Extasionamiento: a los pelitos de tu entrepierna

Nunca te rasures, te lo ruego.

20 años le costó a la Naturaleza cultivar el jardincito que crece en tu pubis, como para que lo podes de golpe.

Bendito bosque de arbolitos bonsái que me hace cosquillas en la nariz. Diminutos tentáculos de pulpo que se me atoran detrás de la lengua.

Amo que los pelitos de tu entrepierna se asomen para saludarme, por los costados de tu lencería, cuando te desnudo. Buenos amigos a los que otras mujeres disfrutan decapitar. Por favor, nunca seas como ellas.

La depilación no más que una matanza. Un vellocidio imperdonable, un crimen de lesa vellosidad que debería ser castigado. Porque de haber querido coger con los ángeles, no buscaríamos los hombres a mujeres de carne y hueso.

Porque no existe delicia más sublime que pasarte la lengua encima de ese ensortijado ejército de soldados capilares. Sentir que me peinan las papilas, liberando el agridulce bálsamo de tu perfume.

Aún recuerdo la primera vez que nos encontramos. Aquella noche de viernes en la que se impuso la locura a la sensatez.

Te bajé los calzones con los dientes. Explotó como un ramillete esa negra melena en miniatura. El corazón se me aceleró. Tendida como estabas, con la cabeza echada hacia atrás, me ofrecías la posibilidad de viajar a otra galaxia. De remojarme el mentón en la fuente de tu licor. Los pelitos de tu entrepierna como una manojo de dedos sin falanges que me acariciaban los bigotes. Me sentí igual que un gato zambullido en su tazón de leche.

Pobres pelitos de tu entrepierna.

¿Quién inventaría los rastrillos? Esa Hoz de la Muerte que sega de raíz los sembradíos del Monte de Venus. ¿Cómo combatir el apetito del filo helado, del rayo láser que por costumbre estética ha exterminado esos pelitos que a los que los amantes del follaje, como yo, regamos con nuestra saliva?

Amo los pelitos de tu entrepierna.

Por la mañana, cuando aún estás dormida. Porque amanecen salpicados por el rocío de tu sudor.

Los amo cuando usas vestido porque sé que viajan agazapados como tigres, cocinándose al fuego lento de tu caminar.

Los amo aplastaditos como los círculos que los extraterrestres trazan en los trigales europeos. A veces fantaseo con la idea de que cuando te desnude, encontraré el Ojo de Horus, que me observa por debajo de tu ombligo.

Los amo porque sé que me quieren también, que si otro intentara acercarse se afilarían como espadas para atravesarle la boca. Se apertrecharían para resistir sus ataques. Tomarían la forma de un enrejado que protegiera la entrada de tu vagina.

Los amo rebeldes y despeinados. Revueltos e indomables. Porque te pertenecen e igual que tú, jamás se resignarían a vivir agachados. Estoy seguro que si en un arranque de estética moderna, te atrevieras a arrancarlos con cera, reencarnarían una y mil veces. Porque son necios y testarudos como su dueña.

Los amo porque me hablan mientras tú no escuchas.

Se mueven solos como los girasoles. Miran hacia la luna. Se deslizan como serpientes entre las comisuras de mis dientes. Son las barbas del diablo y los habitantes de las axilas de la Virgen.

Nunca te rasures.

Y si lo haces, con la misma navaja ábreme después la garganta. Párteme en dos.

Me encontrarás adentro todos los pelitos que te faltan en la entrepierna.