La cara siniestra del Mundial en Rusia

Era una mañana soleada, típica del verano francés. Sin embargo, en Marsella, el 11 de junio de 2016, no había calma. Los temibles hooligans ingleses habían llegado en masa; 2 mil de ellos se habían trasladado hasta ahí para apoyar a su equipo en el partido que sostendría contra Rusia como parte de la Eurocopa. Hacía 18 años, en esa misma ciudad, los hooligans protagonizaron unas peleas contra los hinchas tunecinos que hicieron que el entonces primer ministro Tony Blair se dijera “avergonzado”. Por tal razón, el partido se consideraba de “alto riesgo” y se habían tomado fuertes medidas de seguridad. Se prohibió la entrada a 2 mil radicales, se movilizó a mil 350 policías e incluso se utilizó un sistema de geolocalización y drones para detectar los movimientos de las masas de aficionados.

La policía permanecía expectante, preparada para contener a los vándalos ingleses que ya tomaban cerveza y gritaban en las terrazas de los cafés del puerto consignas, lo mismo contra la Unión Europea que contra ISIS. Lo que ni los hooligans ni la policía sabían era que ambos estaban por enfrentarse a una fuerza desc munal y desconocida hasta entonces: de la nada, apareció un contingente de rusos que de inmediato se lanzó contra los fans británicos. Apenas eran 200, pero su superioridad se hizo patente de inmediato.

La mayor parte de las peleas se llevaron a cabo en las calles,pero se extendieron a las gradas del estadio, donde se lograron introducir bengalas, petardos y bombas de gas. Después de tres días de enfrentamientos, el saldo fue de ocho detenidos, 35 heridos y un inglés en estado crítico. En realidad, un daño mínimo para quien, una vez vuelta la calma, caminara por las calles y viera la cantidad de botellas rotas, manchas de sangre en el pavimento y sillas desperdigadas por todas partes. El 22 de febrero pasado, el escenario que eligieron los hinchas rusos para desatar la violencia fue España, cuando los ultras del Spartak de Moscú se enfrentaron a los del Athletic de Bilbao.

Tras una batalla en las cercanías del campo del Athletic, con vasos de cristal, botellas y pelotas de golf, el saldo fue de cinco heridos en hospitales, dos de ellos con traumatismos craneo encefálicos y un policía muerto de un infarto. Pero este no ha sido el único incidente del año, pues los rusos han ido sembrando el terror por diversas ciudades europeas.

En diciembre de 2010, tras el anuncio de que Rusia había sido designada sede de la Copa Mundial de Futbol 2018, el presidente Vladimir Putin afirmó: “Pueden confiar en mi palabra: la Copa del Mundo 2018 en Rusia será realizada bajo los más altos estándares”. Y añadió: “Estamos ansiosos de hacer nuestro mejor esfuerzo para asegurar la comodidad y seguridad de nuestros invitados”.  Sin embargo, ya nadie confía en que ello sea posible. Por imitación a los ingleses quien piense que los ultras rusos son iguales a los ingleses, los argentinos o cualquier otro grupo de fanáticos del futbol, está equivocado. Los principios son los mismos, incluso admiten que se formaron imitando la manera de vestir y actuar de los ingleses. Pero su aspiración es “ser mejores”, lo que en su lenguaje significa: más violentos, más temibles, más salvajes.

Ellos pertenecen a la generación que creció tras la caída del muro de Berlín y la destrucción de la URSS; ligados a ideas de ultraderecha, xenófobas y homofóbicas, se les considera neonazis (lo cual resulta irónico, pensando en que Rusia luchó contra el nazismo). En sus propias palabras, rechazan la imagen del suyo como “un país de vodka, guitarras folk y botas peludas”. Han seguido el ejemplo de su presidente de mostrar una nueva cara de la “masculinidad rusa”, una que está basada en la salud, la práctica de deportes de combate y el patriotismo; el alcohol, por supuesto, queda fuera. En las décadas recientes, por todo el país, han proliferado los clubes donde se practican diversas técnicas de pelea a los que acuden estos “nuevos patriotas”. Y algunos de ellos son veteranos de guerras recientes, que tienen entrenamiento militar.

En Moscú existen al menos cuatro clubes de fanáticos, siendo los del Spartak y los del Dynamo los más visibles, pero en la provincia existen varios más. Todos ellos operan como células paramilitares. Y una vez frente al enemigo, el objetivo es buscar su cabeza, derribarlo y una vez en el suelo, cocerlo a patadas.

