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De engordaplátanos a sumas sacerdotisas; el extraño arte de nombrar a las sexoservidoras

Por: Iván Montejo 24 Ago 2018
Calientacamas, engordaplátanos y alargarrábanos, los nombres que han recibido las sexoservidoras son múltiples y tienen siglos de antigüedad; pero estos "alegres" apodos esconden una terrible realidad
De engordaplátanos a sumas sacerdotisas; el extraño arte de nombrar a las sexoservidoras

Marcela Lagarde, doctora en antropología, hace un recuento de los cientos de nombres que han recibido las sexoservidoras: “mujerzuelas, malas mujeres, mujeres públicas, mundanas, pecadoras, galantes, perdidas, de infantería, de mala nota, del oficio, de la noche, del talón, de la esquina y de la calle, de la vida o de la mala vida, del mal vivir, de la vida airada, y de la vida alegre, callejeras, golfas, huilas, taconeras, cuzcas, descocadas, aventureras, arrabaleras, ficheras, peladas, cabareteras, masajistas, call girls, viciosas, gatas, pecadoras, coimas, ninfas, pupilas, cortesanas, damiselas, rameras, meretrices, hetairas, zorras, perras, viejas, locas, pirujas, y putas”.

 Por si fuera poco enriquece su lista al citar otro texto: cotorritas, cortesanas, bagasas, baldonadas; boquitas pintadas, descosidas, sufridoras, trotacalles, regatonas, mamadoras, las toma y daca, meretrices, mancebas, culeras, rameras, degeneradas perversas, de la vida airada, del rumor helado, las zorras, las tías, sumas sacerdotisas, antiguas alegradoras, embrujadoras, fornicadoras, calientacamas, engordaplátanos y alargarrábanos.

Inventar términos o apropiarlos para evitar el nombre en muchas ocasiones puede implicar un temor; palabras con una carga tan pesada que no pueden ser nombradas y se tiene que utilizar el mayor número de recursos para mencionar una profesión que todavía es tabú.

 

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El ser que tiene mil nombres no es nadie, los múltiples bautizos las despersonalizan. Ellas no pueden ser madres, hijas, esposas, soñadoras, queridas; únicamente venden su cuerpo y pensar que son algo más que eso nos incomoda, no pueden ser iguales.

No se limita a la profesión

La palabra puta entre los antiguos mexicanos era un término que se ampliaba a las mujeres lujuriosas, según López Austin en los Códices Matritense y Florentino se utilizó este término para calificar a las mujeres malvadas, a las borrachas, a las afligidas pervertidas, a las vanidosas y a las libertinas.

El origen de la palabra puta es incierto, probablemente significaba muchacha y se acuñó tres siglos antes de que apareciera la palabra prostituta, que en su tiempo se le brindó el significado de exponer, o entregar a una mujer a la deshonra pública.

Desde el siglo XVII todos estos términos fueron utilizados como el peor insulto que se le podía decir a una mujer, un concepto para castigar a las que se desviaban de ser una dama ejemplar. Las mujeres no pueden experimentar su sexualidad, las damas buenas no pueden codiciar a los hombres y las que lo hacen deben ser castigadas.

El miedo hacia las mujeres que no siguen las normas “convencionales” lleva a crear monstruos con miles de nombres, pero se debe tener en cuenta que la prostituta va más allá de una profesión y las “putas” van más allá de una mujer que asume el control de su erotismo. De ese tabú que resulta la libre sexualidad.

Marcela Lagarde y de los Ríos, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas.

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