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Joaquín Cosío: “soy un actor con miedo”

Por: Adán Medellín 11 Ene 2019
Es uno de los histriones mexicanos más cotizados en el cine actual, aunque lo conocimos hasta su cuarta década de […]
Joaquín Cosío: “soy un actor con miedo”

Es uno de los histriones mexicanos más cotizados en el cine actual, aunque lo conocimos hasta su cuarta década de vida. Joaquín Cosío cuenta por primera vez la crisis que lo transformó, habla de su personaje más conocido y hasta del nuevo presidente de México.

PB: Eres uno de los actores de referencia en el cine mexicano, pero tenías 40 años cuando te descubrimos como actor en Una de dos. ¿Quién era Joaquín antes de los 40?

C: Es una pregunta que me emociona siempre. Era un actor de teatro en la provincia en México. Tú sabes que para tener validez como actor profesional debes venir a la capital. Yo, desde los 18 años, empecé a hacer teatro en Ciudad Juárez y lo dejé hasta que me vine para acá, a mis 38. Viví en Ciudad Juárez cerca de 30 años. En el interior es difícil ganarte la vida como artista o creador. Entonces, yo estudié una carrera —Ciencias de la Comunicación— y viví de mi licenciatura. Los comunicólogos de aquel tiempo sabíamos poquito de todo. Hice diseño gráfico, locución, periodismo y de eso vivía. Luego entré como docente a la Universidad Autónoma de Chihuahua, y luego de la de Ciudad Juárez, y mi vida se organizó un poco más. Así hice una carrera académica y como funcionario, director de un centro editorial, entonces tenía una vida respetable (risas).

PB: ¿Y el teatro?
C: Nunca dejé de hacerlo. Estuve con un director, Octavio Trías, de pronto hubo un proyecto donde la Compañía Nacional de Teatro invitó a un grupo de actores de Chihuahua a montar una obra en la Ciudad de México. Yo pedí permiso en la universidad e hice Felipe Ángeles, una obra que duraba cinco horas, con Luis de Tavira. Después de mi temporada de seis meses, me regresé a mi vida en Ciudad Juárez, pero ya estaba infectado por el virus. De repente me volvieron a llamar para otra obra con la Compañía Nacional y fui a la universidad a pedir permiso. Me dijeron que no podían y en ese instante renuncié. Me vine a hacer otro trabajo con la Compañía, que dirigió David Olguín. Fue mi primer trabajo profesional. Empezaron a salir más invitaciones para teatro y de pronto me llamaron para una película. Me quedé en El crimen del Padre Amaro de Carlos Carrera, pero aún traía problemas con mi vida en Ciudad Juárez y no la pude hacer. Y luego me volví a quedar en otra, Una de dos, y ahí comencé en el cine.

PB: ¿El reconocimiento en ese momento como actor en el cine fue la confirmación de un destino anunciado, el pago de una vida de sacrificios? ¿Cómo lo tomaste?
C: (Medita) Yo sabía secretamente que podía hacer algo. Yo sabía secretamente que era buen actor en mi perspectiva, porque yo veía el trabajo en provincia, sabía que se podía hacer más. Ni siquiera me atrevo a decirlo ahora. Entonces cuando me quedo para hacer la obra teatral de Felipe Ángeles, había algo en mí. Recuerdo mucho una dedicatoria que le hice a mi novia en un libro: “Me voy y seguramente mi vida va a cambiar”.

PB: Tenías una intuición, un convencimiento sobre ese sueño.
C: Sí, pero nunca soñé con ser un actor reconocido. Nunca imaginé que yo podía ser famoso y que la gente me saludara en la calle y se hiciera fotos conmigo. Jamás. Yo quería ser actor teatral, tener la reputación de Claudio Obregón, de Héctor Bonilla. Y en cine, yo veía las películas de Ernesto Gómez Cruz y me quitaba el sombrero. Pero nunca pensé que iba a tener una carrera cinematográfica y mucho menos exitosa.

