Compartir
Suscríbete al NEWSLETTER

Libros al desnudo: ¿bondad o ingenuidad?

Por: Playboy México 06 Jun 2018
Quién no ha escuchado la máxima: “el que presta un libro es un bruto, pero el que lo regresa lo […]
Libros al desnudo: ¿bondad o ingenuidad?

Quién no ha escuchado la máxima: “el que presta un libro es un bruto, pero el que lo regresa lo es aún más”. El adjetivo puede variar: pendejo, güey, tonto, etcétera. Todo depende cuán sacrílego se considere este acto, pues el amor a ese objeto contenedor de historias en ocasiones nos vuelve gollums que ante la solicitud de préstamo hace que mostremos los colmillos y digamos “my preocious” mientras nos aferramos a él. Acuso que soy uno de esos que suele mostrar reticencia a prestar libros, pero esa actitud no es gratuita, tiene un origen. Como buen lectómano, siempre he estado interesado en que los demás descubran lo chingón que es leer, y por supuesto para ello solía compartir sin reparo novelas, libros de cuento, ensayos, revistas o poemarios. Según los iba leyendo y pensaba: “este libro seguro le gustará a fulanito o zutanito”, con prontitud los depositaba en otras manos con un breve discurso de por qué creía degustarían de la obra y me marchaba confiado no sólo en que estaba haciendo un bien, sino que volverían a mí. El tiempo pasó y cuando menos me di cuenta perdí el conteo de libros fuera de casa, lo peor fue que en muchos casos no recordaba a quién se los había prestado y todavía más terrible era que de quien sí sabía, en la mayoría de los casos no lo leyeron. Así que poco a poco desistí de mi carácter prestamista y lo reduje a la simple recomendación.

Sé que no es un grupo pequeño el que está renuente a compartir libros, sin embargo también existe una contraparte que cree en la buena voluntad de este acto; como aquel amigo mío que tiene la costumbre de desprenderse de todo libro apenas lo termina, no únicamente prestándolo sino dándolo en adopción sin mayor expectativa que la probabilidad de alguna vez ser leído. Este camarada no posee ni un solo ejemplar más que el de turno, pero en su cabeza están seguro las huellas de cientos de historias.

Partiendo de esta idea, me di a la tarea de cuestionar a algunos cibernautas y amigos respecto al debate: prestar libros ¿bondad o ingenuidad?, pidiéndoles también me compartieran alguna anécdota relacionada. Las respuestas son sin duda interesantes.

@valdibass cree en el préstamo como un riesgo que suele traer consecuencias: “creo que prestar libros es arriesgarte a eso (a que no vuelvan), pero lo que buscas muchas veces es poder platicar de él con esa persona. Por lo general presto a gente que supongo le gustará la obra y siempre han vuelto. Caso curioso: el de Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, de Enrique Jardiel Poncela regresó a mí en una caja, todo deshojado, una edición de 1950, por lo menos volvió completo.”

Para @hectorimbop prestar un libro es un acto de fe: “Yo sí los presto, no me importa que no me los regresen, con que los lean, aunque me ha pasado que no me devuelvan algunos especiales, como El Che de Taibo II, El Perfume, de Süskind, El Paraíso en la otra esquina, de Vargas Llosa… buenos libros, espero que les hayan gustado a quienes los tienen.” No puedo leer esto sin imaginarme un suspiro.

A @giselagep le hicieron una mala jugada que le hace pensar dos veces si hacerlo o no: “Si son libros muy queridos no los presto, ya me pasó que una persona muy cercana y de mucha confianza prestó mi libro (con dedicatoria) a otra persona de su confianza que terminó regalándolo a la beneficencia.”

@TRISMEGISTO69 nos comparte una reflexión y una estrategia que probablemente surgió de la experiencia: “Los libros, al igual que los discos, son muy orgullosos, si los dejas ir no regresan. Ahora, cuando los presto dejo una nota en el lugar que ocupa el libro diciendo a quién y en qué fecha lo presté para por lo menos saber quién se lo quedó.”

Desde Facebook también comentaron:

Ana Vázquez sufrió el duelo de un querido libro que no volvió pero terminó imponiéndose una regla: “Comparto los que no me duele perder desde que no me regresaron uno muy difícil de encontrar sobre hongos mexicanos. Lo encontré en un bazar y jamás lo he vuelto a ver en ninguna librería.”

