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Playboy Nómada: Holiday in Camboya

Por: Playboy México 02 Jun 2021
Los chiquillos de la zona saben más de tecnología que todos los turistas juntos y las mujeres te ofrecen sonrisas francas y frescas.
Playboy Nómada: Holiday in Camboya

La nación asiática ofrece un paraíso para quienes desean desconectarse del mundo. Así le sucedió a esta viajera, que se encontró con la increíble historia de un hombre para quien el lujo significa dormir en el suelo de Camboya.

Por Nicole Canún

Seis millones de libras esterlinas.–No me jodas.–Te lo juro, le dieron 6 millones delibras esterlinas.

Así relataba mi amigo cómo es que un iglés fue a dar a las orillas del mar de Camboya. Este país, un poco olvidado por el hombre occidental, tiene los templos más majestuosos y el aire más limpio. Su exquisita comida y sus santuarios de elefantes maravillan a cualquiera.

Los chiquillos de la zona saben más de tecnología que todos los turistas juntos y las mujeres te ofrecen sonrisas francas y frescas. No parece un país en plena posguerra, se parece más al México preyanqui. No sé cómo llegué a Camboya, por qué fui ni a qué me quedé, pero lo encontré lleno de personajes interesantes.

Paré en Otres, una playa virgen cerca de una de las ciudades más grandes del país. Fui directo a instalarme al único establecimiento en varios kilómetros, sólo para tomarme una cerveza. Aquello me recordaba a Buñuel, sólo que en lugar de burgueses en una mansión, esta era la historia de una comuna hippie atrapada en un bar. Había ingleses, canadienses, gringos y australianos. Aprendí a dormir en camastros y a hacerlo después del amanecer, pues nada se compara con el cielo de Otres. También dejé que me despertaran niñas camboyanas haciéndome cosquillas en los pies. Aquí vi más de una vez a un europeo con su camboyana y sus camboyanitos. Aparentemente la historia del turista que se enamora del país, de esta playa y de alguna nativa es de lo más común. Y cómo ayuda el hecho de que la renta en este paraíso incluya una habitación, un desayuno y dos cervezas por 10 dólares.

portada-Camboya

Un día, nos sentamos a beber y a contar nuestras historias, cómo es que habíamos llegado ahí. Yo hablé de cómo mi mejor amiga me había arrastrado a Taiwán y cómo emprendimos, junto con otros cuatro, un viaje por el lejano Oriente. Una española platicó que dejó la Madre Patria a causa de la crisis. Llevaba dos años viajando y hacerse de dinero en el camino para seguir había sido difícil, pero gratificante.

Camboya era el país número 42 que pisaba desde entonces.¡Qué bárbara y qué envidia! Pero lo que dijo después me dejó sin palabras: “… sin embargo, no puedes jactarte de ser un viajero y de conocer los lugares más hermosos del mundo sin haber conocido Palenque, México”.Casi lloro. Siguió un canadiense, después dos australianos, pero el inglés nunca habló. Era un señor de unos 55 años que no poseía otra cosa en la vida que un par de bermudas y tres playeras. Estaba calvo y llevaba las uñas pintadas de colores. No hacía más que fumar y cantar.

No estoy obsesionada, sólo que nunca había sido tan feliz. Y cuando hablo de felicidad no quiero decir que todo es perfecto, pero sí armonioso. Otres tiene las vistas más hermosas, hacia el mar y hacia la selva, pero no la vida acelerada de Cancún, la nostalgia de Acapulco, el ruido de Mazatlán. Cuando digo que es virgen, quiero decir que aún no se impregna de ninguna carga emocional de los habitantes. La arena y el cielo nos tienen hipnotizados. Nadie quiere hacer negocios, sólo quieren tomar una cerveza mientras llenan sus ojos de color. Toda Camboya para mí fue emocionante, colmada de gente amable y de templos tan fastuosos como nuestras pirámides. Mi primer día empezó a las 3 a. m. cuando nos recogieron en el hotel para llevarnos a Angkor Wat, un templo atrapado entre el cielo de verdad y el cielo reflejado en el lago delante de él. Turistas y fotógrafos se congregan desde la 1 de la mañana para apartar buen lugar y llevarse la mejor vista. Recorrimos el templo a pie y después viajamos en autobús a Sihanoukville, donde tomamos un TukTuk hacia Otres.

