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Extasionamiento: Lo que callamos los Sugar Daddies

Por: Arturo Flores 20 Ene 2020
Sé un Sugar Daddy, decían. Será divertido, decían. Afirma Jarvis Cocker en su canción ‘Leftlovers’: “si quieres estudiar dinosaurios, conozco […]
Extasionamiento: Lo que callamos los Sugar Daddies

Sé un Sugar Daddy, decían. Será divertido, decían. Afirma Jarvis Cocker en su canción ‘Leftlovers’: “si quieres estudiar dinosaurios, conozco a un espécimen, un interés indiscutible”. Se la escribió a una joven a la que conoció en el área de paleontología del Museo de Historia Natural de Nueva York.

Claro, pero el vocalista de Pulp es una estrella de rock. Puede darse esos lujos.

La idea de volverse un Humbert Humbert y salir a divertirse junto a Lolita, suena tentadora casi para cualquier hombre. ¿Cuántos no se han visto al espejo y mientras se acarician las canas de la barba, y se resignan al inminente suicidio de lo que en otros tiempos fue una copiosa melena, se repiten condescendientemente: todavía aguanto un piano?

Primer consejo: nunca digas “aguanto un piano” delante de una nínfula. Lo mismo que “vámonos de reven”, “salgamos a cotorrear” o “déjame te pongo una rola”. Recuerda que el lenguaje es como la energía, no se crea ni se destruye, pero bien que se transforma.

Las mismas palabras que en tu adolescencia pudieron abrirte las puertas, en 2019 pueden cerrarte las piernas.

Sí, jugar al Sugar Daddy puede resultar muy divertido; la idea de ser el Conde Drácula que beba de los labios de una joven (y millennial) Mina, el elíxir de la vida eterna, mientras le susurras al oído “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, puede hincharte el pecho como pavorreal, pero existe una cláusula, escrita con letras chiquitas al final del contrato… que se tienen que decir y se dirá.

Escribe el poeta Renato Leduc que sabia es la virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo. Pero nada menciona de regresar el tiempo. Porque eso es un privilegio reservado para Marty McFly y el Dr. Brown en Volver al futuro.

Ser un Sugar Daddy implica, además de despertar la envidia de quienes nos vean pasear de la mano con la encarnación viva de Lana del Rey en Lolita (y si no cachaste la referencia, de la Britney “pre-rape” que bailaba encolegiada ‘…Baby one more time’), el ser víctima de vergonzosas humillaciones.

A continuación, enlisto algunas.

Tengo una amiga que es igual a la hija del Reverendo Alegría de Los Simpson. Carita de ángel, pero poseedora de voracidad sexual propia de una precoz Condesa Bathory. Ha tenido decenas de experiencias con hombres mayores. Ella tiene apenas 25 y uno de sus novios apenas apagaba un par de velitas menos que su padre.

En broma, le digo a ella que cuando pasa delante de un panteón, se moja.

Jessica Alegría me contó que en una ocasión, para incrementar el ingrediente kinky de su relación, visitaron juntos una juguetería. Después de procurarse un húmedo beso en el pasillo de las Barbies, la pareja escuchó que a una dependienta se le escapó un sorprendido, “¿Cómo? ¿Entonces no era su papá?”.

Salir con una mujer más joven podría significar que, divorciado y con hijas de la edad de tu novia, te veas obligado a perrear en la pista de la Puri (si no sabes qué es la Puri, ya empezamos mal, googléalo) en medio de un calor infame. Pero también que los referentes culturales pop signifiquen que uno al otro se tengan que explicar las cosas, igual que esos ensayos escolares llenos de pies de página.

–¿Qué es un Tío Gamboín?

–¿No sabes? ¿Pues qué estabas haciendo en 1985?

–Seguramente flotando en los testículos de mi papá.

Le pasó al primo de un amigo que salía con una chica con la que materializó la canción 40 y 20 de José José. Él nunca bebía refresco, a menos que se sintiera mal. Pero un día se le antojó un vaso de Coca-Cola con hielos y así la pidió a la mesera, cuando fueron a comer.

Su acompañante, al escucharlo, preguntó alarmada, a un volumen suficiente para que la escucharan desde los comensales hasta los valet parking:

–¡¿Te sientes bien, mi amor?! ¡¿Te bajó la presión?!

Sé un Sugar Daddy, decían. Será divertido, decían. Y puede que lo resulte, mucho. Sobre todo cuando la depositaria de tu amor abraza sus daddy issues, y no le molestan y hasta le parecen interesantes y atractivas tus entradas, tus canas, tus tatuajes despintados, tus aires de chavorruco, tu música en vinilo, tus películas en VHS (al final, para ella representas un museo viviente con guía incluido, como en el que Jarvis conoció a la musa de ‘Leftovers’) y el verano, sostiene José José, que cuando la tocas la quema.

Sólo procura que no te suceda lo que a Mick Jagger en la novela Mis salvajes rockeros, de Jordi Sierra i Fabra. Cuando el vocalista de los Rolling Stones pensó que se había ligado a una suculenta rubia afuera de una disco (ya desde ahí te darás cuenta cuándo se escribió el libro), resultó que ella sólo quería un autógrafo para su madre.

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