El día que conocí a la Poniatowska

No sabía comprar un billete de lotería. Creo que no hay nada más millenial que eso. Quizá perdimos la esperanza de mágicamente encontrarnos de cara con la fortuna. Quizá la suerte se la terminaron generaciones anteriores. Tres cachitos, treinta pesos, lo que mi codo me permitió pagar.
El evento empezaría a las 19:30 en El Moro —definitivamente no en la churrería, eviten el gruñido de sus estómagos — sino en el emblemático edificio de Reforma, cuyo interior alberga a la Lotería Nacional. Ahí estaba yo, a las 18:00 hrs.
Me dijeron que llegara temprano, para alcanzar buen lugar. Si vives en el área metropolitana que rodea a la CDMX, sabes que debes salir con al menos dos horas de anticipación.
Ella se apellida Amor
Al llegar, me comunicaron amablemente que no podría ingresar hasta media hora después, ya que seguían preparando el recinto para el evento. Encontré un expendio de billetes de lotería, casi a lado del edificio.
Para matar tiempo, tomé una foto de los billetes en la entrada, donde las letras doradas parecían salidas de un cofre del tesoro. La subí como Instagram Story. Todos mis contactos, —al menos los que me conocen bien — reconocerían por el rostro que ilustraba los billetes, la razón de mi presencia en dicho lugar.
Elena Poniatowska Amor, escritora, periodista y profesora. La Lotería Nacional, en su sorteo número 232, rindió homenaje a su trayectoria el 26 de junio.
Hasta los nietos
Al volver a la entrada, el guardia rió por verme llegar exactamente a la hora que me había dicho. Al ingresar, mis sentidos fueron deleitados con el más puro Art Decó que había visto hasta el momento.
Escogí la primera fila, intentado descifrar los letreros con los nombres de la mesa de honor —maldita miopía — para sentarme enfrente de ella, aunque a varios metros de distancia.
En punto de 19:30 escuché el grito que tanto esperaba, aquél que anunciaba la tan esperada llegada. Bajó las escaleras, saludó a sus nietos, a una pareja joven cargada de rizos y de sueños. Alzó la cabeza a modo de saludo al verme. Me quedé petrificada.
Ernesto Prieto Ortega, director general de la Lotería Nacional, presentó a la homenajeada, destacando su trayectoria profesional. Cuando Poniatowska tomó la palabra, una de mis sonrisas más sinceras escapó en cuanto agradeció a todos por asistir, así como al recordar a sus amigos que ya no están físicamente, pero aseguró que la estaban acompañando.
Sus libros me inspiran
Cada poro de mi piel se erizó al escuchar a los Niños Gritones exclamar con fuerza el nombre de la escritora y mi corazón se paró al momento de tenerla enfrente.
Decidió sentarse, para poder firmar a gusto los libros de quienes nos acercamos. Eligió el lugar a lado del mío. Mientras escribía dedicatorias, aproveché para contarle que mis deseos de ser periodista y escritora, habían sido alimentados por ella y Octavio Paz, ganador del Nobel de Literatura.
Bromeé contándole que mamá siempre dice que yo conseguiré un premio como esos, aunque creo que sí lo tomó en serio.
—Qué linda, Octavio hubiera amado saber que inspiramos de esa manera a alguien— dijo.
En mi libro favorito, Leonora, escrito por ella sobre la surrealista Leonora Carrington, se dirigió a mí como su colega, augurándome ser escritora en un futuro.
En Octavio Paz. Las palabras del árbol, evocó el amor que le tengo al escritor, y dedicó un poco de su amor hacia mí. Al pedir una foto, sus nietas lograron lo imposible: con señas y juegos, lograron que mirara hacia la cámara.
Le dicen “Abue”, tal como yo le digo a la mía. No sólo comparten el apodo, sino que la mirada de ambas siempre huye del lente de la cámara, hasta ahora, cuando el hechizo se rompió para mi fotografía.
Elena Poniatowoska comparó los cachitos con las palomas: “Si nos toca la suerte yo creo que también nos salen alas de gusto”, pero alas fueron las que me salieron a mí por haber compartido unos momentos con mi ejemplo a seguir, cuyas palabras son una de las manos que impulsarán aún más mi vuelo, para conseguir mis sueños.