Lago-Camboya

El autobús que tomamos fue una experiencia chistosa y traumática a la vez. No tomamos el transporte turístico como debimos, nos fuimos por el más barato y ese recogía personas en los ejidos para ser llevados a sus casas. Todos nos miraban, y créanme que cuando se trata de alguien tan diferente a ellos, no les preocupan los modales.Tuve miradas encima por las infinitas horas que duró el trayecto. Cuando se llenaron los asientos empezaron a aparecer banquitos por el pasillo, y cuando esos lugares también se acabaron, los niños se sentaron en las piernas de algunos adultos para que cupieran más. Esos adultos éramos nosotros. Así que por casi medio día cargamos camboyanitos que no dejaban de tocarnos la cara y pedirnos masajes en la espalda (igual que sus mamás).

Vivir sin Instagram

Después de Otres fuimos a Nom Pen, la capital, donde comimos una especie de curry diferente al de la India, un arroz diferente al de China y unos fideos diferentes a los de Tailandia. Aunque es clara la influencia de varios países en la gastronomía camboyana, aún conserva una esencia distinta y muy agradable al paladar mexicano. Además, entrar a un restaurante cerca del malecón de Siem Reap y tener que quitarte los zapatos y sentarte descalzo en el piso para comer, le agrega un folklore que se me pudo volver adictivo. Lo que más me gustó fue que nadie tomaba fotos, nada documentaba en Instagram o en Facebook. Nadie quería contarle nada al mundo. No exponer lo que vives lo vuelve más personal, un regalo de ti para ti y yo me regalé Camboya. Es de mis destinos favoritos y todos los que están en mi lista mantienen algo en común: los definen sus contrastes. La zona turística está plagada de güeros tomando cerveza en busca de un ambiente propicio para convertirse en los nuevos hippies y descubrir el sentido de la vida; pero también están las calles llenas de gente discapacitada, víctimas de la guerra y la pobreza. Están los niños que venden pulseras, pero que saben tres idiomas, y están los avisos de concientización en los hoteles respecto a la prostitución infantil. Es un lugar hermoso, pobre y hostil al mismo tiempo que, aunque te vuela con sus maravillas históricas y cultura inigualable, también te ancla a la realidad. Tan bello como oscuro y por eso me recuerda mucho a México. Mucha gente me pregunta en mis redes a dónde ir y qué hacer en Asia. Invariablemente respondo lo mismo: ve a Camboya y no tomes fotos.

Un pobre rico Volviendo a Otres, un gringo por fin me contó la historia del inglés, que para efectos prácticos lo llamaremos Matt.

Matt tenía un empleo normal en una empresa promedio y un día unos colegas le pusieron un cuatro para que lo despidieran. Cuando se dio cuenta de la trampa, demandó a la empresa y le indemnizaron con lo equivalente a 147 millones de pesos mexicanos—No sé qué haría con 6 millones de libras esterlinas— le solté un día.—Serías la más infeliz, gastándotelas. En cambio yo, me pinto las uñas y juego con los niños en la playa todos los días.Tengo gatos y perros que son tan libres como yo. No hay quien me diga qué hacer ni cómo vestir. Hago lo que me da la gana en cuanto sale el sol. Tú aún no tienes 6 millones de libras esterlinas y ya estás preocupada pensando en qué gastarlas. A mí, la trampa no me la pusieron en el trabajo, me la pusieron en el cheque. Y yo no caí”. Y de todos los lugares del mundo, de todas las actividades que podría realizar aquel millonario, de todas las propiedades que podía comprar, de todo lo que podía elegir, escogió ser el dueño de un camastro a la orilla de la playa.

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