Por Arturo J. Flores (@ArthurAlanGore)
Días antes de que se presentara en el Auditorio Nacional, como parte de la gira de presentación de su disco “Déjenme llorar” (Intolerancia, 2012), Carla Morrison (Tecate, Baja California, 19 de julio de 1986) atiende un carrusel de entrevistas en las instalaciones de su disquera independiente en la colonia Condesa.
Está de muy buen humor y acomedida, lo mismo accede a fotografiarse que a responder cinco o seis veces la misma pregunta. Como después me cuenta “a veces me da coraje y quisiera tuitear: ¡hagan su tarea! a algunos reporteros que ni se informaron ni escucharon mi música antes de entrevistarme, pero para qué quieres, ¡se me van encima!”.
En materia de detractores, críticos y trolls cibernéticos, Carla se ha vuelto un blanco recurrente. Quienes no le hacen bullying por sus canciones tristes, lo hacen por su apariencia física o su manera de cantar. Pero ella, a cinco años de haberse dado a conocer con el ep Aprendiendo a aprender (Intolerancia, 2009) y luego de ganar una posición como artista independiente de gran arrastre, ya poco le importa lo que digan los demás. Varios conciertos en escenarios como el Vive Latino, e incluso presentaciones en Europa, son testimonio de que al final se salió con la suya.
MORRISON: Ese derecho lo tenía desde hace mucho, pero creo que por fin la gente entendió a lo que me refería con el título. Y no sólo hablaba de mí, sino de todos. Llorar es algo que está prohibido en Latinoamérica y no debería ser así porque el llanto es una necesidad del alma. Llorar no debería ser juzgado, ni señalado, sino disfrutado.
MORRISON: Nunca como tal, simplemente me dejé ser yo misma y componer lo que quería componer. Soy una persona muy emocional, muy espiritual, me gusta sentir y vivir como lo que esto es: mi única vida. Disfruto de mis emociones, mis sentimientos y mis impulsos, pero muchas personas no lo hacen así. Por eso es divertido que la gente no tenga de otra que sentir intensamente si escucha mis canciones.
MORRISON: Me parezco mucho, porque todas hablan de lo que siento o sentí en algún momento de mi vida, ¡pero no todo el tiempo estoy triste! (Risas). Lo que pasa es que cuando atravieso una etapa así, me entrego a ella. Pero soy una persona muy feliz, créeme, muy positiva aunque parezca lo contrario. Mis canciones soy yo, pero en mis momentos más bajos.
MORRISON: Sí, pero estoy tan fascinada por el momento mismo que no me siento a escribir. En cambio, cuando estoy triste no quiero hacer nada y el momento se presta para sentarme a componer canciones.
MORRISON: Mi música y mi carrera son algo muy bueno, efectivamente, sólo que no son toda mi vida. Los problemas siempre están ahí, pero a veces no estoy tan concentrada en ellos. Es cierto que siendo músico tienes acceso a cosas muy padres, pero no lo es todo en la vida. Carla Morrison es una parte de mi vida, pero sigue habiendo una Carla que tiene que lavar los platos. Pero sí, ya no tengo mucho tiempo para deprimirme…
MORRISON: Muchas cosas, pero no sólo lloro de tristeza y decepción, también de felicidad. México es un país muy adolescente, a veces no nos tomamos en serio porque todo se nos va en hacer bromas. Creo que eso es bueno, darle al mal tiempo buena cara, aunque también hace falta ponernos las pilas porque luego las cosas no funcionan. ¡Hay muchas cosas en la política que no están funcionando! Pero la gente tiene fe y gracias a Dios, con lo que he podido viajar, me doy cuenta de que como México no hay dos. Así como estamos de jodidos, estamos también de motivados.
MORRISON: Algo tiene mi música, porque les duele. Es irónico como dices, pero la verdad siempre sale a flote. A lo mejor intimida más un “te quiero” que un “te odio”. Al final, a lo bueno siempre le va bien. Soy feliz con que la gente a la que le gusta mi música esté en contacto conmigo, prefiero eso que salir en la tele. No me motiva ser la más famosa. Sólo quiero que después de escucharme, algo cambie en la gente y, en consecuencia, cambie su mundo. Lo punk no se lleva en la ropa, sino en lo que piensas y en lo claros que sean tus principios.
