El Banco Mundial de Semillas de Svalbard: comida para el fin del mundo

A la mitad del camino entre Noruega y el Polo Norte, se encuentra un edificio de granito que contiene la reserva más significativa de granos a nivel global; Lo que comería la humanidad si se enfrentara al Apocalipsis.
Después de 76 días, el pasado 8 de abril Wuhan puso fin a la estricta cuarentena implementada ante la pandemia de coronavirus. Esto no implica la victoria para la ciudad China, pues aún enfrenta un largo camino hacia la recuperación, incluyendo la seguridad alimentaria.
La posibilidad de escasez de alimentos ha iniciado una nueva serie de compras de pánico en el país. Como lo demuestran publicaciones en redes sociales granos como el arroz son el producto más demandado. Este tipo de catástrofes globales son las que le ganaron a la Bóveda del Fin del Mundo el título de una de las mejores invenciones del año en 2008, acorde a la revista TIME.
Una crisis silenciosa
A la mitad del camino entre Noruega y el Polo Norte, se encuentra el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, un edificio de granito que contiene la reserva más significativa de granos a nivel global. La necesidad de una cámara que salvaguarde la diversidad de cosechas puede no ser evidente cuando los supermercados muestran una amplia oferta de productos.
Sin embargo, la seguridad alimentaria no necesita grandes crisis como la que se vive internacionalmente en la actualidad para estar en riesgo; al contrario, esta enfrenta amenazas todos los días. Por ejemplo, de la agricultura global el 50% se concentra en cuatro especies: soya, trigo, arroz y maíz, como lo muestra una investigación de la Universidad de Toronto realizada en 2014. Sumado a esto, se ha registrado una pérdida del 90% de diversidad en frutas y verduras estadounidenses desde 1900.
Son muchas las ficciones que hablan de un final de los tiempos y la lucha por la supervivencia, pero es quizá el filme de Jim Jarmusch, Sólo los amantes sobreviven, el que mejor logra retratar la realidad de esta premisa. La cotidianidad que enfrenta una pareja de vampiros a la falta de sangre humana, debido a que estos se encuentran contaminados por el declive del medio ambiente y la mala alimentación es una muy similar a la que vivimos. La búsqueda del alimento necesario para los protagonistas es una tarea más complicada de lo que muchas otras películas del género muestran. Aún al finalizar la cinta, su supervivencia es incierta. Fuera de la ficción, la humanidad enfrenta una problemática similar.
Si bien los enlatados pueden ser la primera imagen cuando se piensa en comida para el Apocalipsis, sobre todo a partir de las compras realizadas en el último mes, la agricultura es la única capaz de asegurar la subsistencia humana. Aunque esta actividad, clave en la historia de la humanidad, puede no estar en riesgo per se, una vasta cantidad de las semillas que forman parte de nuestra historia sí lo están. ¿Es posible salvaguardar la diversidad de cosechas alrededor del mundo? Eso es precisamente lo que busca la Bóveda del Fin de los Tiempos.
Hambre cero
En 1996, el Consejo Mundial de la Alimentación estableció el concepto de “Seguridad Alimentaria”, definiéndolo como la garantía de acceso físico y económico a alimentos seguros y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias con el fin de llevar una vida activa y sana.
Esta no es una misión fácil, pues la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimó que hasta 2017, al menos 821 millones de personas sufrían de desnutrición crónica, a menudo como consecuencia directa de la degradación ambiental, la sequía y la pérdida de biodiversidad.
Igualmente, reportó que para el 2050 se espera un crecimiento en la población de aproximadamente 10 billones, lo cual representaría un estimado conservador del 50% en la demanda de comida. Aunado a esto, el mismo reporte indica que por cada grado Celsius que aumente la temperatura, se podría perder un 2% de rendimiento agrícola por década.
