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Redes ocultas: Si la privacidad ha muerto, ¿todo está permitido?

Por: Iván Montejo 17 Abr 2019
La privacidad está en constante riesgo, pero parece que a pocos les importa su destino, ¿será que nunca fue tan importante para nosotros?
Redes ocultas: Si la privacidad ha muerto, ¿todo está permitido?

 

En mi columna anterior hablé sobre los grandes peligros que corre nuestra privacidad cuando es manejada por empresas sin escrúpulos, las cuales consideran que sus seguidores son simples cifras. Esa es la realidad del mundo interconectado en el que vivimos, siempre asumiendo que en cualquier página “gratuita” no estamos consumiendo un producto, nosotros somos el producto.

La lucha por la privacidad está perdida y lo peor es que nunca hubo un conflicto. Renunciamos voluntariamente a ese derecho que tanto costó tener, solamente a cambio de interacciones sin sentido, likes que fácilmente se pueden comprar con unos cuantos pesos y una atención que se busca en cualquier medio, no importa si se obtiene a costa de una tragedia.

¿2019 o 1984?

Compartimos nuestros intereses, la comida que consumimos, los lugares que visitamos; cargamos con sistemas GPS a todos lados y jamás nos podemos separar de ellos (ni siquiera en el baño); en las calles las cámaras nos graban y en la intimidad constantemente tenemos una cámara apuntándonos; e incluso introdujimos micrófonos a nuestro hogar para que escuchen cualquier orden que se nos ocurra.

Frente a ese escenario siempre se recuerda la distopía imaginada por George Orwell en 1984, un mundo donde el régimen autoritario controla en su totalidad a la sociedad por medio de la constante vigilancia. En nuestra realidad introdujimos voluntariamente los aparatos de espionaje, sólo faltaría un régimen capaz de asumir el control de esos dispositivos.

Lo peor es que ese ese régimen ya existe. En China, la tecnología de reconocimiento facial ya ha sido integrada en las cámaras que vigilan las calles (cerca de 200 millones de aparatos, lo que equivaldría a una cámara por cada siete ciudadanos) y son capaces de distinguir el rostro de cualquier persona.

Por si fuera poco, ese sistema funciona en conjunto con un sistema de crédito, donde cada persona es “calificada” por su reputación social y económica. De esta manera una persona con bajas calificaciones podría ser privada de algunos derechos, recursos e incluso lugares. Black Mirror llevado a la realidad.

¿Regresando a los orígenes?

A pesar de este terror, parece que estamos dispuestos a sacrificar la privacidad, ya sea para tener un sentimiento de seguridad o para continuar con el flujo de dopamina que recibimos después de cada like. No obstante, puede ser que nos llame un fantasma del pasado, un llamado que nos recuerda que la privacidad es una invención contemporánea.

Aldous Huxley imaginó una esas distopías que tanto se parecen a nuestra realidad en su aclamada A Brave New World, pero es en su único texto histórico, The Devils of Loudun, donde nos demuestra que nuestro deseo por no ser observados es bastante reciente.

El texto se centra en el escandaloso juicio a Urban Grandier, un religioso acusado de seducir y poseer a inocentes monjas en la Francia del siglo XVII. Para contextualizar su historia escribe un poco de la vida de la nobleza francesa, la cual tenía todo menos privacidad:

 “Los arquitectos todavía no habían inventado el corredor. Para ir de una parte del edificio a otra, uno tenía que caminar por una sucesión de cuartos de otras personas, en los que cualquier cosa podría estar sucediendo […] y en el carácter de la arquitectura circundante era tal que uno apenas podía evitar el espectáculo de otros naciendo, muriendo, revelando naturaleza y haciendo el amor”.

Esa es la descripción de la vida “privada” que tenía la realeza francesa de la época, uno sólo puede imaginar cómo vivía el resto de la población.

Por siglos vivimos en comunidades donde la privacidad no existía, pequeños grupos en los que todos sus integrantes se conocían y sabían todo sobre la persona que estaba a un lado. La proliferación de las ciudades fue el primer paso para entrar en el anonimato, pero las cámaras lo cambiaron todo.

Antes de ellas todo se basaba en testimonios visuales, orales o escritos, que fácilmente podían ser desestimados; sin embargo, un video o una fotografía era una fiel copia de la realidad, la mayor invasión al individuo. Este miedo hizo que en 1890 se acuñara el término “El derecho a la privacidad”, que tanta importancia ha tenido en nuestros días.

Es así como regresamos a nuestra realidad, los mismos dispositivos que tanto temimos están acabando con la privacidad que tanto se luchó por implementar. En muchos casos se trata de una tragedia, pero el proliferante gusto por compartir cada aspecto de la vida me hace pensar que extrañábamos ser interrumpidos en el baño por un extraño que buscaba ir a su cuarto.

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