MORRISON: Me ha hecho más sabia y me ha enseñado a distinguir entre lo que es y no es importante. Mucha gente se pone a pensar en “dijeron esto” o “dijeron lo otro de mí”, pero a mí, si me tiran mierda no me afecta en lo absoluto. Hay días que sí digo “ooosh con estos”, pero la mayoría del tiempo me valen madre. No desperdicio mi energía con gente que no vale la pena.
MORRISON: No me importa, pesa más el hecho de que mis canciones trasciendan. A muchos no les gustarán, pero ¿qué hago? No puedo ser monedita de oro. Le pasa a muchos artistas, que no le gustan a unos por la misma razón que sí le agradan a otras personas. Eso es bueno, porque te distingue y te hace diferente a los demás. Pesa más estar en un concierto lleno y que todos quieran hacer “uuuuuh” como yo (risas), ¡qué lindos! ¿Los trolls? Son personas que no tienen algo mejor que hacer. Se me hacen muy raros porque a mí nunca se me ha ocurrido decirle a otra persona: “cantas horrible, muérete”. Mejor hago algo de provecho.
MORRISON: ¡Me gustó! Nunca he estado peleada con mi voz. Me saca más de onda escucharme hablando, ahí sí digo ¡qué raro hablo!
MORRISON: Sí, pero no porque diga “qué increíble soy”. Lo hago para criticarme y decir “hice esto así, pude haber hecho esto otro”. Otra veces me pregunto: “¿y ahora cómo canto eso mismo en el show?”. Me escucho para retroalimentarme y reconstruirme. Sé que a muchos músicos no les gusta oírse a ellos mismos y tal vez parezco petulante, pero a mí sí me gusta.
MORRISON: Con varios: Patsy Cline, Ana Gabriel, Morrissey, Radiohead, Lana del Rey, José José, Agustín Lara, Amy Winehouse… Me gusta la música, pero también me es muy importante la letra. Las letras son como una platica, una lección de la que puedo aprender algo.
MORRISON: A veces sí, a veces no. A veces se me olvida que escribí algo y cuando lo escucho digo: “¡Órale!”. Después de cantar, cantar y cantar ya no tengo la misma conciencia de las canciones. Otras veces digo: “¿Yo escribí eso? ¡Qué jodida estaba!”. Me agradan mis letras pero no estoy endiosada con ellas.
MORRISON: Creo que no, porque todas hablan de algún sufrimiento que tuve y esas mismas canciones me liberaron de él, porque suelo arraigarme bastante en mis problemas. Decirlo en una canción es platicárselo a alguien y decir: “¡pero ya pasó!”.
MORRISON: Sí, es muy terapéutico.
MORRISON: Sí, voy a terapia cada semana. Muchas personas ven al psicólogo como algo sólo para locos, pero a mí la terapia me ayuda a entender las cosas a las que suelo darles muchas vueltas. Para mí la vida es abrumadora, no la entiendo. No es que necesite respuestas, sólo entendimiento, ¿por qué siento lo que siento? Quiero saber si es normal lo que veo, lo que sueño y sobre todo perdonarme, porque tengo estándares muy altos para mí. Soy muy dura conmigo misma.
MORRISON: Sí, pero no necesariamente de manera amorosa. Así sólo han sido una o dos veces. Pero me rompe el corazón que la gente que yo creía que era de cierta forma salga con sus mañas y me decepcione. Cuando era niña y me dijeron que existía la mentira, yo no lo podía creer. “¿Cómo que la gente miente?”, le pregunté a mi mamá. Yo lloraba porque no entendía que la gente pudiera mentir. Eso me rompió el corazón.
MORRISON: (Risas) ¡Sí! Pero no, en serio, no puedo decir mentiras. Me saca mucho de onda.