José Manuel Ríos Corbacho, un estudioso de las mafias que actúan en el deporte, declaró para el diario El Mundo, de España: “El fenómeno de las estructuras paramilitares no se da sólo en el futbol ruso o de los países del Este. Está presente en todos los órdenes de las sociedades exsoviéticas. Los grupos violentos (…) se han radicalizado y han conseguido especializarse”.

Por su parte, Ronan Evain, doctor en ciencias políticas y especialista en grupos violentos, asegura: “En Rusia se citan para batirse en las calles. Aquí (en Francia) se han juntado para la caza del hooligan. Para ellos es como un deporte”. Y añade: “Manejan estrategias de agresión propias de la guerrilla, mientras que los ingleses son los hooligans de siempre, que se emborrachan, pero sin organización alguna para la lucha callejera. En Marsella se dieron casos de bajarse de un coche, agredir a un grupo en unos segundos y volverse a subir para escapar, como un comando”.

Hooligans ingleses entrevistados después del enfrentamiento en Marsella declararon en entrevista para la BBC: “Fue como una operación militar”,“Era como si quisieran matar gente. No sólo querían golpearla, querían matar gente. Querían infligir tanto daño como pudieran”.

Al crecer admirando a los hooligans ingleses, consideran que “es un honor pelear con ellos”. Es decir, son el enemigo a vencer. Y qué mejor oportunidad de enfrentarlos que en su propio suelo y con la mirada del mundo puesta en el Mundial de Futbol.

A principios de este año, se descubrió que diez líderes del movimiento ultra ruso viajaron a Argentina para sostener pláticas con las barras bravas de, al menos, el Boca Juniors, el San Lorenzo y el Vélez.

Conocido es el resentimiento que los argentinos tienen a Gran Bretaña por el tema de las Islas Malvinas, que los primeros consideran de su propiedad pero los segundos ocupan y explotan. Y la humillación que significó el intento por recuperarlas en la guerra de 1982 no se les ha olvidado a los argentinos. Y siendo de los más salvajes, sus fanáticos de futbol resultan aliados ideales para combatir a los hooligans. ¿Qué les ofrecieron? Viaje, gastos y alojamiento pagados, además de abogados en caso de ser detenidos, a cambio de su fuerza bruta. De acuerdo a los departamentos de seguridad argentinos, 300 radicales se preparan para viajar al Mundial. Y se cree que no es el único país que han visitado.

Un ultra ruso advierte: “Para algunos será un festival de futbol, para otros será un festival de violencia”, mientras que otro sen- tencia: “Si vienes a este país con una espada, serás asesinado con esa espada”.

La posición del gobierno

Ante tal violencia sería bueno saber que el gobierno ruso está tomando todas las medidas necesarias para garantizar un Mundial pacífico. El problema es que cuando se trata de Rusia, nada es totalmente claro.

Por una parte, hace años que se intentó contener el problema creando una asociación de fans del futbol, cuyo líder, Aleksan- der Shprygin —considerado un activista de ultraderecha—, está ligado al gobierno de Putin (existen fotos de ambos juntos y otras de él haciendo un saludo nazi). La idea era identificarlos y controlar sus movimientos.

Sin embargo, Shprygin fue aprehendido a su regreso de Marsella y la asociación fue disuelta. Al día siguiente, su auto fue incendiado. Se rumora que ello sería una advertencia del gobierno.

Por su parte, Igor Vladimirovich Lebedev, alto miembro del Partido Liberal Democrático, tuiteó luego de los enfrentamientos de Francia: “No veo nada malo con los fans que pelean. Por el contrario, bien hecho, chi- cos. Sigan así”, al tiempo que asegura que “¡Podemos convertir las peleas entre fans en un deporte! Introducir reglas, competencias de equipos”.

Vasili “el asesino”, el presunto líder del grupo de Marsella y una de las cabezas del movimiento, asegura que se ha retirado y que no cree que se susciten enfrentamientos.“El Mundial será súper seguro”,afirma.

¿Está diciendo la verdad o está tratando de mantener sus intenciones en secreto para evitar ser aprehendido? Imposible saberlo. Existe también el factor Putin, quien gobierna con mano de hierro. Forjado en las filas de la KGB, el presidente siempre proyecta la imagen de un poder absoluto, y no querrá avergonzar a su nación en un evento tan importante como la Copa del Mundo ni mostrar un país fuera de su control. Ya ha aprobado una ley que limita la presencia de los ultras en los estadios, ahora se multan fuertemente los insultos raciales y en los partidos locales se nota una fuerte presencia policíaca. Es muy posible que la policía y la policía secreta estén “practicando” las tácticas que desarrollarán durante la contienda mundial.