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El reto del nuevo presidente: ¿Cómo rearmar un país roto?

Por: Mauricio Flores 01 Ago 2018
Pasó el proceso electoral y el ganador tiene ante sí un reto ineludible: superar las diferencias que marcaron el último año
El reto del nuevo presidente: ¿Cómo rearmar un país roto?

Desde hace tres décadas, cada seis años, tras las elecciones presidenciales, los mexicanos han terminado cada vez más enfrentados entre sí. Y este 2018 no es la excepción, y con la agravante de una violencia de dimensiones sin precedentes. El intenso proceso de campañas este año enconó como nunca la confrontación verbal entre partidarios de uno y otro candidato, el jaloneo y las discusiones se avivaron al interior de las familias, los grupos de amigos y, lo más grave, se abrieron nuevamente las viejas heridas de la llamada “lucha de clases”: ricos contra pobres, las clases medias segmentadas entre el miedo y el enojo.

El nuevo presidente tiene ante sí la tarea de empezar a cerrar esas heridas al tiempo de atender la ya complicada agenda nacional.

El crecimiento del pillaje a camiones y transportes por bandas criminales, acompañadas muchas veces con la complicidad de comunidades enteras, habla de zonas en Guanajuato, Puebla, Veracruz, Edomex y Jalisco, en las que ha desaparecido el Estado o que sus instrumentos (gobierno, cuerpos de seguridad, escuelas e incluso iglesias) fueron rebasados o anulados. El tráfico de droga no se ha detenido ni lo hará mágicamente; el territorio nacional ya no es sólo un “lugar de paso” para los enervantes que se consumen en los Estados Unidos, pues lamentablemente la adicción a ellos es cada vez más común conforme revela la Comisión Nacional Contra las Adicciones, pues en los últimos años la adicción en hombres creció 60 % y 200 % entre mujeres.

El crimen organizado también se ha adueñado de buena parte de los mercados informales. No fue casual que durante el Mundial de Futbol Rusia 2018 las calles de la Ciudad de México y de las principales capitales estatales, repentinamente, se llenara de vendedores ambulantes ofreciendo camisetas de la Selección Nacional, hechizas, fabricadas en China e introducidas en calidad monopólica por el cartel La Unión de Tepito.

La justificación que suelen dar los asaltantes, huachicoleros y traficantes una vez que son presos, es que esa fue su opción ante una “sociedad que no nos dio oportunidades”; las señora y niños que colaboran en el pillaje a trenes —cuando se les entrevista— dicen que solamente “hacen su trabajo”, pues es una manera de mejorar su situación de vida. Si bien es cierto que la pobreza no es un sinónimo de delincuencia, ni que la marginación sea la determinante fatal e ineludible para el crimen, la marcada desigualdad en el país ha supuesto la ruptura del pacto social en diversas zonas, en especial las más rezagadas.

Si bien el crecimiento económico es condición necesaria para reducir la desigualdad, no es la única herramienta para ello. De entrada, porque el crecimiento acelerado, provocado por actividades de alto valor agregado, suele requerir cada vez menos trabajo simple, pero demanda trabajo especializado. La agenda de crecimiento económico del nuevo gobierno no se puede limitar solamente a generar condiciones propicias a la inversión —empezando por la estabilidad macroeconómica y una política fiscal competitiva ante los Estados Unidos— y diversificando mercados de exportación, sino deben fortalecer la agenda redistributiva que empezó este gobierno en materia de salud, educación e ingreso, pero volver a enfilar los llamados “programas sociales”. El Seguro Popular, por ejemplo, mejoró el acceso a medicinas y tratamientos médicos a 12 millones de personas este sexenio; las 25 mil escuelas públicas de excelencia dieron oportunidad a casi 1.3 millones de alumnos de educación básica de obtener una preparación equivalente a la de escuelas privada de alto nivel; los comedores populares sirven 5 millones de comidas calientes por día; y los programas de apoyos a madres solteras abarca a casi 4 millones de jefas de familia en todo el país.

Sin embargo, el millonario gasto social (casi 60 % del gasto programable) resultó suficiente o efectivo para reducir consistentemente los niveles de pobreza mediante la generación de ingreso. Para reducirlos, la realineación de los programas sociales con una agenda educativa de vanguardia, de impulso a la actividad productiva mediante Pymes y encadenamiento productivo, son objetivos deseables para un nuevo gobierno.

La creación de un nuevo espacio de concordia nacional resulta fundamental para que el gobierno entrante pueda instrumentar rápidamente un programa de crecimiento con estabilidad e inclusión social. Veremos si después de la discordia electoral y las posibles venganzas que suelen acompañar el final de cada sexenio, será posible rearmar un país cuyas fracturas urgen sanar.

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