MORRISON: Una persona me lo dijo cuando le enseñé las maletas de mi primer disco. “Es que suena melancólico, demasiado norteño”, me reclamó, “mejor deberías hacer algo no tan azotado”. Y lo pensé, la verdad, pero dije: “Ésta soy yo, ¿para qué hacer otra cosa?”. Si la música es libre, ¿porqué yo no sería libre de hacer con ella lo que me diera la gana? Aquella persona no tuvo de otra más que agachar la cabeza.
MORRISON: Sí, ¡qué curioso! (Risas). Me hizo cuestionarme: “¿sí soy muy azotada?” Pero no lo iba a cambiar, porque disfruto serlo.
MORRISON: (Risas) Sí, tengo ese poder. Siempre me pasa, porque mi voz es muy dolorosa. Tiene que ver con que, cuando estaba chiquita, mi mamá solía cantar en la cocina. Lo hacía con mucha tristeza, pero con un sentimiento muy lindo. Yo quería cantar como ella. Transmitía tanta enjundia que yo me quedaba así de “¡guauu!”. Me gustaba tanto que sin querer lo adopté. Me lo han dicho muchas personas: “Contigo todo suena doloroso y desgarrador.”
MORRISON: No, porque era de una familia muy pobre. No había tiempo de cantar, sólo de trabajar. Hoy puede dedicarse a pintar y sigue cantando en su casa. Siempre me dice: “si yo hubiera tenido las mismas oportunidades que tú, haría lo mismo que tú haces”. Mi mamá se llama Porfiria, ella canta mis canciones.
MORRISON: No es que sea una rebelde sin causa, pero he disfrutado más este camino haciéndolo a mi modo. Ha sido duro, pesado, pero lo que he recibido a cambio ha sido muy padre. No es que no necesite a una disquera, es que opté por no necesitarla. Tampoco es que peque de arrogante. Uno crece viendo la tele y pensando “¡qué chido que mi mamá me viera ahí!”, pero llega un punto en el que resulta mucho más chido trabajar con gente que ve a la música como yo. Eso es mucho más importante.
MORRISON: Me gusta, todos los días hablo en inglés y en español. No lo hago porque haya vivido seis años allá, sino por el tiempo que viví en la frontera, en la parte mexicana. Todo estaba permeado de ese ambiente y en consecuencia, hoy tengo una relación bonita con Estados Unidos. Hubo un tiempo en el que no me gustaba nada ese país, pero estando lejos ‒en el df‒ entiendes mejor las cosas. ¡Qué triste que sea un país sin cultura y sin raíces! Los gringos están en el viento y nunca tocan tierra. Además, le dan mucha importancia a lo que no es importante. Aunque, también hay que verlos, ellos le dan un lugar a lo que en otros lugares no se lo damos. Por eso es complicado hacer un juicio. Hay que reconocer que es un país que le ha dado mucho a México y al mundo. Me gusta, pero no sé si viviría allá otra vez o si grabaría un disco de aquel lado. Al final, los gringos me caen bien, me gusta que sean personas tan libres.
MORRISON: Que fueran tan fríos, que trabajaran tanto para comprarse el siguiente iPad que saliera. Para ver a un amigo tienes que esperar semanas y no puedes salir a ningún lado sin gastar mucho dinero. ¡Todo es muy material! Aquí en México puedes ir por un café sin broncas, estar horas platicando, todo se trata de compartir y convivir. Estados Unidos es mucho más parecido a la vida adulta, en la que ya te preocupas por el dinero, pero me parecía raro que eso te lo inculcaran desde chiquito. De grande está bien que te preocupes por esas cosas, pero que un niño pequeño te diga “no tengo tiempo” es extraño. No sé, ya tengo 27 años y un día tendré que entenderlo (risas).
MORRISON: ¡Sí! (Risas).
MORRISON: No sufro tanto. En realidad no hay nada qué temer. Soy una persona muy sana. Hay que temerle a Dios, eso sí, porque él decide lo que habrá de pasar. En realidad es a Él a quien hay que temer, porque yo soy muy relajada. Aunque todavía quedan algunos meses antes de que cumpla 28, así que esperemos a ver qué pasa.
