi vista se centró en un grupo de chicas fumando en una parada de autobús, estaban un poco tomadas y vestían muy provocativamente. Para mi suerte quedamos justo frente a ellas en el semáforo; me hicieron la plática en francés, yo no entendí nada, sólo las miraba pecaminosamente y ellas sonreían, hablaban entre ellas y reían. El taxi avanzó dejando atrás aquel grupo de señoritas.

Cuando llegué al hotel, aún no podía olvidar a aquellas chicas. Mi cabeza comenzó a volar e imaginarse todo tipo de escenas perversas con ellas, realmente eran hermosas. No sé si mis impulsos o el olor a marihuana en la recepción habían incrementado mis deseos sexuales, pero de pronto comencé a excitarme con solo pensar en ellas.

Subí a mi habitación y comencé a relajarme, a tocarme para poder descargar un poco mis deseos. De pronto, unos ruidos me desconcentraron, me levanté y miré por la puerta para saber qué sucedía. ¡No lo podía creer! Aquellas chicas de la parada de autobús estaban hospedadas en el mismo hotel y estaban llegando de una noche de fiesta, caminando por el pasillo, por el mismo en el que estaba mi habitación.

Abrí la puerta inmediatamente, sin ningún pudor. Estaba en ropa interior y aún tenía la erección en la que estaba trabajando antes de la afortunada interrupción. Las cinco chicas se sobresaltaron, pero al mismo tiempo me miraban con deseo y sonreían. Seguía sin poder entenderlas, pues el francés no era lo mío. Una de ellas habló con las otras cuatro y sin pensarlo entró a mi habitación. Ambos comenzamos a besarnos salvajemente, sin controlarnos y sin importarme nada. Comencé a tocar sus senos suavemente mientras saboreaba sus labios, que aún tenían sabor a vodka.

Sexo a la francesa Ilustración de Pachu M Torres

Ilustración de Pachu M Torres

Mis manos hicieron su trabajo y poco a poco comencé a tocar suavemente sus nalgas, después las deslicé hacia su hermoso ser cuyos labios estaban más que humedecidos, no tuve que hacer mucho para que ella comenzará a gemir mientras yo controlaba la situación con la técnica infalible de los dedos del Sargento Hardcore.

La tomé por el cabello y comencé a besar su cuello, sus orejas, sus labios, todo su cuerpo mientras tocaba su vagina salvajemente. Después la recosté sobre la cama, boca arriba y acerqué mi miembro a su boca para que pudiera disfrutar al máximo del pecado de la lujuria. Ella de inmediato comenzó a besarlo y me realizó el mejor sexo oral de todo ese increíble viaje.

El sudor nos empapaba, mis manos se resbalaban por todo su cuerpo y de pronto, una de mis más ardientes fantasías se cumplió en ese momento. Aquella chica francesa me sujetó por las muñecas y comenzó a dominarme, justo en ese momento entraron las otras chicas a mi habitación, cerraron la puerta y comenzaron a quitarse la ropa.

 

Ilustración de Pachu M Torres

Ilustración de Pachu M Torres

Cada vez estaba más excitado y una a una comenzaron a tocarme y besarme mientras la primera chica no dejaba de montarme. Aquella situación se había salido de mi control y no me quedó más remedio que dejarme llevar por la pasión y el deseo. Cada chica fue tomando posesión de mi miembro, todas querían tenerlo adentro. No estaba seguro de poder resistir, pero ellas me daban fuerza: mientras más las penetraba, mi miembro se ponía más duro y cada una de ellas me dejaba gratas sensaciones. Las horas pasaron y las manos, los senos, sus nalgas, todo estaba revuelto mientras hacía que tuvieran orgasmos en repetidas ocasiones, también entre ellas se daban placer sin tomar un descanso. Estábamos poseídos por el pecado de la lujuria por completo.

Mis ojos estaban en blanco, aquellas chicas me dejaron exhausto. Me montaron las veces que quisieron y mi miembro termino por caer. El sol atravesaba la ventana de la habitación, algunas chicas cayeron rendidas y durmieron, pero otras no dejaban de besarme. A pesar del cansancio, mi cuerpo no dejaba de temblar pidiendo más de aquellas mujeres, quería impregnar mi cuerpo de ellas y llevarme la mejor bienvenida.

Aquellos días en París fueron insuperables, o al menos por unos días. A veces cierro los ojos y pienso en ellas, sobre todo cuando me tiro a una fea.

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