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Gente detrás del dinero: la nueva ecuación económica de AMLO

Por: Mauricio Flores 25 Mar 2019
El presidente apuesta por incentivar el consumo como medida de crecimiento económico, ¿tendrá razón? sólo el tiempo lo dirá
Gente detrás del dinero: la nueva ecuación económica de AMLO

En la literatura económica, la riqueza de las naciones se mide como la sumatoria de consumo, inversión, gasto de gobierno y el saldo de la balanza de pagos, y a partir de ello los diseñadores de política económica plantean cómo el gasto público se dirigirá para estimular el crecimiento y a ello cómo las regulaciones empujarán a tal o cuál sector. En México, durante el llamado “desarrollo estabilizador” de la década de los 50 hasta fines de los 60 se enfatizó la inversión pública en grandes obras que dieron origen a una creciente clase empresarial, ligada al mercado interno y dependiente de un sistema político cuasi monopartidista, el del antiguo PRI, cuyo jefe máximo, el presidente de la república, ordenaba favores y castigos durante seis años al grado de nombrar a sus sucesor… pero con la regla de que al final de su periodo se eclipsaría ante el nuevo Jefe Máximo.

Hoy asistimos a una nueva forma de presidencialismo, con pocos contrapesos, con el control del poder legislativo, a punto de copar la Suprema Corte de Justicia así como minimizar (que no extinguir) los entes reguladores especializados en energía, competencia, salud y telecomunicaciones. A diferencia de esa “época dorada”, el poder ejecutivo no se interesa primordialmente por estimular la inversión privada, pero tiene una alta expectativa de la inversión pública, y apuesta al consumo para impulsar el crecimiento. ¿Funcionará?

Recapitulemos: Luis Echeverría intentó mantener el ritmo de inversión pero aumentó el gasto de público tanto para emplear (y de paso cooptar) a los jóvenes de una naciente clase media con estudios universitarios; a ello se sumó una serie de inversiones de reducida rentabilidad para ir desplazando a los empresarios de sectores variados que derivó en un déficit público superior al 20% del PIB. Esa idea de estimular el consumo y la inversión pública concluyó con la primera de una larga serie de devaluaciones del peso y caída de la riqueza general, con una grave crisis política y actos de corrupción que casi terminan en un golpe de estado.

Su sucesor, José López Portillo, en sus dos primeros años intenta corregir el rumbo financiero, pero embriagado por los dólares a cubetadas provenientes de nuevos yacimientos petroleros, continuó con el elevado gasto público de bajo impacto aderezado con la riqueza “explicable” de sus funcionarios.

El fuerte ajuste y corrección que logra Miguel de la Madrid se acompañó de la dramática contracción de gasto e inversión, pública y privada. La inflación se dispara y el desempleo ronda 12% de la población económicamente activa. El clientelismo político y una mayor apertura partidista son la base con la que llega un Carlos Salinas de Gortari que, para sacudirse el estigma de ilegitimidad, toma con fuerza las riendas de gobierno para renegociar deuda externa e instrumentar agresivo programa de privatizaciones de empresas improductivas para intentar crear —otra vez— una poderosa clase empresarial capaz de competir en el mercado global, y ejecutar un modelo “solidario” en zonas pobres que daría continuidad transexenal al llamado “liberalismo social”. Si bien desde Ernesto Zedillo hasta Enrique Peña la inversión pública decreció como porcentaje del PIB e incluso se contrajo en términos absolutos tanto en infraestructura como en energía (en promedio no alcanza 3% del PIB anual), existía una política pública deliberada para que la inversión pública “traccionara” a la privada y así los empresarios generaran empleos y riqueza.

Ante crecimiento promedio del PIB de 2.2% en los últimos 30 años, López Obrador ofrece crecer a 5% anual y su fórmula es empujar el consumo, en particular el de la gente más pobre con programas de subsidio que suman casi 160 mil millones de pesos en tanto se reducen y focalizan en proyectos muy específicos los recurso de inversión como es el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas o el aeródromo de Santa Lucía.

Las tarjetas de ayudas para ancianos, becas para jóvenes aprendices y estudiantes, de salud, son la nueva forma de estimular el crecimiento. ¿Su efectividad? Se desconoce. Los críticos más teóricos dirán que el consumo carece de una vertiente de ahorro que finalmente impulsa la inversión y ello la producción; los más pragmáticos dirán que ese dinero puede “fugarse” de las cuentas nacionales al ser gastado en tianguis, fondas y en la economía informal. Los desconfiados asegurarán que se está comprando la lealtad del electorado para las elecciones de 2021.

Pero el hecho es uno: el consumo, con un crecimiento estimado en un magro 1.7%, es para el actual gobierno una variable mucho más valiosa que la inversión para generar y distribuir riqueza. Los datos hablarán de ello.

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