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Extasionamiento: give Playboy a chance (mis primeros 10)

Por: Arturo Flores 18 Sep 2018
Tenía 20 años, el cabello atado en una coleta, los tenis desgastados a fuerza de aplanar banquetas y una nula […]
Extasionamiento: give Playboy a chance (mis primeros 10)

Tenía 20 años, el cabello atado en una coleta, los tenis desgastados a fuerza de aplanar banquetas y una nula conciencia del vestir.

Compartía un whisky en las rocas con la argentina Mónica Maristáin, periodista que tres lustros atrás fungió como editora de Playboy México. Acodados en la barra de un bar.

            –Dame oportunidad de escribir en la revista –le pedí con total ingenuidad. Supongo que decenas de colegas le formulaban la misma solicitud. Ya estaría harta.

            Un par de semanas después, me llamó por teléfono.

–Arturito, no tengo ni la más remota idea de cómo escribas. Nunca te he leído. Pero alguien me quedó mal con una columna de reseña de discos. ¿Te la podrías echar tú? Es para el lunes, 1500 caracteres.

Eran tiempos sin Spotify ni Deezer. Fui a su oficina a recoger tres discos compactos. Si mi memoria no me traiciona, se trataba de uno de Roger Waters, otro de George Harrison y uno de Robbie Williams.

Nunca en mi vida redacté, revisé, leí en voz alta y borré tantas veces 1,500 caracteres. Hasta que el domingo por la noche, me sentí confiado y le di send al correo electrónico, como quien despide a una paloma mensajera sin persignarse porque no tiene fe en Dios.

Mónica no me respondió. Pero dos semanas más tarde compré la revista en un quiosco, la abrí con la ansiedad del niño a punto de zamparse un caramelo y ahí estaban mis tres reseñas. De ahí en adelante, sucedió cada mes hasta que la revista cambió de dirección. Ahí aprendí que cuando un editor no se manifiesta después de que le entregaste tu texto, es que le gustó. Preocúpate si responde.

Por razones que no conviene regurgitar en este espacio, ya no me encontraba a gusto con mi trabajo como Coeditor de una sección de entretenimiento en un diario. Mi amiga Francisca Yolín me pasó el tipo: Gabriel Bauducco, el nuevo editor de la revista del Conejito, estaba buscando un Jefe de Redacción. Me consiguió una audiencia con aquel fulminante entrevistador a quien yo leía cuando publicaba en las páginas de la extinta Día Siete.

Siempre me levanto temprano. Es un defecto de nacimiento. Ni siquiera cuando fui adolescente y salía de fiesta como si no existiera un mañana, podía engañar a mi reloj biológico. No tengo vocación de poeta maldito. Soy mucho más funcional y productivo cuando brilla el sol.

Pero ese día se me hizo tarde. Justo ese. Ignoro cómo le hice, pero aún así llegué antes que Gabriel a la cita, que tendría lugar a las 8 AM. En las antiguas oficinas de Playboy en Polanco. Sólo me dijo dos cosas:

–Necesito a un buen escritor que hable inglés.

Eran otros tiempos. Al periodismo aún no llegaban los perfiles psicométricos. Muchos reporteros de vieja escuela hubieran quedado fuera de sus plazas si se conociera la oscuridad que habitaba en su alma bohemia. Mejor hubieran aplicado para acreditar su licencia de teporocho.

Una mañana, Gabriel me telefoneó:

–Intentémoslo –me propuso –sé que cuando eras más joven fuiste dark. Te recomiendo que ya no lo seas más en la oficina.

Me llevé la mano a la coleta.

–Para ser, hay que parecer –pronunció después con su característica templanza. Uno de los mejores consejos que me han dado en la vida.

Esa misma tarde me corté la coleta. Renuncié al periódico y una semana después, me presenté a trabajar en Playboy. De zapatos en vez de tenis. Era el 18 de septiembre de 2008.

El intentémoslo se transformó en una de las amistades más entrañables de las que he disfrutado. Cómplice, maestro y hasta paño editorial de lágrimas.

Hace seis años, me llamó a su oficina, como hacía a menudo.

Sus frases siempre son cortas, pero lapidarias, igual que las de un rapero de la Costa Oeste:

–Me voy de Playboy. Felicidades, señor Editor.

Me sudaron las manos, de emoción y de miedo. Porque lo que venía sería grandioso, pero también gigante.

Mientras escribo se me vienen un aluvión de recuerdos. Los viajes, las coberturas, las sesiones de fotos, las Playmates, la Mansión, las juntas, las crisis, los cierres editoriales, las negociaciones, el estrés, el placer, la curiosidad infinita, las horas nalga, las aventuras, los sueños, los desvelos, las amenazas, las fortalezas, las debilidades, las dudas y la muerte de Hef. La cuerda floja, el salto en bungee y el nado con tiburones que a veces representa la vida.

De la coleta no queda nada. Hoy soy víctima de la calvicie. Ya me gusta usar saco. Pero otras cosas no han cambiado.

Todavía soy tan ingenuo como para creer que las cosas buenas suceden, si te atreves a pedir una oportunidad.

 

Extasionamiento: Donde aparca el placer.

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