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LIBROS AL DESNUDO: LOS LECTORES SINVERGÜENZAS

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Así, alguien sinvergüenza no será aquel cuyo proceder tenga como consigna la afrenta, sino que a falta de esta “turbación”, andará por allí sin la culpa atávica que las sociedades nos imponen.
LIBROS AL DESNUDO: LOS LECTORES SINVERGÜENZAS

Por Jaime Garba

@jaimegarba

Habitualmente aplicar el adjetivo “sinvergüenza” a una persona conlleva referirnos a ella como si la falta de pudor fuera un signo de maldad; por ejemplo, cuando alguien engaña a su pareja y es llamado de esta manera, se hace por creer que deseaba lastimar deliberadamente a la otra persona, en lugar de concebir que fue sujeto del simple deseo. Así, un sinvergüenza pasa, por concepto social, como una persona despiadada que medita el impacto de sus acciones (todas negativas) en los demás.

Sin embargo, si partimos la palabra en dos, la lectura del prefijo y ese espacio en blanco nos debe marcar una pauta, convirtiendo entonces el significado en algo más claro y útil para su verdadero fin: una persona cuyo “ánimo está turbado por la conciencia de alguna falta cometida o acción deshonrosa y humillante” (1. RAE), o un individuo “turbado del ánimo a causa de la timidez o encogimiento que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse” (2. RAE). Así, alguien sinvergüenza no será aquel cuyo proceder tenga como consigna la afrenta, sino que a falta de esta “turbación”, andará por allí sin la culpa atávica que las sociedades nos imponen.

El otro día una compañera de trabajo, mientras estábamos en la puerta, se mostraba nerviosa, después de un rato y ante lo inminente, me confesó que un amigo llegaría para darle un libro. “Te vas a reír de mí cuando sepas cuál es”, me dijo. Traté de adivinar mencionando algunos pero no logré acertar. “50 Sombras de Grey”, soltó con timidez. Fue entonces cuando caí en cuenta de que su nerviosismo derivaba de la vergüenza por leer un libro altamente criticado por los amantes de la “literatura seria”. Lo que me preocupó es que ese sentimiento de pena se vertiera sobre mí, como si yo formara parte de ese grupo snob que defiende la sacrosanta literatura y condena toda palabra impresa que no entre en el canon. Traté de quitarme esa investidura diciendo que no tendría por qué darme risa pues esos libros, así como las sagas o cualquiera de los llamados Best sellers me parecían muy respetables; pero sé que no atiné a calmar su percepción hacia mí.

Aquello no me lo tomé personal cuando me encontré después con otra compañera leyendo en la oficina donde bebemos café y desayunamos. Se encontraba detrás de unas bolsas sobre la mesa, como escondida, apenas dejando ver las hojas beige con manchas negras que tanto me ilusiona saber en las manos de un lector. “¿Qué lees”, pregunté? Una tímida sonrisa se esbozó en su rostro seguido de un tropezado argumento para explicar que leía una novela de terror que le había prestado una amiga. Me fue inevitable asegurar que se apenaba de su lectura, así que traté de hacerla sentir cómoda compartiéndole que yo había leído libros que me parecían muy interesantes y que eran sumamente comerciales y despreciados por los puristas y los Avengers ligerarios (mencioné El psicoanalista de John Katzenbach, Yo no la maté de Fernando Trujillo y varios libros alojados en Amazon sobre zombies); pero que creía eran tan interesantes o que valía la pena aventurarse a su lectura sin miedo a lo que dijeran los demás.

Igualmente no logré ser convincente, por el contrario, recordé las veces que fui víctima de la vergüenza lectora, las ocasiones en que con el libro debajo de la chamarra o leyendo en público me oculté como si más bien estuviera consumiendo la sustancia más prohibida o contando el dinero de un hurto. No exagero, perdí amigos, respeto y muchas otras cosas por leer a Paulo Coelho, Anthony de Mello, entre otros escritores confinados a ser “superación personal”; fui tachado con la connotación negativa de “sinvergüenza” por atreverme a decir que hay cosas buenas en esos libros. ¿Cuál ha sido entonces el resultado? Que me volví ese falso personaje como tantos hay en el mundo de las letras, defendiendo lo serio, lo solemne, pretendiendo protegerlo de los lectores sinvergüenzas cuando en realidad debía, debemos, protegerlo de gente como yo, de aquellos que pretenden alejar a un lector del extraordinario placer que causa leer lo que se te dé la chingada gana (con su perdón).

He tenido difíciles batallas con ese Yo y hoy nada me da más gusto que ver a un adolescente en una cafetería o en el autobús leyendo esos armatostes de Crepúsculo, El corredor del laberinto o Los juegos del hambre; los miro y me digo que un lector debe ser sinvergüenza, debe olvidarse de esa turbación que le causa la sociedad que no quiere siga sus instintos y deseos, para esa gente, como en el ejemplo que mencioné al principio, quien lee esas obras causa un daño deliberado, intenta lastimar al que sí lee a Joyce, a Roth, a Cervantes, cuando en realidad quien carece de vergüenza en la lectura lo que hace es gozar de ella, enamorarse de la palabra y de las historias. Hoy leer Bajo la misma estrella y mañana por qué no Los versos satánicos. En la literatura todo es posible.

Por favor, seamos sinvergüenzas, leamos lo que el libido lector nos dicte.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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