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¿Cómo enamorarse de un libro?

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
Por Jaime Garba @jaimegarba Leía hace unos días, con motivo de fin de año, sobre las novedades literarias que se […]
¿Cómo enamorarse de un libro?

Por Jaime Garba
@jaimegarba

Leía hace unos días, con motivo de fin de año, sobre las novedades literarias que se vienen para este 2016, las cuales con bombo y platillo se anuncian las de grandes autores, como Vargas Llosa, Santiago Roncagliolo, Laura Restrepo, Juan Gabriel Vásquez y Don DeLillo, y por supuesto, muchos otros, libros que en conjunto corresponderán a una vasta variedad que puede abrumar al lector por esos dilemas para seleccionar lecturas entre los libros ya comprados, los pendientes de leer y los que se antoja apetecibles de comprar.

Después de pasar por la lectura de listas de los mejores libros del 2015 y ese augurio de grandes títulos, pienso que estarán de acuerdo en que nos faltarían cien vidas para leer todo lo que deseáramos.

​Para no entrar en crisis, el lector debe elaborar una especie de filtro, de clara selección de sus lecturas teniendo como punto de partida sus intereses y pasiones, entonces así como suele ocurrir con los editores, muchas veces ya tenemos una idea de lo que leeremos en el año, y difícilmente, salvo una que otra excepción, varios libros tristemente quedarán fuera del camino, aguardando en algún espacio de nuestra biblioteca personal o de las librerías.

​Hay quienes en un intento por abarcar de forma más completa el universo literario, recomiendan hacer listas o retos de lectura, planteando la propuesta de leer de todo y en determinada cantidad: poesía, ensayo, novela y cuento, creando una artificial sensación de que se ha leído lo suficiente para saciar la ansiedad lectora; sin embargo yo no recomendaría forzar el gusto por la lectura de tal manera, pues aunque podría tener implicaciones intelectuales positivas y nunca está de más abrirse a nuevos géneros, creo que no existe nada como leer a partir del flechazo que nos causa un libro.

​Yo me formé como un lector metódico (y esto no lo digo como una virtud), me enseñaron a que tenía que leer sólo un libro y nada más que ese libro, jurándole absoluta fidelidad, lo cual me acarreó en más de una ocasión conflictos por toparme con fragmentos tediosos o malos libros que tenía que terminar a como diera lugar para poder seguir con otro; dejarlo a la mitad era impensable, casi una blasfemia, y aunque durara semanas o meses con una obra y bien podría no recordar absolutamente nada de ella, la culpa no me permitía caminar hacia distintos horizontes.

​Yo desconocía lo que era enamorarse de un libro, incluso no creía que fuera posible, leer lo concebía más como un acto de desarrollo cognitivo, así lo enunciaban los maestros que me dejaban leer el Quijote de un día para otro con un resumen de tres cuartillas. Fue en cierta ocasión que batallaba con una novela histórica de más de seiscientas páginas, cuya lectura iba al ritmo de un peregrino que anda descalzo sobre piedras calientes; cuando un amigo me obsequió un libro de Alberto Manguel, la edición era hermosa y no podía evitar ponerlo frente a mí para tras leer cada línea voltear para debatirme si romper la mala tradición o esperar a culminar el tabique para por fin leer sin remordimientos.

​No lo logré, llegó el momento en el que, como si alguien me juzgara, escondí el gran libro detrás de un cojín del sillón y tomé del escritorio el regalo que no paraba de guiñarme el ojo. Quise en un principio mentirme, pues me repetía que sólo le echaría una hojeada, algo de no más de cinco minutos, pero apenas leía la primera página cuando me enamoró. Cerré el libro creyendo haber pecado y lo dejé ocultó entre otros tantos, volví a mi obligada lectura pero las letras ya no me entraban, verdaderamente no me interesaba lo más mínimo continuar, llegó el punto en el que tuve que abofetear mi consciencia y decirle “¿qué carajos estás haciendo?”.

​Al día siguiente tomé ese armatoste y todos los libros que jamás entendí ni gocé siquiera un poco y los llevé a una biblioteca como donación, volví a casa, destapé una cerveza y comencé a leer a Manguel con la avidez de un joven que abre su primera revista para adultos. En aquel instante fue como si de mi cerebro sacara un gran corcho que bloqueaba mis ideas, mi creatividad, sentí cada palabra del escritor argentino, cada experiencia, disfruté como loco leer que en algún momento se dedicó a vender artesanías realizadas por él en espacios públicos de Inglaterra y que Mick Jagger por allá de los setenta fue uno de sus compradores; las reuniones a las que asistía con Borges y Bioy Casares donde aprendió lo que era el verdadero diálogo y no la necesidad de monólogos intelectuales. Devoré el libro en dos días, y al terminarlo con ansias tremendas busqué en mi libreta los títulos que alguna vez anoté jurando después de las lecturas obligatorias haría apenas teniendo tiempo; y fui a la librería a comprarlos; sobra decir que desde aquel entonces apenas un libro me disgusta lo boto, siento todavía un incómodo pesar por todo el tiempo desperdiciado en aquella necedad lectora, ahora leo dos o tres libros al mismo tiempo, y no lo digo como pretensión, porque los leo a ritmos diferentes, según las circunstancias de cada trama, cada contenido, los leo porque me llaman, me enamoran y seducen.
​¿Cómo enamorarse de un libro? No resistiéndose a los sentimientos, al llamado a veces inconsciente de un título, no tengamos miedo a romper las apariencias o esos estatutos absurdos sobre cómo se debe leer, leamos lo que se nos dé la gana, pero hagámoslo con intensidad, dándole al libro en cuestión lo mejor de nosotros, porque créanlo que él lo hará apenas postremos la mirada sobre su primera palabra.

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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