PB: Eres un hombre grande físicamente y con una voz que impone en la pantalla y en el teatro. ¿Tuviste algún momento de vulnerabilidad al que te haya llevado esta carrera, aunque parezcas tan fuerte e impermeable?
C: Sí. Tuve mi gran crisis como actor, justamente a los dos años que me vine a vivir a la Ciudad de México. Es decir, no estaba en mis planes tener éxito. Ahora podemos leer que yo era incapaz de aceptar o de pelear por un destino. Vine a México y empiezo a ser solicitado, a tener ofertas
y empiezo a amedrentarme. Llega otra invitación de la Compañía Nacional, la tercera, en un montaje espectacular, donde voy como personaje protagónico-antagónico. Se conjugan todos los elementos que yo pude haber deseado: gran equipo, orquesta, Luis de Tavira dirigiendo… y simplemente me colapso. Esto es probablemente la primera vez que lo cuento públicamente. Entro en una crisis emocional y abandono la puesta en escena. Una puesta de la Compañía Nacional, de Luis de Tavira, que iba a estrenarse en el Festival Cervantino. También tuvo mucho que ver un agotamiento extremo, porque me preparaba de cabeza en mis ejercicios, no dormía. Hubo pánico, ansiedad, y en ese momento se confrontó aquel que yo era con el actor que empezó a gestarse.

PB: ¿Te fuiste?
C: Voy y compro mi boleto de avión. Dije: “ya me voy. ¿Quién que deje una obra de Luis de Tavira puede sobrevivir en la Ciudad de México? ¿Quién deja colgado a una obra de esa envergadura y sigue viviendo como si nada?”. Se acabó mi vida como actor, voy a mi vida en Ciudad Juárez, a mi cubículo. Amigos míos, en especial Luisa Huertas, me dijeron: “no pasa nada, tranquilo”. Y de pronto llega una nueva invitación de David Olguín para hacer una obra: Belice. Y la leo y es la obra más hermosa que he leído. Me quedo trastocado. Voy y le digo: “¿tú sabes lo que me acaba de pasar? Acabo de dejar una obra de Luis de Tavira”. Y me dijo: “¿y qué? Aquí está, tú eres el personaje. Esta obra la escribí pensando en ti”. Ya después uno se va dando cuenta como que todos los directores te dicen lo mismo (risas). Pero me enloquezco y vuelvo a meterme a hacer esa obra.

PB: ¿Qué cambió?
C: Me asaltan de nuevo los miedos pero yo ya tengo más determinación, más claridad, voy a citas médicas con un psicólogo, con quien hasta la fecha voy, y supero el gran problema. Yo tenía un gran conflicto emocional. De haber vivido una vida siempre en la penumbra, de pronto aceptó vivir una vida hacia delante, aceptando mi condición de actor. En ese momento, se me quebró, tuve una crisis, una ruptura. Pero es lo mejor que me ha pasado en mi vida, porque de ahí salió el actor.

PB: ¿Qué actor emergió? En la pantalla o en el teatro, te percibimos como un tipo que va muy de frente, como un gigante protector, malhablado, directo, canijo, pero leal. ¿Eres así, eras así antes?

C: Bueno, siempre he procurado ser de la mejor manera posible. Creo que si he tenido ofertas en el cine, si he podido tener el gusto de la gente en mi trabajo es porque tengo una imagen: esta imagen voluminosa. Un rostro muy singular, un rostro rudo, malencarado, “extraño”. A lo mejor soy un actor extraño y la gente se acuerda de mi rostro, porque es increíble que yo esté caminando en una calle y la gente me diga “¡eh, Joaquín!”. Por otro lado, no sé cómo decírtelo, soy alguien delicado. Me gusta el arte, la literatura. Me gusta discutir, me gusta la filosofía. Tengo una formación académica. Eso tal vez me da una cierta sensibilidad en relación con el hecho estético. A mí me gusta el arte, disfruto la música, yo escribo poesía, y la escribo en serio, no son pensamientos ni nada. Estudié, estuve un taller literario muchos años. Lo que descubrí con esa crisis es que en mí había un actor, que no era necesariamente el que me creía ser, pero me hizo ver el actor que soy: un actor con miedo, pero con cualidades y con un profundo entusiasmo, amor y diversión por mi carrera. Ayer que vi mi película Belzebuth, me quedé impresionado. Me impresionó la crucifixión y el fenómeno de la posesión. Yo decía “Dios mío, ¿qué me pasó?”.

