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Julián Herbert: “No soy Mick Jagger”

Por: Adán Medellín 11 Nov 2019
Con un enorme bagaje cultural que circula desde lo pop a lo académico, las respuestas de Herbert se parecen mucho a su literatura: torrenciales, vivaces, desdoblándose en referencias y entrelazamientos
Julián Herbert: “No soy Mick Jagger”

Novelista, poeta, profesor, vocalista de una banda de rock, Julián Herbert es uno de los escritores mexicanos más entrañables y reconocidos por sus premios, sus libros, sus talleres e, innegablemente, por una vida en intenso contacto con la fiesta, el alcohol y las drogas.

Tras una crisis de salud, Herbert vuelve a aceitar el motor de la escritura con Ahora imagino cosas (Literatura Random House, 2019), un compilado de crónicas escritas en los dos años más recientes donde desfilan desde sus amores presentes y pasados, el futbol y la música, hasta investigaciones duras sobre el Cartel del Golfo y la mirada social sobre su natal Acapulco y el turismo de Mazatlán. Con un enorme bagaje cultural que circula desde lo pop a lo académico, las respuestas de Herbert se parecen mucho a su literatura: torrenciales, vivaces, desdoblándose en referencias y entrelazamientos, pero atraídas por un núcleo de honestidad. Aquí la charla que sostuvo con Playboy México.

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Tu nuevo libro mezcla autoficción, crónica, confesión, periodismo criminal y político, aunque a la vez es una suerte de documento íntimo. ¿Cómo lo defines tú?

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Híjole, yo parto de un mecanismo de trabajo y luego ya no lo defino, no me preocupo demasiado. Creo que me voy enterando cuando los lectores y los críticos me dicen. Creo mucho que hay ciertos huecos socioculturales donde la literatura se vuelve muy porosa en sus límites y en sus géneros. Por ejemplo, hay un momento en la Francia del siglo XIX en que la literatura se vuelve demasiadas cosas. Chateaubriand es novela, pero es otra cosa. Los escritores franceses de ese periodo son ensayistas pero también narradores. En Latinoamérica vivimos un tiempo así.

Vamos por temas. ¿Te cansaste de mirar a Acapulco en la nota roja para verla en una nota mucho más emotiva y profunda?

No sé cómo contestar a eso, porque siento que mi visión de Acapulco está muy cargada. Yo nací en el puerto, pero lo he visto mucho como turista, porque no vivo ahí, voy de paseo. Conozco muy bien las fuentes vinculadas a lo que Acapulco significa para Guerrero, no para la Ciudad de México, porque mi familia es de la Costa Grande. Más que haberme cansado, siento que hay una cosa inagotable para mí al volver a Acapulco. Acapulco es un mito muy fuerte, es uno de esos lugares fundacionales de México. Está vinculado al alemanismo y al sueño de un país que nunca se cumplió. Acapulco es el gran retrato de un país que nunca llegó a ser México. Más que la nota roja y que las vacaciones chilangas me interesa la complejidad del puerto. La bahía, por ejemplo, es hermosa, no hemos podido destruirla. Dice Baudelaire que la belleza es la promesa de felicidad. Y yo agregaría que es una promesa que muchas veces no se cumple.

¿Acapulco es la ciudad de la nostalgia del esplendor pasado en México?

Sí, creo que mucho para la Ciudad de México. Es como las vacaciones. Hay una cosa del Edén perdido, no sólo social, sino la infancia. Pero para los acapulqueños es el sentimiento de posibilidad. Para un acapulqueño de mi generación, no hay tanto ese esplendor, sino la idea de que puedes prosperar. La idea básica de que los turistas vienen y dan buenas propinas y que tú, por más jodido que estés, en temporada alta vas a poder comprarte unos tenis Nike.

La promesa de la movilidad social.

Sí. Es esta cosa donde nos juntamos la clase media y la clase baja. Y eso se perdió, ese lugar donde las clases sociales fingían que eran una sola. Era el pacto narrativo de “aquí no hay ricos ni pobres, sino que todos somos compas”. Siento que esa forma de fraternidad rara, marcada mucho por el dinero y la generosidad, al mismo tiempo era honesta. Hay un encanto muy particular que a la vez se puede ir por el caño.