Ante esto, la tarea implica promover prácticas agrícolas sostenibles a través del apoyo a los pequeños agricultores y el acceso igualitario a la tierra, la tecnología y los mercados. Además, se requiere el fomento de la cooperación internacional para asegurar la inversión en la infraestructura y la tecnología necesaria para mejorar la productividad agrícola.
Acorde al ex-director del Global Crop Diversity Trust, Tim Fischer, es aquí donde recae la importancia de la bóveda, pues alcanzar la seguridad alimentaria requerirá producir mayores cantidades de comida más nutritiva en menores terrenos, con menos agua y recursos. Para conseguirlo se debe asegurar la diversidad de cosechas. Dicha característica aumenta las posibilidades de adaptación de la producción agrícola a los desafíos presentes y futuros, garantizando la sobrevivencia humana.

Cortesía de Global Crop Diversity Trust
Parientes lejanos, pero necesarios
Cierra Martin, directora de comunicaciones del Global Crop Diversity Trust, explica que la importancia de la diversidad de cultivos recae en que cada variedad de semilla contiene características únicas que pueden ayudar a domesticar y adaptar cosechas a problemáticas como sequías, enfermedades botánicas o plagas, como el reciente brote de langostas que enfrenta Egipto. “Tener solo una opción de manzanas no solo es aburrido, es peligroso”, declara.
Martin detalla que la diversidad de cosechas no es el único factor necesario para garantizar la seguridad alimentaria. Otros aspectos como la investigación científica, la creación de un mercado eficiente, la reducción de desperdicios de comida y la infraestructura, también influyen en lograr esta meta; sin embargo, “nada de esto funcionará, si la base de la reserva alimentaria se pierde”.
Maíz en peligro
Así como en la mitología griega: Prometeo le dio el regalo del fuego a los hombres; los aztecas narraban la ardua jornada que vivió Quetzalcoatl para obtener un grano de maíz que pudiera servir como sustento para todo un pueblo.
Si bien la leyenda puede no continuar en nuestra cotidianidad, la planta sigue tan presente como en el periodo prehispánico. Imposible imaginar un México sin tortilla o un 15 de septiembre sin pozole.
Se trata de un pilar de la identidad nacional, particularmente en la gastronomía y su riqueza es tal que existen más de 80 variedades de maíz en el país. Sin embargo, muchas de ellas están en riesgo de desaparecer.
La encargada de comunicaciones del Global Crop Diversity Trust, Cierra Martin, explica que desde 1930, el país ha perdido un 80% de su diversidad de maíz; mientras que 17% se encuentra en peligro de extinción, como es el caso del propio maíz Quetzalcóatl y el maíz ajo, una de las especies más antiguas.
En el mundo existen alrededor de 7.1 millones de variantes, de las cuales 2.1 millones son únicas. De estas, la bóveda contiene poco más de un millón (1,057,151 para ser exactos) como copias de las muestras de 86 diferentes colaboradores. “Muchas de ellas se encuentran en riesgo ante los cambios en el medio ambiente”, comenta Cierra y añade que son las especies silvestres de los cultivos domesticados las que suelen pasar des- apercibidas: “Así como los lobos mantienen una relación con los perros, las especies silvestres están relacionadas con plantas comestibles y desarrollan, robustas y potencialmente necesarias características con el tiempo como resultado de años de evolución sin contacto humano”.
Las repercusiones del cambio climático muestran lo imperioso de recuperar esta familia extendida. Acorde a la directora de comunicaciones, entre el 16% y 22% de las variedades de cacahuate, papa y frijol caupí, podrían desaparecer para el 2055. Un caso similar enfrenta la familia del maíz salvaje, cuyos hábitats podrían extinguirse o disminuir potencialmente ante la urbanización, el pastoreo excesivo y la intensificación de la agricultura, irónicamente.