PB: Podría ser perturbador para cualquier otra persona. ¿Lo fue para ti también?
C: ¡No, lo contrario! Me resultó divertido. Tengo esa gran fortuna de que mi trabajo me reditúe los momentos más agradables de mi vida. Por esa razón sigo adelante. No tengo método. Descubrí que soy un actor como todos. Uno de los pros de ser actor en provincia es que allá haces lo que sea: montas a Sartre, o tienes una obra en que te la dan de homosexual, o eres el padrecito. Allá aprendes a hacer todo, algo que aquí en la capital tal vez se pierde. Allá se pinta, se toca música por necesidad. Allá, el artista necesita expresarse. Acá, la capital provee de muchas cosas. Te puedes dar el lujo de ser un adolescente y decir “voy a estudiar para actor” y te metes a la UNAM. Y luego lo dejas y te haces arquitecto. En la provincia no: haces teatro porque lo necesitas. Y tienes desventajas: tu prepa- ración es rudimentaria, es autodidacta. Me he preparado con grandes maestros aquí, pero mis bases están allá: la verdad, la pasión, la locura, el trance, el compromiso.

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FOTOGRAFÍA CORTESÍA VIDEOCINE.

PB: Has interpretado muchos roles que se han quedado en la memoria de la gente. Pero hay un punto de quiebre tras un personaje como El Cochiloco. ¿También es así para ti o es algo meramente externo?

C: Desde luego. Hay un antes y un después. El primer personaje que me abre un poco las puertas es el Mascarita, en Atando cabos. Pero El Cochiloco viene a romper las expectativas de una manera radical. Las mías, las del director Luis Estrada, las de todo el mundo. Es un personaje que conocen los hispanos en Los Ángeles. Lo conocen en todas partes. Y se debe a una historia muy bien contada, muy bien resuelta, importante, hermosa, intensa, polémica, que es El Infierno. Yo me sigo preguntando por qué ese rol ha tenido tanto éxito. El personaje ya está en el guion. Yo me presté a él nada más. El Cochiloco le debe mucho a Luis Estrada. Lo otro se lo aporté yo. Pero los personajes generalmente los inventa el resto del elenco. Al Cochiloco lo inventó Damián Alcázar, el Beni. La gente en ocasiones no sabe cómo me llamo, pero sabe quién es el Cochiloco. Le tengo que agradecer muchísimo al Cochiloco, pero le agradezco sobre todo haberlo interpretado. ¿Quién me lo va a quitar?

PB: Te recuerdo haciendo un papel muy cómico en Pastorela y ahora haces a este policía atormentado y literalmente poseído por el demonio en Belzebuth. ¿Qué disfrutas más: el cine para espantar o para reírse?

C: Es lo mismo que jugar un partido de futbol. ¿Contra quién te gusta jugar? ¿Contra el Barcelona o contra el América? No, pues me gusta jugar. Con quien sea. Y si es más complicado el contrincante, mejor. Me gusta la comedia, y la película de terror como Belzebuth es un gran hallazgo. Cuando Emilio Portes me invitó, mi gran interrogante era: “¿cómo voy a hacer esto? ¿Cómo se hace una película de terror?”. Pues igual que todas. El principio básico que me enseñaron mis viejos maestros en Ciudad Juárez es el mismo: tienes que ser verdadero, sé honesto a tu personaje, deja todo ahí, porque nunca llegas, tus personajes son una aspiración.

PB: ¿Cómo hiciste la posesión?
C: Lo que trabajé como actor es la construcción de una energía oscura. No sé si era o no era el demonio, pero sí construí una interioridad negra, destructiva hacia los demás, porque la acción del personaje es lastimar a los de afuera. Como actor construí un remolino de violencia y desprecio. Así que juego donde sea: dame una buena cancha, dame un buen balón y dame unos buenos compañeros.