Citas de una fuente en otra crónica: “Para adueñarte de una plaza necesitas tres cosas: control del penal, control de la policía municipal y una fuerza de treinta hombres armados dispuestos a todo”. ¿Esa ecuación funciona para buena parte del país?

El que me dijo eso fue un secretario de gobierno, y el que se lo dijo fue el Zeta 40. Entonces, sí, es un dato duro. Esa fue la estrategia de los Zetas y se aplicó en este país. Una de las cosas que los cárteles han hecho de manera constante para tomar plazas ha sido adueñarse del penal. Con el paso del tiempo y a la hora de investigar para la última crónica del libro, me di cuenta de que eso se practica desde los 70. Ya en esos años había este rollo de cooptar a la gente en el penal. Así tienes fuerza de trabajo cautiva.

Julián Herbert: “No soy Mick Jagger” 0

Fotografía Nancy Granados

Una maquila.

Sí. Hay una cantidad de cosas de las que a veces no somos tan conscientes a nivel ciudadano con relación al problema de la violencia. Una de las razones por las que ha habido tantas muertes inocentes es que en un momento dado, cuando los Zetas controlaban una plaza, ponían a un jefe de plaza. Él decía tengo 20 narcomenudistas. Tenía 10, pero decía 20 para quedarse él con los diez sueldos. Y cuando los jefes venían a checar, agarraban a 10 ciudadanos comunes y los mataban, decían que estaban robando ese dinero. El descontrol de la estructura empresarial se resolvía matando gente. Y no estoy muy seguro de que estas prácticas se hayan erradicado del país. Es un problema tener a hombres dispuestos a todo en un país con tal nivel de impunidad, en una empresa donde no hay pago de impuestos o registro de personal. Es terrorífico. Ahora pienso: ¿Cuál es la estructura de recursos humanos del crimen organizado en México? ¿Qué tan organizado es el crimen organizado? Ahí vuelvo a Acapulco y la violencia que se ha generado ahí históricamente. Yo creo que una de las claves de la violencia actual del país está conectada con la Guerra Sucia. Por ejemplo, la construcción del Cartel del Golfo deriva de una empresa que se dedicaba a traficar alcohol a Estados Unidos con la connivencia de los políticos tamaulipecos afines al alemanismo. Al hacerse viejos, su familia hereda la estructura de lo que luego sería el Cartel del Golfo.

Tu texto “Ahora imagino cosas” mezcla el Mundial, las estampas Panini de futbolistas y tus amores pasados y presentes. ¿Tienes el futbol tan cerca del corazón que funciona para organizar tus referentes amorosos?

Mira, es curioso, a mí esa crónica me costó mucho trabajo. Está escrita entre un divorcio y un enamoramiento. Fue súper doloroso el proceso de escribirla. Una de las cosas que me pasan ahora es que he tratado de mantener el futbol en cuarentena. Casi no veo los partidos de mi equipo, Tigres. Yo sé que ahora todo mundo nos odia porque somos muy triunfadores, pero no vivieron con nosotros los 30 años de sequía (risas). El futbol es esto para mí: cuando empiezan mis recuerdos, ya le iba a Tigres. No hubo un momento en que eligiera. Ya era de Tigres. Amo y sufro el futbol, ha sido una experiencia muy intensa. He tratado de bajarle a la pasión futbolera de manera consciente, porque estoy en busca de cierto grado de seguridad en mi vida. Pero con un golecito de vez en cuando sí se pone uno de buen humor.

Hay otra crónica sobre tu experiencia rockstar con tu banda Madrastras. ¿Esa Coca Cola enorme desinflándose y cayendo sobre tu baterista al final del texto resume tu experiencia?

(Risas) Un poco sí. Sigo tocando, ya de una manera menos aspiracional, más resignada. Toco en un barecito y listo. Pero sí, esa imagen que parece medio ficticia, tiene un video, y es perfecta y muy chistosa. Pero ese desinflamiento de la Coca Cola es una metáfora de lo que pasó con el rock mexicano. ¿Qué queda, dónde están las bandas? Las bandas ya ni siquiera se saben sonorizar. En ese sentido, siento que el rock argentino es muy superior al rock mexicano. Hay una disposición al consumo del rock y una disciplina muy marcada por los músicos. El libro tiene un título de Él mató a un policía motorizado, hace poco fui a un concierto y es impresionante lo bien que suenan en vivo… Pero para mí ese texto en que me subo a un escenario a hacerle al rockstar, que habla de 2005, era otra época, era yo muy resistente: muchas drogas, mucho alcohol.