Es por ello que la existencia de la popularmente conocida Bóveda del Fin del Mundo es clave para la alimentación presente y futura. Desde su creación en 2004, el Global Crop Diversity Trust ha ayudado a construir y sustentar un modelo global para la conservación de esta diversidad basándose en la colección de semillas en todo el mundo, poniendo especial atención a aquellas de importancia vital para la seguridad alimentaria y la administración de la bóveda, incluyendo un programa especial para las especies salvajes.
Garantizar la subsistencia de estas especies requiere cambios estructurales, pues aunque; como sociedad podemos ayudar comiendo de forma más diversa de manera que aumentemos la demanda, la mayor apuesta actual es el apoyo de proyectos como la bóveda de Svalbard: “La pérdida de biodiversidad es una realidad que ya estamos viviendo y si queremos aplanar la curva para mayores pérdidas tenemos que invertir en los bancos de semillas”.

Cortesía de Global Crop Diversity Trust
El fin está cerca
En 1947 un grupo conformado por científicos involucrados en el Proyecto Manhattan, que culminó en la creación de las primeras armas nucleares, desarrolló el Reloj del Apocalipsis bajo la organización no gubernamental del Boletín de Científicos Atómicos. Utilizando esta metáfora, los expertos monitorean la posibilidad de un posible fin del mundo creado por humanos. El pasado 23 de enero, el consejo movió las manecillas a 100 segundos para la medianoche. Lo más cerca que ha estado desde su creación.
Con tal escenario, la Bóveda del Fin del Mundo podría sonar más que adecuada. No obstante, como Martin explica esta cámara no se diseñó para recuperar la agricultura después de una posible catástrofe global; sino para hacer frente a los desastres que suceden todo el tiempo en la realidad para evitar la extinción agrícola con un sistema de conservación global.
Marie Haga, la directora actual del Global Crop Diversity Trust, lo ejemplifica en el reporte de 2018: sequías en Argentina y Uruguay que han dañado cultivos de maíz y soya; lluvias, inundaciones y ciclones que destruyeron campos y desplazaron a miles de personas; un extremo en Europa e incendios en California, Australia y México que devastaron ecosistemas. Una lista que, en palabras de Haga, “tristemente continúa”. El fin del mundo no llega de un día para otro y la Bóveda Global de Semillas de Svalbard es un recurso para cuando lo peor pase, ya sea en el futuro o ahora mismo.
Para entender su utilidad se requiere entender el funcionamiento de otros bancos de semillas alrededor del mundo. Estos suelen trabajar de forma hermética, sin colaboración entre sí y en ocasiones con recursos limitados. Las especies que estos salvaguardan no se encuentran fuera de peligro a desastres naturales, como terremotos, o problemas económicos y políticos.
Un ejemplo de ello es el Laboratorio Nacional de Recursos Genéticos de Plantas de la Universidad de las Filipinas que vivió una inundación en 2006 y un incendio seis años después, resultando en pérdidas irreversibles por la falta de una copia de seguridad. Eso es precisa- mente lo que representa la Bóveda del Fin del Mundo: un respaldo constante de otros bancos e instituciones en el planeta.

Cortesía de Global Crop Diversity Trust
Su relevancia se manifestó en 2015, cuando como resultado de las movilizaciones de la llamada Primavera Árabe, el Centro para la Investigación Agrícola en Áreas Secas (ICARDA, por sus siglas en inglés), ubicado entonces en Siria, sufrió daños al punto que tuvo que buscar una nueva sede. Más de 58 millones de semillas de 116 mil variedades pudieron haber desaparecido y con ellas la posibilidad de investigación, de no ser por las copias que se encontraban en Svalbard.
Igualmente, sus programas de recolección y estudio de especies permiten garantizar la subsistencia de la actividad agrícola en todo el mundo. Así, la Bóveda de Semillas es muestra de un compromiso mundial que va más allá del interés individual y trabaja en cooperación para alcanzar una meta significativa, cuyos efectos serán no solo duraderos, sino también muestra de lo que queremos y podemos llegar a ser como humanidad.