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Ficción: zona negativa

Por: Playboy México 24 Ago 2018
Producto de nuestra convocatoria Los XV de Playboy México, aquí te traemos un cuento trepidante que te sacudirá hasta lo […]
Ficción: zona negativa

Producto de nuestra convocatoria Los XV de Playboy México, aquí te traemos un cuento trepidante que te sacudirá hasta lo más profundo. Zona negativa.

Por Zalo Amkie

A nadie le gusta pensar que lo engañaron. No con un auto. Cuando te das cuenta es demasiado tarde.
Ventana abajo y la radio a buen volumen. Dirección poniente: sin preocupaciones, sin prisa por llegar al destino.

Gotas de lluvia en el parabrisas. Pocas. Sin problema de visibilidad —no activé los limpiadores—. Tránsito moderado. Los pocos automóviles me permitieron alcanzar los 80 km/h.

Cambiar el auto desde hace años — una idea recurrente—. Comprarlo nuevo de agencia. La cosa es distinta cuando surgen los primos del amigo (precisamente el primo de un amigo es dueño de un lote de seminuevos). Un increíble Dodge Challenger. Color gris brillante, susurró «cómprame».

Viendo que todo marchara bien, pagué. Salí contento del lote.

Las gotas incrementaron —acumulación de nubes y un cielo gris—. El tránsito tranquilo. Sin titubear, prendí las luces, los limpiadores y seguí el camino.

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Ilustración de Israel Cruz

Rock clásico de los 80; ese que se canta a todo pulmón y a ventana abierta en este caso cerrada, por la lluvia). Distracción momentánea por la melodía. O por un misterioso suceso. El parabrisas opaco no permitió percibir la distancia de los autos delanteros.

El defrost sin respuesta (lo giré a off y de nuevo al encendido máximo, queriendo cambiar la reacción). Nada. El parabrisas se volvía una plasta grisácea.

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Funesto el gadget para desempañar vidrios. Así sucede cuando no se compra de agencia. Me sentí timado. Absolutamente ciego. Sin parabrisas funcional el camino era un infierno.

El coche impactó contra algo grande. Se escuchó un golpe. Sin control del vehículo todo se tornó gris, quedé inconsciente…

Desperté en un departamento. Todo gris.

Tal vez eran mis ojos acostumbrándose.Tal vez no.

Incertidumbre… ¿Cómo llegué ahí? ¿Quién me trajo? ¿Qué pasó? Dondequiera que posara la vista: gris. Una nota en el buró.

«Bienvenido a la zona negativa. Población: 3,092. Hay ropa limpia en el armario y comida en el refrigerador».

No consideré estar muerto. Así no se verían las cosas… del otro lado. ¿O sí?

Salí por la puerta. Gris.

Más colores se volvieron parte del entorno: negros, blancos, marrones. Similar a un negativo… como una foto vieja.

¿Podría ser? La zona negativa era como un negativo. En esos tonos.

Entré a una taberna; nadie se movió. Siguieron con lo suyo sin prestar atención a mi presencia.

Pedí una cerveza. Sin pronunciar palabra, el cantinero, con actitud seria, me sirvió un líquido peculiar.

Lo probé; no era alcohol. Sabía a jugo, pero no logré distinguir de qué fruta. Bebí la última gota. Miré al cantinero.

—¿Sólo hay jugo?

—Es lo que se permite servir— expresó en voz tenue. —¿Quieres algo de comer?—

—No… gracias. Sólo pagar. No tengo billetera. ¿Sabes dónde están mis cosas?

—Aquí no hay dinero. Tomas lo que necesitas y dejas lo que no—. Me miró como se mira al nuevo chico del salón de infantes.

Por supuesto, el cielo no es como lo describen en las caricaturas.

 

 

 

 

 

 

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