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LIBROS PARA MASTURBARSE

Por: Playboy México 20 Ene 2020
En la universidad un profesor nos expuso el famoso caso de un chico norteamericano que en los noventa causó revuelo […]
LIBROS PARA MASTURBARSE

En la universidad un profesor nos expuso el famoso caso de un chico norteamericano que en los noventa causó revuelo porque sufría de masturbación compulsiva. Decenas de médicos lo atendieron y ninguno lograba identificar los detonantes de las compulsiones, no entendían cómo era que aquel joven de dieciséis años se masturbara veinte veces al día si no tenía televisión, revistas pornográficas, catálogos donde salieran mujeres o cualquier otra cosa que supondría dispararía el deseo de tocarse.

 

 

Fue hasta que una tía del sujeto en cuestión entró a la habitación, la auscultó a detalle y encontró entre sus pertenencias un singular libro de portada negra que al abrir le dio la respuesta. Resulta que el origen estaba en la obra de 1907 “Las once mil vergas” de Apollinaire, novela que narra a lujísimo detalle las múltiples y torcidas aventuras sexuales del personaje principal, Mony Vibescu, un libro tan, pero tan erótico que hace ver al Marqués de Sade como un novato. El chico creó una especie de vínculo patológico con el libro que le hacía sentir la necesidad de leerlo una y otra vez mientras se masturbaba; sin embargo nadie imaginó que el problema estaría en un libro. Interesante.

No es la primera vez que hablo de los estereotipos del libro, donde pareciera los límites están claramente marcados: leer para ser mejor, leer para entender la vida, leer para pensar sobre la inmortalidad del cangrejo. Pero qué pasaría si un libro nos erizara la piel, si al paso de las palabras nuestro miembro cosquillea, la sangre bombea y de pronto está listo para la acción. Creo que ese sería el ejemplo más práctico de que leer sirve para algo.

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Recuerdo que cuando llegó a mis manos “Negra”, de la escritora cubana Wendy Guerra, jamás imaginé el bochornoso rato que me haría pasar apenas comenzada la novela. Iba en el autobús rumbo al trabajo, leyendo fragmentos que subían a intermitencias de temperatura, mi cuerpo lo sabía, porque el pantalón azul que vestía, de tela delgada, no pudo parar tremenda erección cuando leí: “Puedo pasar las tardes prendida, chupándole su ácido y dulce tamarindo, que me ofrece empinado. Me pongo de rodillas, de penitencia. … trago hasta enrojecerlo y él estalla en lo hondo de mi boca”.

Consciente de mi excitación miré a quien iba sentado a mi lado y respiré hondo, traté de pensar en otra cosa pero mi miembro seguía firme. Llegada la parada me debatí entre si seguir de paso sin rumbo fijo, pero parecía aquello no pasaría pronto, así que con el libro y la mochila traté de disimular mi bochorno de entrepierna, pero un mar de miradas se postró sobre mí haciéndome regresar a la época de adolescencia, cuando los topes y baches del camino despertaban nuestros púberes penes y bajábamos con el pants como casa de campaña. Me ruboricé y fue lo único que regresó la sangre a su lugar; volví a mi normalidad, no sin antes sacudirme la cabeza para quitarme la imagen de la protagonista, Nirvana del Risco, en tal acto.

Hace tiempo en internet se volvió viral la imagen de una chica que desnuda sujetaba un libro debajo del vientre insinuando masturbarse con él, esa idea erótica de un personaje bello con el objeto de adoración de los lectómanos fue el símbolo del deseo de cualquiera que ame el sexo y la lectura.

Pero, más allá, me parece es importante se tenga la conciencia de que un libro puede (y debe) conectar con las pasiones humanas, que no es malo o demerita que un autor dedique su obra a conectar con la sexualidad y el erotismo. Durante años los libros eróticos han existido, pero claramente relegados tanto por mentes obtusas como intelectuales, porque el sexo sigue, a pesar de siglos de desarrollo humano y un poco de apertura, siendo algo complejo de abordar. Ojalá que mientras los golpes de pecho sigan, los que tenemos inteligente el pudor, sigamos confesando al mundo que se vale masturbarse con un libro si así lo amerita, para que quienes se apenan todavía, dejen en el closet los prejuicios y disfruten la lectura a plenitud.

 

 

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Por Jaime Garba @jaimegarba

 

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