Adversidad de rey; el difícil camino hacia la gloria

“Tu ausencia generó la fuerza para crecer y convertirme en quien soy”

Con este mensaje, lanzado al infinito de una red social sin destinatario visible, alguien agradeció a su padre por ser el motor que lo impulsó a construir una gran historia de vida.

Pero la realidad es que su padre jamás desempeñó ese rol. Apenas con días de vida, los ideales y planes de su progenitor no eran precisamente mantenerse al lado de su vástago. Raymone sabía que su publicación, con alto contenido emocional y sarcasmo, nunca sería leída ni escuchada por el personaje de quien seguramente añoró cercanía en momentos de dificultad o incluso, de éxito.

Si alguien le hubiera dicho al pequeño LeBron que el tener a una niña de apenas 16 años como madre, carecer de un padre, vivir como nómada buscando constantemente un techo o tener que integrarse a una familia tutora para subsistir sería el camino que lo llevaría a convertirse en estrella de la NBA, no lo hubiera creído nunca.

El destino, la suerte, ser “el elegido” por un ser supremo, tener estrella. ¿Cuál es el concepto adecuado que describe con absoluta precisión este tipo de capítulos? No lo sé, por lo pronto, LeBron ha sido el único hombre capaz de entregar un título de campeonato a la franquicia de los Cavaliers de Cleveland.

Si tuviera que describir al rey LeBron, sería con una película multigalardonada. De esas cintas cinematográficas que apenas termina la función, sales con deseos inmensos de contarla, emularla y si fuera posible, de analizarla en un laboratorio para descifrar los ingredientes secretos, esos que mezclados germinan la semilla del éxito en cualquier escenario de vida.

Aunque también pudo ser un proyecto de canción en manos de un compositor inexperto y anónimo, que esperó y esperó eternamente un momento de inspiración para concluir su obra, quedando aquella futura melodía inconclusa, olvidada, frustrada y escondida en el cajón más recóndito de su espacio de trabajo.

Este hombre que recorre de aro a aro la duela en solo nueve zancadas, es descrito como un alero con fuerza de pivote, velocidad de un base, que gana rebotes y reparte asistencias. Un todoterreno, un ser dotado. Deportista que invierte algo así como 100 mil pesos diarios en su cuidado físico y mental con terapias, rehabilitaciones y alimentación de última generación, buscando que el tiempo se alíe y le permita jugar en plenitud.

Su trayectoria de quince temporadas genera admiración e incomodidad con un solo enceste, drible o bloqueo. Convertido en un gran ídolo, con momentos críticos como cualquier terrenal, empieza a batir marcas. Se dice fácil, pero suma once años consecutivos anotando por lo menos diez puntos por partido; 30 mil puntos y 8 mil rebotes y asistencias respectivamente. Máximo anotador en playoffs. Nadie como él.

Y fiel a nuestra costumbre, James, quien escribe con la mano izquierda y deleita con excelsos tiros con su mano derecha, comienza a caer en el juego de las comparaciones. Más títulos, más puntos, mejores porcentajes de efectividad, más MVPs. Michael Jordan regresó a escena y será su sombra en un eterno debate sobre quién merece ser nombrado el mejor jugador en la historia de la NBA.

Por lo pronto, Jordan duerme tranquilo tras la barrida de Golden State. El oriundo de Ohio, fiel seguidor de los Vaqueros de Dallas y Los Yankees de Nueva York, está obligado a ganar más o menos cinco temporadas que le faltan en activo y tres títulos de campeonato. ¿Podrá el rey y su parlamento lograr tal hazaña?

A pesar de todo, privilegiados somos de vivir en la era de LeBron. Atentos a su discurso, atados a su talento, sin dejar de cuidarle la espalda porque, seguramente, ya vive quien vendrá a derrocarlo…