Por Arturo J. Flores (@arthuralangore)
Lulú Petite es todo un fenómeno. Se inició en el sexo servicio de lujo hace algunos años y a la par comenzó a escribir una columna semanal en El Gráfico que derivó a su vez en el libro Diario íntimo: confidencias de una prostituta de lujo. Sin ofrecer mayores detalles, Lulú nos cuenta que actualmente está inmersa en un proyecto que tendría por objetivo llevar su vida al cine. Sin embargo, lo esencial es que todos los días comercia con su belleza y con eso se paga una carrera universitaria. Es quizá la prostituta más famosa (y carismática) de México, aunque pocos hayan visto su rostro.
-¡Jamás! En este rollo el tema de los proxenetas es el más espinoso, porque trazan la frontera entre el trabajo libre y la trata de personas. He recibido correos y llamadas de chicas pidiéndome que las ayude a entrar en el negocio, pero es una línea que no estoy dispuesta a cruzar. Es muy distinto lidiar con mis propias decisiones, que mandar a otra chica a nadar con los tiburones. No es una responsabilidad con la que quiera cargar.
-No, el único karma que cargo es el karmasutra. Afortunadamente he logrado mantener los equilibrios necesarios para que mi oficio no sea parte de mi vida privada. Nadie en mi familia ha tenido que enterarse. La discreción es uno de los mejores hábitos en este oficio. Sé la mejor puta, la más deseada y la más cotizada, no es necesariamente la que mejor se mueve, sino la que no lo parece.
-La trata de personas es un horror, mujeres que son obligadas a tener sexo por dinero, que son esclavizadas. Mi caso es distinto. Yo tomé la decisión de cobrar por tener relaciones sexuales. Igual no todo es miel sobre hojuelas, así como hay días buenos y citas maravillosas, también hay días terribles y clientes que preferiría no haber conocido, pero ya la vida es muy complicada como para andar contando calamidades. Si tengo la oportunidad de escribir en El Gráfico sobre esta parte de mi vida, lo mejor que puedo hacer es contarles a los lectores sobre el lado erótico, la parte pícara y divertida del negocio. Desde luego eso deja un testimonio incompleto del oficio. Lo que yo escribo es una crónica más o menos cachonda de mis días, no un testimonio de lo que es la prostitución.
-A la apariencia no le doy importancia. El mejor sexo que he tenido trabajando no ha sido con los clientes más guapos. Lo que si es chocante es el mal olor o los malos modales. Cuando eso pasa quien pierde más es el cliente. Por más que quieras, no lo tratas igual. En el sexo si no estás cómoda, se arruina la química.
-Admiro más a las prostitutas anónimas, las luchonas y sobrevivientes, como las señoras de Xochiquetzal, una casa en Tepito que alberga a trabajadoras sexuales de la tercera edad. Admiro a muchas prostitutas, de entre las célebres, me gusta lo que escribe Valérie Tasso. En la literatura, hablando de Dulcinea, hay muchas célebres y encantadoras, prefiero pensar que la literatura toda es una puta, muy bien emperifollada, siempre lista para recibirte de piernas abiertas.
-Me basta con inspirar erecciones.
-No tanto como eso, simplemente soy una profesional que disfruta de su trabajo.
-Es lo más complicado. El sexo, por más que le busques es más o menos lo mismo, de modo que describirlo de diferente forma dos veces por semana es complicado. Aunque siempre narro historias reales, a la hora de pasarlas al papel todo es literatura.
-Al pan, pan y al vino, vino. Me siento más afín a Almudena Grandes. Me gusta leer Playboy, claro.
-Con la persona, en el lugar y en el momento adecuado, puede ser, pero prefiero que me hablen bonito. Una palabra mal usada puede aniquilarme el romance.
-Lo único en la vida que de verdad nos pertenece es nuestra salud, si no la cuidamos ¿quién lo va a hacer? La higiene y la salud sexual están por encima de todo. Al final eso también es un acto de amor, al menos, de amor propio.
-No podemos quitarnos la mochilita de lo que hemos vivido, pero debemos aprender a administrarlo y a separar épocas y proyectos. Si cuidas tu presente y trabajas por tu futuro, puedes vivir el pasado simplemente como un recuerdo, no como una carga.
-No. Si quisieran una groupie no pagarían, parte de ser profesional es tratarlos con tres cucharadas de cachondería y dos de indiferencia.
-Las adoro. Hay que trabajar por la equidad de género. Claro, una cosa es el feminismo y otra el fundamentalismo. No creo en posiciones irreductibles, no existe el blanco ni el negro puros, en la vida hay una infinita gama de matices.
-Nunca los he contado. Los números no me asustan, pero tampoco me enorgullecen. En cualquier oficio o profesión ¿En qué momento se pierde la cuenta de las veces que has ido al trabajo?
-Tan a menudo como puedo. El sexo por amor es sublime; por placer, divertidísimo y por negocio, puede ser rentable.
-Claro. No hay sexo más perfecto que el que está plagado de imperfecciones.
-Como literatura es genial, pero como guía sexual está sobrevaluado, hay textos mejores y más modernos para inspirar tu vida sexual: Los Secretos de Lulú Petite, por ejemplo.
-Me emociona pensar en las personas que le dedican su tiempo a leer lo que escribo. Adoro a quienes me siguen en Twitter o Facebook, quienes leen mi blog, quienes compran el periódico y quienes han leído mi libro. Me enorgullece y me hace sentirme muy agradecida.
-Dios castigó al hombre por el pecado original debiendo ganarse el pan con el sudor de su frente. A la mujer nos lo hizo pagar con sangre, pero nos lo dejó en cómodas mensualidades y, desde luego, ¡en la entrepierna!