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El lazo de las colonias

Por: Pedro Ferriz de Con 17 Oct 2018
Hay que revisar la historia, sobre todo la que se borró de los libros oficiales, para comprender aquello que celebramos en realidad guarda un significado distinto
El lazo de las colonias

Septiembre se ha ido. Pero antes de aguardar por el siguiente, quiero aportar algunos datos que de manera imprescindible debemos atesorar como de nuestra cultura.

Acabamos de conmemorar, parte del ritual patriótico, la fiesta de México en el mes de la patria, convencionalismo acomodado por Don Porfirio Díaz, que con maña hizo coincidir los festejos de Independencia con su cumpleaños: 15 de septiembre de 1830.

Desde entonces, los cohetes y cohetones. Las serpentinas y el confeti. El pozole y los gritos emancipadores de Europa, aparte de las obligadas loas al todopoderoso presidente Díaz, que hizo verdad la versión que un día como ese, de 1810, el Padre Hidalgo proclamaba la Independencia de los territorios de la Nueva España.

La Corona Española, a la sazón ceñida a la frente de Fernando VII era desconocida… Aunque en realidad ya no gobernaba. Napoleón ocupó a su vecino e impuso a su hermano JoséPepe botella— que ascendió al trono de la península Ibérica.

Más que una reivindicación independentista encabezada por el Padre Miguel Hidalgo y Costilla, lo sucedido fue consecuencia de un vacío de poder en Europa. Los territorios americanos sintieron claramente que ya no había correa apretándoles el cuello. Fue una coyuntura aprovechable, más que una insurrección fuerte y eficiente.

Napoleón sabía que primero tendría que consolidarse en España, pero en el intento, América se desligó de Europa.

Nuestra Independencia se la debemos a Napoleón. Algo que agradecerle.

Medio siglo después Francia intentaría recuperar espacios en el nuevo continente, con el pretexto de que el México de Juárez se declaraba insolvente ante una deuda que agraviaba al gobierno de Napoleón III. Sabemos lo que sucedió después y México se enfiló a la guerra de Reforma.

La Independencia de México tuvo un efecto dominó en América Latina: Argentina en 1810 hasta su consolidación en el 20; Paraguay en 1811; 1820, Chile y Perú; Brasil, 1821; 1825, Uruguay…. y así.

Pero en todas hay un denominador común: la debilidad institucional y convulsión de Europa, más que la fortaleza de las colonias.

El inicio del México Independiente fue complicado. Estábamos lejos de tener una idea para dónde jalar.

¿Qué queríamos? Ser república… monarquía… promover un régimen absolutista o iniciar una democracia sin demócratas.

El pueblo, nuestro pueblo, sabía ser muchas cosas, menos libre. No teníamos el concepto.

Los gobiernos que antecedieron a la llegada de los españoles fueron estructuras verticales y crueles. Los que sucedieron… ¡también!

Entendamos que en la historia oficial de México se borraron páginas enteras, para conveniencia de los nuevos gobiernos paridos por la Revolución.

Los Virreyes y su obra fueron eliminados.

Sabemos poco: capítulos incompletos que no ofrecen una explicación secuencial de los hechos que derivaron en lo que somos. Es por ello que en ocasiones sentimos una cierta orfandad.

Por ello, también se da una dispersión de la sociedad. No acabamos de identificarnos.

Los mestizos van por un lado.

Los indígenas por otro.

El sinnúmero de castas que derivaron de la Conquista sigue mostrando “apartados” irreconciliables que impiden la identificación de denominadores comunes. Ante esta falta de identidad, a veces nos falta orgullo. A veces rumbo. En otras, ¡metas!

¡¡Ya pasó el mes de la patria!!

¿Pero qué patria? ¿La de quién?

¿La de la visión de los vencidos… o de los vencedores?

¿Quiénes están de qué lado?

Pero sobre todo… ¿Hasta cuándo?

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