Patroc Moreno es de esas lectoras tercas que no desiste por más malas experiencias vividas, creyendo lograr encontrar la conexión con otros lectores: “Yo sí he prestado libros, una vez presté uno y no me lo regresaron. Creo que no he aprendido la lección porque lo sigo haciendo; lo hago tal vez porque quiero que lean lo que yo leo.”

El Ariel Mojica nos cuenta una anécdota que evidenció el descaro del sujeto en quien confió: “Presté un libro, lo malo que ya se encuentra agotado, pero el cinismo fue que cuando pedí el libro me dijo: <no, ya te lo devolví>. Acostumbro a poner mi nombre en una esquina en la primera y en la última hoja. Luego, en casa de esa persona vi el libro y le dije: <mira, aquí tienes mi libro>, a lo cual me respondió que ese era suyo; revisé la primera hoja y noté estaba arrancada, chequé la segunda y lo mismo. Después de eso acostumbro seguir poniendo mi nombre en la primera y última página, además de en la 100, 200, 300… cada cien páginas. Sigo prestando porque sé que será de utilidad.”

Monserrath Gutiérrez es breve pero concisa, fiel reflejo de que todo queda a la suerte: “Sí los he prestado, unos regresan y otros ni se acuerdan.”

Enrique apela a la frase mencionada al inicio de este texto, lo curioso es que la aprendió de un profesor y la dice como si fuera un consejo: “Es un pendejo el que presta libros, pero es más pendejo el que los regresa. Eso nos lo enseñó el maestro Temo… ¡De nada!”

Paulina Torres cree en el karma: “Una vez presté un libro, después de mucho tiempo esa persona me prestó uno, nació de él, yo no lo pedí. Así que decidí no devolverle el suyo (ojo por ojo. Sí, la venganza es dulce). Pasaron años y un día me lo pidió de vuelta; le dije que se lo daría cuando me devolviera el mío. Al día siguiente me lo llevó. Intento no prestarlos porque lloro su ausencia, aunque sí lo hago con mi familia y amigos cercanos.”

Arturo Ceja cuenta su perspectiva como quien ha recibido un préstamo: “Un día me prestaron uno y sentí feo cuando me lo pidieron, me dio vergüenza. No sé si los demás sientan lo mismo. Mi esposa ha prestado y no se los devuelven. Creo que si ya los leímos deberíamos hacerlos circular.”

Gerson Mendoza acepta con honor el dolor que pueda causar el que un libro no regrese, confiando en que su lectura puede impactar a los demás: “Duele prestar y que no vuelvan, pero me tranquiliza que otra persona tenga esas lecturas en sus manos porque sé que algún día va a reflexionar con el contenido y su mundo cambiará.”

José Zavala evoca sus años juveniles: “Los préstamos de libros me suenan a una práctica remota que era posible cuando uno era joven y desempleado, edad en la que precisamente por dichas características se tienen amigos que pueden leer pero no tienen dinero –y menos libros-. Cuando se tiene un sueldo fijo los libros que se compran toman un valor menos simbólico y más social; la práctica de prestar se limita por el orden natural de las cosas a aquel amigo que por garantía no nos va a defraudar, aunque como este no pagó por el libro, seguramente lo va a dañar, lo que uno no haría en varios años de vida.”

¿Prestar o no prestar libros? Cuestión de cómo nos ha tratado la vida en este terreno, lo importante es que este siga circulando sin fin, ya sea de la librería al lector y allí permanezca, o que de este transite a nuevos ojos y así sucesivamente en una larga cadena; dejando de una forma u otra marcas indelebles en la vida de quienes los leen.

Te recomendamos
Foto perfil de Playboy México
Playboy México El Placer de Vivir Somos una marca reconocida mundialmente, el conejo nos representa. Entretenimiento, contenido relevante y todo aquello que emociona a hombres y mujeres.
Descarga GRATIS Calendario Revive el Poder 2024
Calendario
Descarga AQUÍ nuestro especial CALENDARIO REVIVE EL PODER 2024.
Suscríbete al Newsletter
¡SUSCRÍBETE!
¿QUÉ TEMA TE INTERESA?