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Placeres mundanos: Paladar de a tostón

Por: Luis Aranda 13 Jun 2025
Así llegué a los 50 con un paladar mucho más maduro, que refleja los cambios que he experimentado en la vida.
Placeres mundanos: Paladar de a tostón

Llegar a los 50 años de edad también tiene su catálogo de sorpresas en cuanto a paladar se refiere. Cumplir un tostón no solo me acerca cada día más a ser un silver fox con mis mechones de canas en la barba y cabello, mis arruguitas de expresión que dan toque de camino recorrido sin llegar a tener credencial del INAPAM, aunque ya ando en las fuerzas básicas.

No solo mis gustos han cambiado. Mi humor, mi forma de socializar y hasta mi estilo en cuanto a imagen también han madurado. Mi imagen de biker cambió y ahora trato de verme fresco pero arreglado, mi bigote francés con piocha de rebeco ahora es una barba de media semana, delineada. Mis playlist de “rockero forever” siguen  estando en mis básicas pero ahora le ando experimentando al bossanova jazz y al chill out pop electrónico (no sé si así se catalogue pero a eso me suena combinado con mucha música clásica. Solo hay una banda que ha evolucionado exactamente con mis gustos: Lenny Kravitz.

Me dejó de sorprender cuando me dicen “Oiga señor”. Me dejó de frustrar cuando en los castings veo que ya no entro en la categoría de “Hombre Latino internacional de 40 a 45 años” y acabo de ver uno en donde el personaje es “abuelo joven, 50 a 55” y me cagué de risa porque tengo amigos y amigas que ya son abues.

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Con el gusto, el paladar, pasó igual. Me di cuenta que el chocolate no me gusta, pero es “una convención social adecuada” probar el chocolate como desesperado y decir “no mames qué delicia”, lo mío es la vainilla, en serio.

Los vinos secos empezaron a darme momentos deliciosos y los taninos dejaron de molestarme tanto. Los destilados ahora me sacan fuego y me dan una acidez que ya no estoy para aguantar tan fácil. Nunca he sido de alcohol, no me gustaba, y ahora ya me echo mi copa de vino, aunque generalmente es sidra, y a veces un whisky como digestivo.

Los cambios han sido muy divertidos, ¡En serio! Un día me descubrí con antojo de coliflor a la inglesa (hervida) con mayonesa y pistaches. Lo peor es que se convirtió en mi tente en pie favorito. Ahora mi leche es deslactosada, digo la de vaca que me tomo del cartón. Ahora las pizzas ni por equivocación se me antojan, pero sí una ensalada de col morada y apio con queso de cabra, yogurt griego y aceitunas negras. 

Mi food porn ya no es una fuente brotante de queso fundido, son quesos maduros, excitantes imágenes de quesos raros afinados con musgo, piel de oveja o flores de colores que me paran el scroll up.

Aquel orgullo por comer mucho picante a todas horas y sin llorar, se me acabó hace un par de años, en una fiesta de un buen amigo, conductor y productor, en la que sirvieron unos tacos de carnitas deliciosos y una salsa que todos me decían “aguas porque está muy ruda”, obvio yo, rey de la escala de Scoville, me serví macizo y no pude ni terminarme el segundo taco porque se me salieron las lágrimas por el chile.

El café dejó de ser una golosina, ya no capuccino, ya no frappé, ya no de sabores. Ahora espresso con mezcla de arábiga y planchuela. 

Sabores y texturas con más carácter, con más clase, son los que ahora predominan. Este tostón no solo cambió mi “si tienes problemas dímelo de frente” por un “si tienes problemas conmigo, es tu pedo”. 

Mi mejor regalo de 50 años es poder compartir con ustedes mis pensamientos más glotones en esta revista maravillosa. Gracias por leerme.

 

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Luis Aranda
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