El escritor mexicano falleció la noche del martes. Una vez tuvimos el privilegio de publicar un cuento suyo y antes, de charlar animadamente con él y hacerle una serie de fotografías. Aquí un merecido homenaje al autor de “Un hilito de sangre”, así como el recuerdo de aquellos textos.

POR ARTURO J. FLORES

FOTOGRAFÍAS DE MIGUEL ÁNGEL MANRIQUE

Anoche murió Eusebio Ruvalcaba, maestro y amigo. Coincidentemente me encontraba en una reunión de escritores en casa de Beatriz Rivas y Francisco Martín Moreno. Me enteré por mensaje de texto de otro escritor, Adán Medellín, jefe de redacción de esta revista. De inmediato acudí a las redes sociales. Los muros de varios amigos, todos escritores, exhibían las primeras condolencias.

De Ruvalcaba conservamos todos quienes acudimos a su taller un montón de enseñanzas. Fui de los últimos en integrarme y después, por falta de tiempo, me ausenté hasta que ya no fue posible regresar.

Pero a manera de aforismos –que fue uno de sus géneros literarios consentidos, él, que los cultivó prácticamente todos– me gustaría rendirle homenaje.

1. El taller arrancaba a las 10 de la mañana en el Café Katsina, en el centro de Tlalpan, a unas cuadras de su estudio. Eusebio llegaba siempre puntualísimo. Una vez me confesó, con ese particular sentido del humor que tenía, que añoraba que alguna mañana no llegara nadie. Entonces podría dedicarse a leer y escribir sin ser molestado. Pero eso nunca sucedió. Siempre acudimos, ¿cómo perdernos la oportunidad de ser leídos por el maestro?
2. “Si le mostraste tu texto a tu novia y le gustó, es señal de que debes tirarlo a la basura inmediatamente”, solía decirnos. Cuando había talleristas mujeres presentes, a ellas les aconsejaba: “lo mismo si le gusta a tu novio”.
3. El maestro acomodaba las fotocopias de nuestros cuentos uno debajo del otro, como íbamos llegando, desde las 12 del día. Se supone que cada sesión de se acababa a las 3 de la tarde. No recuerdo que eso sucediera ni una sola vez. Jamás nos íbamos hasta que todos hubiéramos leído y sobre nuestros textos cayeran en aluvión las críticas.
4. En cada sesión se consumían varias botellas de tinto (junto con el whisky, la bebida predilecta del maestro), cafés (Eusebio prefería el de prensa francesa), cervezas y algunas charolas de carnes y quesos.
5. “Un texto debe tener trama y trauma”, anoté en la esquina de una hoja de papel algún sábado. Lo había pronunciado Eusebio.
6. Hasta donde recuerdo, a él no le gustaba la versión fílmica de “Un hilito de sangre”, su novela más popular.
7. Era común que al taller llegaran escritores de provincia o jóvenes lectores para que el maestro les firmara un ejemplar de sus libros. No sólo lo hacía, sino que les invitaba una cerveza o a comer.
8. Era muy común que terminadas las sesiones, nos fuéramos a comer todos juntos. Sobre todo al Rayuela, el restaurante de al lado, o a la cantina La Jalisciense.
9. A Eusebio no le gustaba el rock, por más que su columna en La Mosca en la Pared lo volviera tan popular entre los adolescentes de los años 90. Él escuchaba música clásica. Sobre de Johannes Brahms. JB. Así se llamaba también el whisky que pedía.
10. Muchas tardes de sábado concluyeron en el estudio que Eusebio tenía en Tlalpan, donde al principio no había Internet. Pero sí música. Y hasta nos leía en voz alta fragmentos inéditos de algo que estuviera escribiendo.
11. Al final del taller, pasábamos un sobre en el que guardábamos el costo de cada sesión. Al final, cuando se lo entregábamos, lo agradecía educadamente a cada uno con un saludo de mano. A veces pienso que le daba un poco de pena cobrar por compartir su sabiduría. Si supiera que habríamos pagado sólo por que nos obsequiara diez minutos de su tiempo.

EL PRÍNCIPE DE LAS EQUIVOCACIONES

EUSEBIO RUVALCABA: “NEGOCIO MI VIDA CON EL ALCOHOL”