MORRISON: Por las drogas. Un músico es un ser bien complicado, intenso y muy triste. A la vez somos impulsivos, pensamos mil cosas y tenemos la cabeza llena de ideas. A eso agrégale las drogas, ¡es una bomba de tiempo! Amy era extremadamente famosa, pero a la vez una chica superhumilde. Creo que la destruyó el hecho de que no tuviera la libertad de salir a comprar un cigarro. Las drogas son muy malas, una auténtica bomba atómica para el espíritu.
MORRISON: Quizá sí, un poco de más, pero en realidad he sufrido lo que me tocaba. Cada quien tiene su historia escrita y la tiene que vivir para aprender de ella.
MORRISON: ¡Síííí, muchísimo! Veo a muchos hombres llorar en mis conciertos. Desde hombres muy hipsters hasta los muy machos, bigotones y con sombrero. Verlos llorar me da gusto, me llena de esperanza, ¡qué bonito que se dejen ser!
MORRISON: Bien chiquita e inocente, muy como yo. A diario hago cosas muy tecatenses. Mi ciudad es un ranchito, y no lo digo de manera despectiva, porque los ranchos son muy bonitos.
MORRISON: Soy muy norteña y tengo ideas tan rancheras que luego pienso: “¡Aaahh, conmigo!”. Por ejemplo, a veces soy demasiado agradecida. A todo digo “¡qué padre!” y hasta la gente me dice: “Ay, Carla, pero eso tenía que pasar de cualquier forma”. No me importa, yo quiero dar las gracias. En Tecate la gente es muy feliz, muy soñadora y muy agradecida.
MORRISON: Sí, creo que es lo saludable. Cuando una está chica, sólo quiere jugar, dormir y comer. Pero luego te das cuenta de que está chido salir a la calle y conocer otras personas. Así fue con la música, al principio yo sólo quería tocar la guitarra, pero con el tiempo me he enriquecido con más elementos visuales. Lo disfruto porque ha sido poco a poco, no como otros cantantes que desde el primer concierto salen muy cabrones a tocar, ¡como si hubieran nacido ya hasta con la página de Internet! (Risas).
MORRISON: Claro, quiero conceptualizar un poco más mi imagen, que esté más definida de acuerdo con lo que soy y lo que canto.
MORRISON: Vanidosa no, porque la vanidad cae en lo banal y no creo que cuidarme, quererme y verme bien, sea banal. Soy norteña y las norteñas no vamos ni al Oxxo sin un poco de lipstick. Me gusta verme bien, ponerme bonitos zapatos, pero tampoco pretendo ser la más guapa del barrio.
MORRISON: No, porque al final soy como soy. ¿Qué hago con mi culo enorme? (Risas). Pues nada. ¡Lo disfruto y ya! ¿Me lo corto o qué? (Risas).
MORRISON: ¡Sííí, mucho! (Risas). Es curioso, llegó un momento en que mi apariencia sí era un problema para las personas. Me decían “ponte a dieta”, pero les dejé en claro que soy como soy. Si bajo o subo de peso será porque yo quiera. Cada vez a la gente le gusta más cómo es Carla y sí, los hombres son muy lanzados y hasta les digo, “¡Perdóóón! ¿Cómo me dijiste?” (Risas).
MORRISON: Me gustan mucho, siempre quise tener uno. El primero me lo hice antes de mi primer Vive Latino. Dice: “Gracias a Dios”.
MORRISON: El problema es el segundo, ¡ahí empieza la fiebre! (Risas). El mío fue la frase: “Encendí mi alma, apagué mi mente”. Se refiere a que por fin dominaba mis ataques de pánico y comenzaba la sanación. Todos mis tatuajes tienen una importancia espiritual. Me rayé “Piensa en mí” porque es una canción que me gusta mucho. A mí me recuerda que apenas somos una gota de agua comparados con Dios.
PLAYBOY: Cuando la gente lea esta charla, no va a creer que te la pasaste muerta de risa.
MORRISON: ¿Pues qué esperabas? (Risas). Soy una persona muy feliz.