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Difícil de creer: Crónica de mi COVID anunciado

Por: Sergio Sepulveda 02 Mar 2021
Nuestro amigo y colaborador fue una de las personas que tuvieron la desfortuna de contagiarse y aquí nos cuenta cómo […]
Difícil de creer: Crónica de mi COVID anunciado

Nuestro amigo y colaborador fue una de las personas que tuvieron la desfortuna de contagiarse y aquí nos cuenta cómo la pasó.

Viernes 8 de enero 2021. Alrededor de las dos de la mañana desperté, sin más razón que mi crónico mal dormir. Ese insomnio intermitente que se agudizó desde el inicio de la pandemia me levantó de la cama. Lo extraño fue que lo primero que pensé al abrir los ojos fue “no huelo, no tengo olfato”. Me dirigí al baño y alcancé mi shampoo, al colocarlo debajo de mi nariz, una, dos y tres veces me di cuenta que no olía el aroma a menta que lo caracteriza, tan solo percibí algo fresco sin poder asegurar que olía a menta.

No me preocupé, como quien evade un problema, me argumenté el pésimo olfato con el que salí de fábrica al nacer.

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Con la modorra característica fui a la cocina, almacén de los olores hogareños. Abrí la despensa y tomé un frasco lleno de granos de café. No identifiqué el rico aroma de Veracruz. Mi perfil escéptico no se alarmó y me llevó a buscar un último aroma; como el niño que se aferra a la última vida de un videojuego, como el futbolista que suda el último minuto de compensación de un partido, como la Bestia deposita su esperanza al último pétalo de la flor, saqué de mi bolso una loción. Disparé el atomizador sobre mi antebrazo y casi no lo percibí, si acaso una ligera ola de alcohol. “Ya valió”, pensé. Desperté a mi mujer, le dije “no tengo olfato” y un sincero “no mames” como respuesta dió inicio a dos semanas con incertidumbre.

Como la vida es fanática de las coincidencias, recibí en mi hogar a las 7:30 am al personal de un laboratorio porque ya había programado una PCR debido a que grabaría un comercial el lunes siguiente. Le advertí al joven de mi sospecha y su mirada me adelantó el resultado positivo que confirmé por la tarde.

La doctora me ordenó aislarme de inmediato. Así que me encerré en la habitación matrimonial. Mis hijos cada uno en su recámara y mi mujer se quedó en la sala. Todos con cubrebocas y vigilantes de cada síntoma. Días antes había logrado comprar un tanque de oxígeno como prevención ante las noticias del desabasto. Por fortuna yo no lo usé, pero mi compra se hizo valiosa porque mi esposa, al igual que mis hijos, dio positivo días después y ella no la pasó tan fácil, de hecho, tuvo que echar mano del tanque en dos ocasiones.

A la par de tomar los medicamentos, desaparecí de las redes sociales y evité las noticias por TV; esta fue la mejor medicina, alejarme de la infodemia me llenó de optimismo, un día a la vez.

Y es que el virus te puede afectar cualquier órgano, pero su juego mental también es cruel, agresivo, perverso.

Los primeros cinco días de la enfermedad lloraba bajito para que mis hijos no me escucharan. “No me puedo morir” me decía mientras medía mi oxigenación. Lo peor fue cuando mi esposa empezó a sentirse mal. Primero el dolor de cuerpo y después la inflamación en sus pulmones que con- firmó una radiografía. Ella es la valiente de la casa y se echó al hombro todo el trabajo doméstico sin descomponerse hasta que su oxigenación empezó a bajar, nunca para ir al hospital pero sí en un rango de pedir auxilio a la doctora. “Yo me puedo morir, pero mis hijos no se pueden quedar sin su mamá”, era mi rezo mental.

Pasaron los días, de la mano de un arsenal de medicinas, buena alimentación y toneladas de amorosos deseos, vencimos al covid; nos sentimos afortunados, pero reconozco que fue un madrazo para revisar nuestro día a día. Y no hablo de nuestras previsiones de pandemia, me refiero a re- visar si estamos viviendo o solo respirando.

Es cierto, cualquier día y por cualquier cosa vamos a morir. Pero hoy la COVID es otro factor de la ecuación y cuando te asalta el virus juega con tu cuerpo y se burla de tus emociones. Pareciera la minúscula bala de una ruleta rusa porque el tratamiento no oficial requiere de fortuna.

Mis hijos jamás se enteraron que dieron positivo, mi esposa aún tose y yo no he notado alguna secuela física, pero esas semanas encerrado, concentrado en sanar me regresaron las ganas de disfrutar todo; cada sabor, aroma, respiración, abrazo, cada beso; disfrutar por las personas a quienes amo y por los amigos y conocidos que la COVID no les dio una segunda oportunidad como a mí.

Difícil de creer.

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