Por Jaime Garba
@jaimegarba
Pensé comenzar mi texto con el inicio de Pedro Páramo que cual obra de Warhol está más choteado que nada: “Vine a Guadalajara porque me dijeron que acá vivía Felipe Ponce, el director de Ediciones Arlequín”. Lo planee así porque es innegable estar en Jalisco y no pensar en Rulfo, en Arreola, en esa honda tradición literaria que identifica al estado con el mundo literario; pero me salí de esa línea porque como ya dije, además de estar muy gastada (más claro no perderá nunca su genialidad), los libros que se están produciendo en la Perla Tapatía, particularmente en esa editorial, representan una vanguardia, un nuevo aire que respeta, sí, su honorable tradición, pero también se arriesga, y sobre todo propone.
A Arlequín la conocí hace algunos años en la FIL Guadalajara, mientras recorría ávido la inmensidad de la feria, repleta de libros por doquier compitiendo por captar la atención de los lectómanos. Me llamó la atención sobre muchos otros stands su estética, los colores, una percepción que sentí desacralizadora de la literatura, una especie de estrategia amigable que conjunta todos los elementos necesarios, hipnotizando al amante del libro para acercarse, ver y tocar. Lo otro: su esencia y alma, eran evidentes, un magnífico diseño editorial otorgado a cada libro, esa belleza que enamora a primera vista, como si cada obra se hiciera a mano por artesanos de la palabra; y es que no por nada la editorial ganó dos veces seguidas el premio Caniem al Arte Editorial.
La literatura es benévola con quien la ama; por ello en mi conciencia el nombre de la editorial se grabó y, por circunstancias del destino me la volví a topar de manera más directa. Viajé hace un par de días a Guadalajara para firmar un contrato de publicación con Arlequín. Antes del suceso había charlado poco con Felipe, mas era fácil sentir empatía por alguien quien desde un principio demostró bastante profesionalismo. Cuando envié mi novela la recibió y le dio el proceso de dictamen preciso, él, con sensatez, detuvo mis ansias un par de veces para hacerme saber que todo tiene un tiempo, que las cosas se deben cocinar a fuego lento.
Corte a, estoy en la bella y caótica Guadalajara, estrecho la mano de mi editor y dialogamos sobre literatura, y entre tantas cosas no puedo evitar preguntarle con mi curiosidad editorial, cómo hace para que su proyecto se desarrolle cada día con más éxito, máxime en tiempos donde se dice que nadie lee, que el libro no nos es indispensable.
No exagero, Arlequín tiene su prestigio, muchos reconocidos autores avalan la calidad de la editorial, y por supuesto sus escritores proveen un peso fuerte: Dante Medina, Rogelio Guedea, el yugoslavo Ales Steger, la eslovaca Mojca Kumerdej. Y vaya que éstos son sólo unos pocos del considerable catálogo, pero no nos vayamos sólo por la trayectoria y la fama, es casi una garantía que cada uno de los libros vale su palabra en oro. Palabra que sí.
Charlamos en el auto, mientras bebemos una cerveza, en su oficina, sin orden de escenario, lo hacemos donde sea porque cuando amas lo que haces cualquier lugar es bueno. Felipe me narra la historia de la editorial, un camino de más de veinte años en el que los contrastes han existido: claridad y oscuridad, pero que como buen capitán, con seguridad y visión, continúa llevando el navío con mano segura sobre el gigante océano editorial.
En su oficina se encuentra un librero donde están los más de doscientos títulos que ha publicado, me los muestra con orgullo, los mira recordando cuando los tuvo por primera vez en sus manos, con la alegría del padre que abraza al hijo recién nacido, con el propio reconocimiento de saber que ha hecho las cosas con pasión.
El contrato se firma y me siento orgulloso de formar parte de la familia, me apropio un poco de toda esa vibra que en sus instalaciones hay, que aunque sábado, un par de editores trabajan con gusto, se les nota en sus jóvenes rostros. Nos disponemos a irnos pero Felipe debe atender un detalle técnico, a lo que yo espero en la sala de recepción, observando el gran mostrador donde se encuentran algunas novedades. “Chulada de libros”, pienso. Pocas veces me he quedado tanto tiempo como lelo sólo observando; los colores vivos, las fotografías de las portadas, los diseños y los títulos, magníficos, como un acuario de palabras que se podrían requerir horas para contemplarlos y quedar ligeramente satisfechos, para hacerlo por completo sería menester abrirlos, leerlos.
Felipe regresa y echo un último vistazo al lugar, a una de las paredes que como himno enuncia: “Somos orilleros, marginales, alternativos, sin embargo creemos en el diálogo intercultural, en la biodiversidad, en la profesionalización empresarial y en la unión de los editores independientes.”
Reflexiono esas líneas, las siento valientes, obligadas para todos los que como Arlequín hacen libros en un mundo editorial a veces voraz y vertiginoso. Ojalá así fuera, tengo fe de que más, como ellos, hagan libros chingones. Los lectores y el mundo los necesitan.
*Para que conozcan bien el proyecto de Arlequín pueden ingresar a su web: www.arlequin.mx