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CRÓNICA GODÍNEZ: MEMORIAS DE MIS MUSAS HIPSTERS

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
En la oficina, el look de las musas hipsters con lentes de pasta, cabello recogido y medias por encima de […]
CRÓNICA GODÍNEZ: MEMORIAS DE MIS MUSAS HIPSTERS

En la oficina, el look de las musas hipsters con lentes de pasta, cabello recogido y medias por encima de las rodillas es lo más sexy que hay. Pero no siempre fue así, hubo un tiempo que las musas hipsters vivieron ocultas.

Por Arturo J. Flores (@ArturoElEditor)

Modestia aparte, muchas veces me han dicho que soy inteligente. La que no olvido fue la primera vez que me lo dijo una mujer hermosa.

-Tú eres muy inteligente, ¿verdad?

De sus labios brotó la palabra con la humillante equivalencia a un “eres un tarado”, pronunciado en un universo bizarro como aquella némesis de Superman que lo torturaba en las caricaturas de la Liga de la Justicia. Inteligente sonó como insulto.

No supe qué responder. Balbuceé un estúpido “sí” que terminó por clavarle la estaca a mi agonizante reputación.

Se llamaba Fernanda y poseedora del primer par de senos en la secundaria que florecieron hasta merecer un brasier, recibía la secreta adoración masculina de una diosa hecha de carne. Era novia de Fernando, un tipo que distaba mucho de ser “inteligente”. Sus bíceps crecían proporcionalmente grandes a lo pequeña que era su capacidad de razonamiento lógico matemático. Fernando tenía una sonrisa de comercial de dentífricos y un copete que superaba a la ola más peligrosa que pudiera enfrentar un campeón de surf.

¿Para qué necesitaba más en un reino donde reconocer que te gustaban los libros era un delito perseguido de oficio por los matones?

Calculo que Fernando poseía las neuronas suficientes para no cagarse de pie, como los caballos, pero la destreza necesaria en las piernas para ser campeón de goleo. Y a las chicas como Fernanda, las habilidades deportivas de los varones les parecían tan estimulantes como Brandon en 90210.

Yo sólo disponía de suficiente acné en las mejillas para estar un grado abajo que la lepra. Mis gigantescos lentes de pasta pesaban como la piedra del Pípila. Y las piernas con las que nací me permitían no tropezarme dos veces por día. Respecto a la “inteligencia”, sin duda era una cualidad incomprendida a principios de los 90. Estorbaba igual que una joroba, apestaba a kilómetros como un mojón de mierda de vaca, representaba una mancha en la cara imposible de lavar, un estigma maldito escrito en la genética, un repelente contra la atención de las chicas bellas, un pretexto para que quienes la detectaban (los bravucones tenían un olfato infalible), me hicieran la vida de cuadritos. A mí y al resto de los ñoños. Esos mismos cuadritos que ahora están de moda entre los hipsters, por cierto.

Por culpa de mi “inteligencia” y los lentes que portaba como los judíos en tiempos de Hitler la estrella de David, los Hunos infantiles me dejaron encerrado en el musas hipsters cronica godinezbaño durante una hora y me metieron el pie mientras corría, haciendo que me partiera la crisma contra el pavimento del patio. Se habían propuesto romperme los lentes y más de una vez lo consiguieron.

Qué lejanos se veían los días políticamente correctos en los que una capacidad especial, como la debilidad visual, despertaba compasión en vez de odio.

Pero además, a los que eran como yo se nos tenía vetado el acceso a las mujeres del tipo Fernanda, receptoras de las primeras imaginaciones masturbatorias de los habitantes de Secundarilandia. Nosotros, pulgas infra populares, jamás brincaríamos en su petate… o eso creíamos.

En esto pensaba la otra vez a la mitad de una soporífera junta de planeación. Delante de mí había una musa hipster que llevaba en el rostro el mismo distintivo de la vida nerd que yo: un armazón negro, gigante, de pasta, que sostenía un par de cristales tan gruesos como el parabrisas blindado de un político. Su indumentaria se veía completada por unas medias blancas por encima de las rodillas, un discreto vestido azul marino y sobre todo, el cabello recogido en una cola de caballo. Me recordó tanto a las chicas que pertenecían al gueto de la “inteligencia” cuando fuimos adolescentes, aquellas que sufrían desde su trinchera femenina el bullying nuestro de cada día perpetrado por las “populares”.

En cambio, aquella musa hipster era receptora de todas las miradas de la junta. Ninguno de mis colegas intentaba ocultar que aquella discreta musa hipster, ama y señora de los secretos del Social Media, nos tenía rendidos a sus pies. No se trataba únicamente de que fuera hermosa, sino Inteligente. Con I mayúscula.

He leído decenas de artículos que reniegan de los hipsters, pero la mayoría se refiere únicamente a los estereotipos de esta forma de vida: el café de Starbucks, la computadora Mac, los pantalones ajustados y el sombrerito de bombín.

A mí siempre me han gustado las chicas hipsters, sólo que no sabía que se llamaban así. Una vez me dijo una mujer que mis anteojos eran su fetiche y fue por ellos que la primera cita terminó en una recreación viva de Justine, del Marqués de Sade (que los dos fuéramos un poco “inteligentes” facilitó que supiéramos quién era Sade y quién Justine). Una amiga me confesó que a sus novios les gustaba que se dejara puestos los anteojos cuando les hacía sexo oral. A ella no le molestaba dejárselos y permitir que la explosión de placer de sus parejas le empañara los cristales al momento del orgasmo.

Los lentes como juguete sexual. Tuvimos que aguantar muchos coscorrones, resignarnos a que nos bajaran los pants en la clase de deportes, aceptar con enojo que un Fernando destacara como el único macho alfa entre la comunidad de Fernandas. Tragamos el bullying a puños para esperar el Día del Juicio Final en que los nerds saliéramos de nuestros sepulcros sabiéndonos sexys, que la corbata delgada fuera lo más cool y no un sinónimo de old school.

Las musas hipsters han tomado el mundo. Basta admirar la cantidad de “creativas” que dirigen las principales agencias y además de cortarnos el aliento con su belleza, lo hacen con la contundencia de sus ideas.

-Tú eres muy inteligente, ¿verdad? –pensé decirle a una de esas musas hipsters durante la junta. Y eso me excita.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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