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Sargento Hardcore: Doctorado en sexo oral

Por: Sargento Hardcore 29 Nov 2019
De pronto comenzó a usar la lengua de tal manera que mis ojos se perdieron, eran un sinfín de sensaciones, mi cuerpo ardía.
Sargento Hardcore: Doctorado en sexo oral

Sí, para muchos el sexo oral es uno de los mayores placeres de la vida. Pero no es tarea fácil, más cuando se trata de complacerla, pues aquella fuente de deseo tiene más secretos de lo que muchos se imaginan.

Ese día estaba llegando a Veracruz, el calor del lugar hacía que mis hormonas estuvieran más alocadas que de costumbre, cualquier roce o movimiento hacían que mi miembro comenzara a palpitar sin poder controlarlo. Como cuando despiertas a la pubertad y tus erecciones aparecían de la nada, incluso en misa (risas).

Llegué a un lugar increíble, dos horas de camino del aeropuerto fueron suficientes para imaginarme a “Doña Pelos” en lencería y así bajar la tremenda erección que me había poseído. Pedí mi habitación y una amable chica me llevó directo hasta mi cabaña, la número 21. No había nada más que naturaleza y la cabaña tenía todo lo necesario para pasar unos días de paz y tranquilidad en medio de la nada. Sí, quería relajarme y huir del bullicio de la ciudad.

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La chica me mostró mi cabaña, dónde estaba cada cosa y amablemente me dijo su nombre, sonrió y se marchó coquetamente. Inmediatamente sentí una fuerte mirada, se encontraba en la cabaña de enfrente, la número 22. Era una mujer alemana, lo supe por el idioma, no entendía nada. La saludé con un “hello” y ella respondió con un “welcome, baby”. ¿Significaba algo? Claro que sí.

Después de intercambiar apenas dos palabras con la mujer, tomé una siesta que duró hasta la madrugada, no tengo idea de la hora, pero el sueño había desaparecido. Me mojé la cara, cepillé mis dientes y salí de la cabaña. Caminaba para explorar el lugar y con la poca luz que iluminaba el camino, pensaba que sería el escenario perfecto para dar paso a la lujuria. Tres cabañas después me encontré a la mujer alemana sentada en una banca y fumando un porro, el olor la delataba. No sé qué me dijo, pero me senté junto a ella y acepté fumar también.

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Conforme se iba acabando el cigarro, los dos aprendíamos a comunicarnos y de cruzar sólo palabras al aire, comenzamos a tocarnos, rozarnos, hombro con hombro. Todo fluía de forma tan natural que no me di cuenta de lo excitado que estaba, me levanté y el rostro de ella lo dijo todo, estaba sorprendida y no dejaba de sonreír.

El corazón comenzó a latir más fuerte y en un acto inconsciente tomé su mano y la coloqué sobre mi miembro, que para ese entonces tenía vida propia. Al principio estaba apenada y temerosa, pero nunca quitó la mano, al contrario, comenzó a masajear cada vez más rápido. Empezó a mordisquear cuidadosamente sobre mis bermudas hasta que decidí desabrocharla y mostrarle todo lo que en ese momento le pertenecía.

Ella sólo reía, probablemente los efectos de la marihuana la habían invadido o, mejor dicho, nos había invadido. Comenzó a oler y a dar pequeños lengüetazos mientras yo la tomaba del cabello. Nuestra respiración era cada vez más rápida y la adrenalina de estar en un lugar público nos excitaba aún más.

Mientras recorría sus mejillas con mi pene erecto, ella abría su boca esperando ser invadida, así que no demoré y comencé a introducirlo lentamente dejando que su lengua fuera recorriendo cada centímetro, sintiendo el calor de su boca, un calor inigualable.

Al mismo tiempo que lo introducía, succionaba suavemente, era toda una experta en el arte de la felación. Podía sentir sus labios en mi pubis, chocando una y otra vez como como si fuera el último pene que lamiera en su vida.

 

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De pronto comenzó a usar la lengua de tal manera que mis ojos se perdieron, eran un sinfín de sensaciones, mi cuerpo ardía. Podía ver el vapor que generábamos en contraste con el fresco de la intemperie. Su lengua recorría de arriba hacia abajo, una y otra vez, podía sentir su cálida saliva escurriendo lentamente. Una delicia.

Era mi turno, interrumpí el placentero momento para bajarle los pantalones, romperle el calzón de encaje negro que pude sentir con mis dedos y me agaché. Primero comencé a oler, un aroma a pétalos de rosa recién cortados, era un olor que rápidamente me encendió. Froté mis labios en los suyos y mi lengua se encargó de llevarla al éxtasis. Quería estar dentro de ella, pero esta vez sin penetración, mi boca encajaba perfecto con sus labios y sus quejidos, fuera de despertar a alguien, significaba que lo estaba disfrutando.

Una y otra vez mi lengua hacía lo suyo, sin descanso, tampoco era que lo necesitaba pues estaba tan agasajado que cada vez era más la intensidad. Me encontraba en un momento sin limitaciones, podía hacer lo que quisiera, si quería morder, succionar, oler e incluso introducir mis dedos al mismo tiempo, lo hacía. Ella gozaba…

Fueron más de cinco orgasmos sin parar, al menos eso recuerdo haber contado, yo quería continuar, pero ella me detuvo, no dejaba de escurrir y caminar como lo hacen los becerros en sus primeros segundos de vida. Sólo alcancé a escuchar en voz baja “my husband”. No dije nada, sólo me detuve, fue la primera vez que no terminé, aún respiraba agitado y mi boca sabía a ella.

Poco a poco fueron bajando los efectos del porro y conforme pasaba el tiempo ella se alejaba hacia su cabaña número 22 que estaba frente a la mía. ¿Relación abierta? Lo más probable, pero esa noche aquella mujer alemana se llevó el mejor sexo oral que había dado en mucho tiempo.

 

 

 

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