PB: ¿Encarnar esta batalla metafísica te hizo pregun- tarte si crees en conceptos como Dios, el diablo, la maldad para explicarte cosas en la vida?
C: Yo crecí en estas familias tradicionales. Vengo de una historia familiar complicada, porque muere mi madre muy joven; mi padre tiene que migrar. Mis tías y mis abuelas eran muy religiosas, querían que yo fuera sacerdote. Crecí rodeado de estas imágenes, como el Cristo de Belzebuth. Crecí yendo a misa casi dos veces a la semana. A estas alturas, mi fe se ha transformado. No quiero entrar en detalles porque luego mi familia me va a retirar el habla (risas). Definitivamente yo ya no creo en la Iglesia, pero la iconografía, las atmósferas, el poder simbólico, el poder fantástico existe en mí. De pronto yo tengo miedos irracionales. La oscuridad profunda me puede inquietar, los sonidos extraños me pueden generar una historia, y hasta creo haber tenido una experiencia paranormal cuando estudiaba en un antiguo convento, cerca de Toluca. Ahí vi a dos monjitas salir de algo que era como un baño. El administrador del lugar me dijo que eso no era posible. La sensación fue muy extraña, sobrenatural.

PB: Tus papeles te han hecho interpretar a hombres violentos, criminales, ladrones. ¿Qué te ha enseñado el meterte en la piel de los delincuentes sobre la maldad cotidiana y la injusticia en México?

C: Me han acercado, más que a una reflexión social, al pensamiento del criminal. Mi gran preocupación cuando he hecho a asesinos o personajes violentos es una reflexión sobre cómo se gesta la violencia en la mente, o cómo se gesta el desprecio a la vida. He hecho trabajos de taller muy personal para poder construir esa interioridad tan terrible. He pensado cómo asume una persona el poder quitarle la vida a otra. Cómo se siente el poder que uno tiene en la vida de los demás. El actor trabaja con su imaginación, con lo que inventa. En mi construcción del Cochiloco, yo trabajé en el momento en que yo mataba a alguien, de manera que si yo conseguía imaginarlo tan vívidamente, se convertiría en una experiencia para mí. Trabajé hasta donde pude y creo que funcionó, porque el personaje es un asesino pero también un hombre leal. La parte de reflexión sobre la violencia del país es terrible, pero parece ser sencilla: un estado de des- composición de un sistema de justicia, un esta- do de corrupción imperdonable, cuerpos policiacos coludidos hasta el cuello con el crimen organizado, y el crimen organizado protegido por el poder político. El poder político convertido en el crimen organizado.

PB: El infierno o La dictadura perfecta han retratado cómica y despiadadamente la impunidad, injusticia e inseguridad en el país. En un tuit comentaste que Andrés Manuel López Obrador debía ser un “empleado de México”. ¿Qué expectativas tienes con su llegada a la presidencia y cómo esperas que se refleje en las películas políticas?

C: Yo creo que el tono crítico no va a cambiar. Será tan variable como sea el gusto narrativo de cada época. Ahorita vivimos un predominio de la comedia romántica, una preferencia porque la gente las consume. Pero al mismo tiempo no se deja de hacer un cine interesante. No creo que eso cambie con los regímenes. Lo que puede cambiar son los apoyos y estímulos a la producción, y sobre todo para que se vea y se consuma el cine nacional. Yo soy incrédulo, no me entusiasma demasiado el mundo político, no creo en el mundo político. No creo en los políticos; sin embargo, hay cosas que me han convencido de Obrador, sobre todo la infatigable lucha que ha sostenido durante tantos años, confrontado con las fuerzas más radicales y obtusas del poder del Estado. Salió avante y eso me ha convencido. Ahora tengo expectativas, pero también muchas dudas.

PB: ¿Qué dudas?
C: Hay demasiada ostentación de una “buena fe”. Se promulga demasiado que son quienes van a cambiar moral y económicamente al país. Eso me genera dudas y sobre todo incertidumbre. Cuando uno se proclama níveo, es muy fácil ensuciarse, porque cualquier manchita se nota más. Creo que hay un error en ese programa comunicativo. Deberían ser más cautelosos y reconocer que la política es compleja, el país es complejo y sus alcances serán moderados. No estoy muy seguro de que la cultura vaya a ser beneficiada porque jamás les ha interesado a los políticos. Creo que como todos los políticos, no ha podido leer la necesidad, la importancia, lo oportuno que es el arte en la vida del hombre común.

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