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Extasionamiento: mi encuentro con Cleopatra y la porno del millón de dólares

Por: Arturo Flores 20 Ene 2020
Mientras abrazaba a Cleopatra por la cintura, recordé lo que Bart Simpson pensó después de saludar a Krusty el Payaso: […]
Extasionamiento: mi encuentro con Cleopatra y la porno del millón de dólares

Mientras abrazaba a Cleopatra por la cintura, recordé lo que Bart Simpson pensó después de saludar a Krusty el Payaso: “jamás me volveré a lavar esta mano”.

Pero tenía yo 20 años y una desmedida afición por el porno, por lo que lo más sensato fue tallarme cada dedo con mucha agua y jabón. Lo que nunca pude limpiarme de la memoria fue el cochambre de haber tocado a una actriz porno.

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Era la conferencia de prensa de alguna expo relacionada con sexo y Cleopatra no se llamaba sí, sino Julia Taylor. Una rubia húngara de formas discretas nacida en 1978, que saltó a la fama después de protagonizar para la productora Private Media Group la que ostentaba el récord de la película para adultos más cara de la historia.

Cleopatra fue rodada en buena parte en Egipto, con un presupuesto de 1millón de dólares, y dirigida por el italiano Antonio Andamo.

¡Un millón de dólares!

Hoy que cualquiera puede grabarse con su celular mientras tiene sexo (por mucho que nuestras piruetas y gestos amateur se parezcan más al apareamiento de los macacos), que se filtran las sex tapes de los famosos, y que se rumora que en los hoteles de Tlalpan te graban sin pedirte permiso con cámaras apostadas detrás del espejo del techo, hubo un tiempo remoto en que alguien invirtió muchos billetes verdes en llevar a su crüe a fornicar cerca de las pirámides de Giza.

La tecnología nos ha mejorado la vida.

Aunque le ha arrancado al porno esa aura mística que tenía, antes de que Internet nos pudiera al alcance la mano (literal) un infinito bufet de acoplamientos. Desde el tradicional HM, los aventurados HMH, MHM, hasta las más retorcidas escenas de sexo grupal, las sugerentes simulaciones de jefe-asistente, profesor-alumna, repartidor de pizza-ama de casa y las recientes tendencias en la búsqueda (de acuerdo con el último conteo de PornHub), como el squirt.

En tiempos en los que a cualquiera nos llega al teléfono un video trucado con los gemidos de Alexis Texas, no puedo evitar recordar con cierta nostalgia lo que significaba conseguir una película tres equis. Usualmente las tenía alguien mayor. Un primo, un vecino, un tío. Casi siempre en formato BETA o VHS, con una cinta que por lo general mentía. El videocassette nunca tenía en realidad “Metallica Unplugged MTV”* o “Las mejores jugadas de baseball”.

Te convertías en un experto tripulante del control remoto. Porque la primera vez que veías la película te chutabas la historia completa. Como dice un meme, “ya sé que están cogiendo, pero quiero saber por qué”. Las veces que seguían te dedicabas a adelantar y regresar la película a placer. Siempre con el riesgo latente de que la cinta se atorara en las entrañas de la videocasetera.

Conocer en persona a una actriz porno equivalía a contemplar a una diosa bajar del Olimpo sexual para pasear entre los mortales. Recuerdo aquella atestada conferencia de prensa como el fusilamiento simbólico del cuerpo de Julia, al que un centenar de flashes atacaban en una especie de bukkake de luz.

Colocarle la mano en talle para que el fotógrafo me sacara la foto del recuerdo guardaba un significado simbólico. Porque yo había visto Cleopatra, la película, y con esa misma mano le había dedicado a Julia decenas de ritos de Onán. Lo que en palabras menos arrogantes quería decir que me había masturbado mientras ella gemía escandalosamente encima de la tumba de Tutankamón.

Hoy las producciones porno distan mucho de costar un millón de dólares.

Tengo muchas amigas y amigos que se dedican al porno y me cuentan historias que bordean entre lo patético y lo absurdo. Uno de ellos participó en un rodaje en el que el director y los actores se metieron a hurtadillas en un hotel de paso y en medio del clímax (literal) histriónico, alguien que había entrado al baño jaló la palanca. El sonido del agua vertida quedó grabado en la película y la escena se tuvo que repetir desde el principio.

Tampoco es un secreto que muchas pornstars han encontrado en ser scorts un desahogo económico para contrarrestar los efectos de la gratuidad.

Porque todos vemos porno, ¿pero quién está dispuesto a pagar por ello?

Tanto Julia Taylor como yo tenemos 40 años en la actualidad. Ella ha alcanzado la categoría de MILF, que según me contó Ramiro Lapiedra, el hacedor de pornstars más famoso de España, es una de las más redituables económicamente. Y yo, encontré hace poco la fotografía en la que un veinteañero afortunado, devoto feligrés de la religión de la chaqueta, tuvo la fortuna de ponerle una mano encima a la protagonista de la película porno de un millón de dólares.

*Metallica jamás ha grabado un MTV Unplugged.

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