Hay un relato que subyace y une todas las crónicas. Tu lucha y tu experiencia con las drogas y el alcohol. Escribes: “Soy un hombre derrotado por la intensidad de su propia euforia”. ¿Qué te hizo sobrevivir el détox y tu crisis de salud, Julián?

(Risas) Está muy chistoso que me digas eso. Déjame enseñarte algo, recibí un mensaje de uno de mis escritores mexicanos favoritos. [Julián saca su celular y me muestra un chat en Facebook con Emiliano Monge, quien le escribe un mensaje admirado justamente sobre esa misma frase y le dice que siente que ahí está el espíritu del libro.] No había reparado así en esa frase, pero creo que de alguna manera resume lo que me pasó, lo que ha estado sucediendo. (Reflexiona un momento) Me cansé. Fue muy divertido mientras duró. No estoy demasiado resentido con la experiencia. Creo que hay vidas que pueden mantener ese ritmo para siempre, pero también hay mucha impostura en eso. Hay tipos a los que se las compro, pero a la mayoría no. Hubo un momento en que me di cuenta que estaba volviéndome el payaso de mí mismo, tratando de mantener una fantasía pop. Los escritores siempre creemos que somos rockstars, pero nadie nos conoce, ni sabe quiénes somos ni les importa. Me cansé, había cosas mejores qué hacer.

¿Cosas mejores?

Sí, yo siempre he tenido esa tensión con estar en mi casa. Por eso vivo en Saltillo. Entraba en la parafernalia de la fiesta y la locura, y luego me regresaba a mi pueblito y me encerraba un mes a recuperarme emocionalmente. Creo que la alegría no tiene que ser histérica, ¿sabes? Puedes disfrutar muchísimo la euforia pero es muy difícil bajar de estado emocional. Las crudas del alcohol y de las drogas son durísimas. Pero las crudas emocionales, de alegría y de euforia, son peores. Creo que todos lo hemos experimentado, pero algunos quisimos hacer de eso como la vida diaria y pues no soy Mick Jagger (risas) y no estoy dispuesto a sacrificar mi sentimiento de estar vivo a cambio de la iconografía. Qué hueva.

¿Estás escribiendo distinto desde esta elección de las cosas mejores de las que hablas?

No lo sé todavía. Sé que este libro sí, pero también La casa del dolor ajeno o Cocaína son un libro distinto. Creo que cada libro tiene su proceso. No creo que escriba distinto porque dejé de beber. Creo que eso tiene un impacto pero no es el núcleo. Creo que escribo distinto porque voy a escribir 50 años pronto, porque me casé recientemente. Siento que regresé a muchas obsesiones que tenía en mi juventud. Cuando era chavo quería ser muy nerd, muy disciplinado, muy samurái. Esa emoción samurái regresó a mí, porque en el fondo el heroísmo de la fiesta me estaba volviendo blando. Y me acordé de esa frase que está en el libro de Job: “la vida es una milicia”. Dejé de escribir en una silla acolchonada con rueditas y me puse a escribir en una silla dura.

Repites en el libro que “no es un relato de valor sino de misterio”.

Eso sí tiene mucho que ver más que con la escritura, con el ejercicio de estar sobrio. No creo que haya llegado a la sobriedad, la sobriedad es una aspiración. Creo que las historias de rehabilitación son muy romantizadas. “¡No, qué valiente!”. Yo no me veo así. Para mí es una experiencia completamente distinta. Tiene que ver más con el agotamiento, no con la valentía. Incluso con cierta coherencia estética. Porque yo sí creo que la honestidad es un valor existencial y estético. Una honestidad no vista como bondad. Lo que creo es que como artista tienes que hacer cualquier cosa para ser un artista, para tener una conexión con tu experiencia del arte. Y eso a veces incluye consumir toda clase de sustancias y a veces incluye decidir cerrar esa puerta.

 

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