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Los “huachicoleros” de la sociedad

Por: Mauricio Flores 20 Ene 2020
El robo, el secuestro y en general, cualquier delito del que seamos víctimas se da independientemente de partidismos, ¿qué se puede hacer?
Los “huachicoleros” de la sociedad

Muy lamentable lo que ha ocurrido en las últimas semanas entre la sociedad mexicana, alentado por algunos “expertos” que han provocado una serie de ataques sin sentido sobre la forma en que debería ser combatida la delincuencia, la violencia y la inseguridad pública por parte del nuevo gobierno. Es evidente que las ejecuciones que ocurren todos los días en varios estados del país, así como los robos, secuestros, asaltos y demás manifestaciones de la descomposición social no han cesado con el sólo cambio de régimen. Es más, las cifras de inseguridad, metodológicamente contabilizadas por algunos medios, indican que muy probablemente en el último mes se han disparado ante la molestia de la actual administración que no las reconoce.

Lo que no es posible seguir propiciando es esa costumbre que tenemos de “partidizar” a los malandros como si estos formaran parte de una corriente ideológica o de algún partido político y que, por esa causa, delinquieran a diestra y siniestra burlando los “operativos” de la autoridad. La delincuencia siempre ha existido en las sociedades, independientemente del régimen político que gobierne a un país. Es más, las condiciones económicas y políticas, si acaso llegan a incidir en la formación de grupos criminales que lo único que buscan es “poderío” monetario para continuar con sus actividades fuera de la ley, independientemente de la ideología de tal o cual gobierno. Muy diferente es el trato que ese régimen le dé a los delincuentes: a veces los utilizan como sus “aliados” y, muchas veces, se coluden con ellos para lucrar también con los beneficios económicos de sus acciones ilícitas como ha quedado demostrado ya en el caso de los narcotraficantes. Otras, las menos, esos gobiernos los combaten por significar un elemento de desestabilización social y política para sus intereses.

Lo que está sucediendo últimamente con los llamados “huachicoleros” es el mejor ejemplo de cómo la delincuencia “trabaja” de la mano de la autoridad. Para poder ordeñar ductos de combustible se necesitan tres cosas, a decir de los que saben: primero, conocer las horas de distribución de gas, diésel o gasolinas por la red que se maneja desde el interior de las plantas de PEMEX. Y esa información sólo se conoce al interior de la “estructura oficial”; o sea, el enemigo dentro de la casa. Segundo, equipos necesarios para la succión de los ductos y que muchas veces fallan provocando siniestros como los que ocurren con frecuencia en poblaciones de Puebla, Guanajuato o el propio Estado de México. Y tercero, la “protección” de cuerpos policiacos que “colaboran” con las bandas delictivas dedicadas a ello para posteriormente trasladar el combustible robado a bodegas para su distribución, ya sea en el mercado formal o informal. No hay más. Es una larga cadena de complicidades que hoy nos tiene metidos en un debate sobre la forma en que hay que terminar con esto.

Asimismo, los “huachicoleros de la política” se han encargado de desprestigiar con su comportamiento la noble actividad de organizar a las sociedades humanas y a la toma de decisiones de un grupo que detenta el gobierno para alcanzar los objetivos que garanticen una vida más justa y con acceso a los derechos de todo ser humano como la alimentación, la salud, la educación, el sustento y la vivienda de sus integrantes.

Los mexicanos hemos fortalecido en los últimos años la creencia de que formar parte de la “clase política” es resolver de una vez por todas nuestros problemas económicos y los de nuestros descendientes debido a las grandes fortunas que se han logrado al amparo del poder. Por eso, hoy existe una gran desconfianza social hacia cualquier forma de gobierno que se adopte por la vía democrática. No sólo estamos experimentando una gran polarización de nuestras sociedades, sino que vemos un enorme escepticismo en torno del éxito que pudieran tener ciertas medidas para combatir la corrupción, tanto la de “arriba” como la que ha corroído en las últimas décadas al país.

Entendámoslo de una buena vez: cuando un delincuente nos roba o nos secuestra no lo hace tomando en cuenta qué forma de pensar tenemos o en qué partido militamos o somos simpatizantes. Nos asalta y punto. Con eso hay que terminar de una vez por todas. No perdamos el tiempo en discusiones bizantinas. Al fin y al cabo todos padecemos, en mayor o menor medida, las consecuencias de este flagelo social. Lo peor de todo ha sido el contubernio del gobierno con las bandas criminales que hoy dominan al país.

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